Hola holaaaaaaa!!!! Estoy superfeliz por el estreno de Los Juegos del Hambre: En Llamas ^^. Y a la vez tristona porque nadie ha enviado la imagen de Madge... bueno, pues esta semana no hay foto :C. Además, la gente ya no visita tanto... al principio se dispararon las visitas, pero ahora hay un bajón terrible,y no me gusta nada, porque sino la historia se suspenderá. ¡No quiero suspenderla! Pero es la única alternativa que veo. O dejar el blog un tiempo para luego volver, a ver si así hago gusanillo y el tiempo recolecta lectores. No sé que hacer, así que de momento os dejo el capítulo un poco triste, a ver si me animáis :-c ...
Capítulo 5: El bosque
Estrello la mochila contra la pared y todo se desparrama por
el suelo. Me dejo caer de rodillas, y mi cuerpo tiembla cuando chocan contra
las baldosas. Sé que lloro, pero no cuándo he empezado a hacerlo; cuando le he
dado la espalda a Peeta, cuando he salido de la cafetería, cuando huía
desesperada por los pasillos o simplemente cuando me he dejado caer. Noto como
un vacío se expande en mi abdomen, hasta crear un agujero doloroso, como un
cosquilleo que te absorbe y no se cierra hasta acabar con cada fibra de
cualquier sensación buena que puedas retener.
¿Por qué tengo que ser insignificante? ¿Por qué no puedo
pagar mi propio almuerzo? ¿Por qué daño a todas las personas que me importan?
Ahora sólo me apetece estar en el bosque y perderme en él lo que quede de mi
existencia. Sentirme libre, sola, en paz, fuerte, ágil, ligera… pero sobretodo,
capaz, no impotente. No quiero pudrirme en la esquina de un estúpido instituto,
donde reina una panda de estúpidas Cheerleaders y rubios de dos veinte con
puños del tamaño de su cerebro. ¿Por qué la vida tiene que ser así? ¿Por qué no
puedo ser feliz ni un minuto? ¿No lo merezco? No soy un alma cándida e inocente
pero…
- ¿Tan mal lo hago? -grazno.
Otra ronda de lágrimas se desparrama por mi cara con una
fuerza digna de río bravo. Me cojo las rodillas y escondo la cara detrás de
ellas.
Huele a limón. Sí, de repente huele a limón, naranjas y
cuero…
Levanto la cabeza vagamente después de un rato, pero allí no
hay nadie. La vuelvo a bajar, pero me paro al ver el resplandor del glaseado de
mi magdalena por encima de mis rodillas, a dos metros de mí. Rompo a llorar con
más fuerza, pero me arrastro poco apoco hasta cogerla, volver gateando y
guardarla en mi mochila. Así, poco a poco guardo todas las libretas y bolis que
se habían deslizado por el corredor.
***
Vuelvo a hacerme un ovillo en el rincón. Tengo los músculos
tensos de frío. Si alguien pasara ahora por aquí no podría escapar ni esconderme.
Tendría que levantarme, moverme y dejar que la sangre volviese a circularme por
las extremidades, pero en vez de hacerlo, me quedo sentada, tan inmóvil como
una estatua. Hace rato que la campana ha sonado y la media hora del almuerzo ha
acabado, aunque yo hago pellas. Seguramente todos habrán entrado en clase, sin
hablar de mí, de su vergonzosa amiga-carga, y no les culpo por no venir a por
mí, sólo duele y expande más el agujero. Y es que lo único que se me ocurre
ahora, con la cabeza embotada, es que sólo un abrazo de Peeta podría hacerme
volver a entrar en calor. Eso hace que me congele todavía más.
- Preciosa, ¿qué haces ahí? -oigo decir a una voz ronca y
claramente ebria.
Levanto la cabeza y veo a un hombre barrigón, aunque no
tanto como Plutarch, rubio despeinado de facciones puntiagudas, que se tambalea
hasta mí.
- No te importa -suelto, con voz también ronca.
- Oh, encantado de conocerte yo también -dice. Se deja caer
de culo a mí lado. Su aliento es peor que el de Buttercup.
- Vete -gruño.
- Vamos, este rincón no es sólo tuyo -dice, y suelta una
risa más irritante que la de Effie.
Emito algo entre suspiro y gruñido y vuelvo a esconder la
cabeza, esta vez entre las rodillas.
- Tou che -admito.
Pasan unos minutos, y el borracho no molesta, así que no me
voy. Esto es mejor que volver a clase y dar una explicación «Ups, ¿me perdí?».
- Así qué, ¿me vas a contar lo que te pasa? -dice, como una
cuba- ¡Novios! -exclama. Pego un bote, pero su risa con olor a vodka raramente me tranquiliza y
vuelvo a relajarme.
- Cuéntame lo que te pasa a ti, y te contaré lo que me pasa
a mí -propongo. ¿Por qué demonios lo hago? Es un misterio. Siento como si este
desconocido borracho me protegiera, por extraño que parezca. El alcohol no se
pasa de una personas a otras por al aire, ¿no?
- Yo he preguntado primero, preciosa.
- ¿No hay trato? -estiro una pierna y empiezo a masajeármela
para recuperar la movilidad.
- ¡De acuerdo! -giro la cabeza y le miro-, de acuerdo, tu
ganas preciosa -vuelvo a doblar la pierna, que duele.
- ¿Y bien?
- Tengo que dar unas clases de ballet -uauu, ballet. Nunca,
en la vida, me lo haría imaginado siendo un profesor de ballet. Estaría guapo
con mallas.
- Te entiendo -digo con sorna.
- Te toca.
- Eh, tú no me lo has contado -gruño.
- Sí -dice, de forma en que parece interrogante, aunque es
culpa del alcohol.
- La verdad -exijo.
- Esa es la pura verdad, preciosa.
- ¡Cuéntalo todo! -exclamo.
Me observa, y por primera vez, su semblante es serio, aunque
todavía le bailan los ojos.
- Me torturo entrenando todos los -espera, como si hubiera
olvidado lo que iba a decir- ¡malditos -pega un puñetazo al suelo- años a un
grupo de bailarines que no da pie con bola! Fracasan todos los años, y quedan
los últimos en la clasificación; ni uno ha entrado en Juilliard.
Me quedo con la boca abierta durante medio segundo, pero no
por lo que ha dicho sino por los cambios de humor de que tiene.
- Uauu, estás de suerte.
- ¿A sí, preciosa? -dice sonriendo.
- Exacto -empiezo a masajearme las piernas.
- ¿Por qué?
- Dímelo tú -le reto.
Me mira durante una fracción de segundo.
- Ya sé que practicas ballet; tienes buen empeine y estiras
mucho con demasiada facilidad simplemente ahora -suelta de una. Pues sí es
profesor.
Me levanto, agarro mi mochila y, tras colocar bien mi trenza
sobre el hombro derecho, le doy la espalda.
- ¡Eh! -se queja.
Giro el cuello para mirarle como si no fuera más que el
borracho que hay ahí tirado, aunque en realidad no lo crea; a mí no me engaña.
- Yo seré la primera en entrar en Juilliard con matrícula.
Miro hacia delante y salgo de ese oscuro pasillo.
***
El hielo y la nieve crujen bajo mis botas mientras avanzo, a
paso ligero. Giro el recodo y veo el edificio de una planta, de paredes de
madera blanca y techo azul.
- ¡Prim! -grito.
Alzo la mano y la sacudo, llamando su atención. Ella me ve y
sonríe, mientras a mí se me derrite el alma. Tira del delantal de su profesora,
que hace guardia ojo avizor, me señala, la profesora asiente y Prim corre hacia
mí. Me agacho antes de que me alcance y la abrazo con fuerza cuando lo
consigue.
- ¿Qué tal el cole? -le pregunto. La peino, colocándole las
dos trenzas en su sitio, que resaltan sobre el abrigo de lana negro.
- Muy bien, pero te he echado de menos -contesta. Le doy un
beso en su colorada mejilla izquierda.
- Y yo, patito -digo mientras me levanto.
- ¿Y tú cómo lo has pasado? -me tiende la manita y empezamos
a caminar en cuanto se la cojo.
Me congelo durante un momento ante todas las posibles
respuestas que tengo guardadas, pero sólo digo:
- Muy bien también -y añado una sonrisa, desfilando todos
mis blancos dientes.
Sonríe satisfecha.
- Pues hoy he conocido a una niña nueva.
- ¿Sí? -digo.
- Sí, se llama Rue.
- Qué bien.
- Ahora somos mejores amigas.
- Genial.
- Y aunque somos muy diferentes, nos llevamos muy bien. Mira
ella es morena y yo rubia -asiento mientras me percato de que no pase ningún
coche y podamos cruzar-, sus ojos son marrón oscuro y los míos azul claro, su
pelo es rizado y el mío casi liso.
- Pues sí que sois diferentes -exagero.
- Ya, pero las dos somos igual de altas y muy delgaditas -y
alza el brazo, imitando a alguien muy fuerte, como un forzudo del circo.
- Eres mi pajarito -afirmo sonriendo.
- Siempre -dice sonriente, mientras imita el aleteo de un
pajaro.
Asiento con la cabeza mientras intento grabar todos y cada
uno de sus rasgos en mi mente, para que jamás se me olviden. La amo y la adoro.
***
Llegamos a casa al cabo de unos diez minutos, ya que el
colegio al que va Prim no está muy lejos.
- Mamá, ya estamos en casa -exclamo al abrir la puerta.
Hago entrar a Prim corriendo porque fuera ha empezado a
nevar. Me sacudo, haciendo caer algún que otro copo de nieve y veo que no hay
carbón en la estufa.
- Ahora vuelvo pajarito -le digo a Prim.
Ella asiente y se dirige a su habitación.
Cuando por fin estoy sola dejo caer la mochila sobre el sofá
y mis hombros se hunden, el dolor de cabeza se intensifica y mis ojos, libres
de retención, vuelven a humedecerse. Salgo afuera antes de empezar a llorar por
si acaso Prim vuelve al comedor y me encuentra tal cual.
Corro hacia el bosque, mientras la trenza bota y rebota
sobre mi hombro, y el agujero vacío vuelve a aparecer en mi abdomen, tragándose
este pequeño rato con Prim y depositándome de nuevo en ese rincón junto a mi
profesor borracho.
Mi vida, es penosa. Mi amor, me odia. Mis amigos, me tratan
como a un cachorrito abandonado. Mi furia, no consigue ser retenida. Mis
padres, no ríen desde hace años. Mi pajarito, mi patito, mi prímula, vive una
mentira, aunque me desviva por protegerla.
Salto un tronco caído y me paro. Me limpio las lágrimas
rudamente con las mangas de mi abrigo y me giro. Meto la mano en el tronco
hueco y saco un arco y un carcaj de flechas. Pertenecen a mí padre, así que
vuelvo a meterlos y, tras hurgar un poco más, saco los míos y un morral. El
arco es plateado, de algún metal ligero, y la tensa cuerda parece transparente.
El carcaj es, también, plateado, de alguna malla muy resistente, mientras que
las flechas parecen estar del mismo metal que el arco, aunque con una fina
pluma de distintos tonos verdes en el extremo opuesto a la punta. Los adoro
porque son elegantes, ligeros y prácticos y, sobretodo, porque me los regaló mi
padre. Los suyos están tallados en madera oscura y vieja, con una cuerda negra,
al igual que la tela de su carcaj y las plumas de las flechas.
Acaricio suavemente con las puntas de los dedos el metal del
arco. Trazo de nuevo la curvatura, y luego paso a presionar las yemas contra la
cuerda. Cojo profundamente aire helado, que hace que me duela la garganta. Las
lágrimas han desaparecido.
Me cuelgo el carcaj y avanzo en silencio, cargada con arco
en mano. Recorro unos cuatro quilómetros antes de parar y sentirme parte del
bosque, de todo. Aquí la nieve no ha caído con tanta fuerza y las copas de los
árboles han protegido el suelo, así que no hay nieve ni hielo por ninguna
parte, sólo el suelo virgen, verde, esponjoso y estable.
-Ojalá yo fuera estable -murmuro.
Coloco con ferocidad el arco en posición, presiono la cuerda
contra mi mejilla derecha, y la suelto.
La ardilla cae con un golpe sordo.
- Ojalá no estuviera enamorada.
Vuelvo a colocar una flecha sobre la ranura, doy un rápido
giro de ciento ochenta grados y, tras presionar mi mejilla y soltar aire entre
mis labios, disparo.
La pequeña codorniz pasa a mejor vida.
- Ojalá yo no fuera yo.
Recojo una piedra del suelo, la pongo sobre la cuerda, tenso
y disparo hacia el cielo. Rápidamente cojo una flecha tras otra, mientras la
bandada de patos cae, uno a uno. Eran diez.
Echo la mano hacia el carcaj, pero no logro retener más que
aire entre mis dedos. Furiosa e impotente, dejo escapar una mofeta cercana,
aunque no habría sido agradable limpiar esa pieza. Pateo el suelo una y otra
vez, haciendo volar hojas por doquier. Me concentro en el verde que me rodea,
pongo las manos en mi cabeza y aprieto.
- Soy Katniss Everdeen. Tengo dieciséis años. Vivía en
Pensilvania. Mi familia se mudó. Dejé el ballet. Vivo en Naples, Idaho. Mi
padre consiguió un trabajo en las minas. Prim comenzó el colegio. Mi madre cayó
en depresión. Peeta Mellark me salvó. Yo caí en depresión. Amo a Peeta Mellark.
Sigo con depresión. Mis amigos me compadecen. Me hundo más cada minuto que sigo
viva.
***
Limpio las presas, sentada sobre un árbol caído cerca de un
arroyo. Una ardilla gorda, una codorniz, y una bandada entera de diez patos,
grandes.
Desplumo a la sexta ave cuando me doy cuenta de que ya está
atardeciendo. Dejo las otras presas por limpiar y las meto todas en el morral.
Me levanto, dispuesta a irme, ya que me llevará otra hora
volver, pero me detengo unos segundos, que sin saberlo se convierten en
minutos, admirando el sol, y todos los tonos que crea sólo al esconderse tras
la montaña. Naranja pálido, azul claro, rojo pasión, amarillo vivo…
***
- Hola -digo al empujar la puerta principal. Fuera ya es
noche cerrada.
- Hola -me responde papá.
- ¡Papá! -corro y me tiro a sus brazos- ¿Qué haces aquí tan
pronto? -digo contra su pecho. Sonrío de verdad.
- Están comprobando algunas cosas en la veta. Seguridad, ya
sabes.
- Más les vale -dice mi madre, sonriendo, desde la cocina.
Huele realmente bien.
- Mamá -digo, deshaciendo con suavidad el abrazo de mi padre
y caminado hacia ella-, ¿estás cocinando o es un sueño?
Empieza a reír, y aunque solo sean tres segundos, me siento
la persona más afortunada del mundo.
- Se les puede sacar provecho a tus ardillas después de todo
-dice.
- Mejor, porque traigo doce piezas más -digo, dejando el
morral sobre la mesa.
- ¿Con quién te has enfadado? -pregunta mi padre. Me giro,
alarmada, pero veo como sonríe con sorna. Siento como el peso se desvanece.
- ¡Katniss! -grita Prim sonriendo, con el pelo mojado,
envuelta en una toalla amarilla y descalza.
- ¡Primrouse! -le regaña mi madre.
Me dirijo hacia Prim mientras le frunzo el ceño a mi madre.
Prim no se merece eso por ser más dulce que la miel.
- Hola patito -digo, alzándola hasta cogerla en brazos. Que
sea bastante pequeña ayuda.
Enrolla sus bracitos alrededor de mi cuello y yo hundo la
nariz en su húmedo pelo. Vuelvo a sonreír.
- ¿Qué tal si te cepillamos ese pelo? -le digo.
- Vale, pero tienes que ver cómo me hago las trenzas, qué ya
me salen bien -dice contenta, mientras acaricia la mía.
Ella todavía no sabe hacerse la trenza como yo, que salga
desde la parte de atrás de la cabeza y no desde el cuello.
- Esa es mi niña -dice mi padre a mí espalda. Nos abraza a
las dos por atrás y veo como mamá sonríe
dulcemente al contemplar la escena.
Yo también. Todos juntos.
***
- Has tardado mucho.
- Lo sé, me he retrasado, pero tenía que irme -contesto.
Cepillo el último mechón de pelo rubio.
- ¿A dónde has ido? -pregunta Prim, admirando cómo su pelo
húmedo no tiene ahora ni un nudo.
- Tenía que irme -contesto. Ella no sabe nada. No sabe que
su hermana mata ardillas y pajaritos en el bosque para tranquilizarse y que
luego ella se los cena. Me odiaría como la protectora suprema de los animales
que es, y luego se pondría a llorar por haberlos comido.
- Busca primero tu pijama y luego te seco el pelo y me
enseñas como te haces las trenzas, ¿vale? -digo, sonriéndole por el reflejo del
espejo.
- Vale -dice. Me da un besito en la mejilla y sale del baño
para dirigirse su habitación.
Tardará, ya lo creo que tardará. Esa es mi Prim, la que
necesita media hora para ponerse bien el pijama, y entre tanto hacerle arrumacos
a Buttercup, con lo que la media hora son
cincuenta minutos.
Aprovecho y me desvisto. Me meto en la ducha encogida,
temblando de frío cuando toco el plato de la ducha con los pies. Cierro los
ojos y abro el grifo. El agua caliente me relaja, y poco a poco las penas del
día se van por el desagüe. Recorro con los dedos la trenza empapada y la
deshago con facilidad. Echo el pelo hacia atrás lentamente, y acaricio mi
magullado cuerpo. Aquí dentro no se está tan mal, bajo un chorro de agua
caliente, en silencio, con el murmullo del agua relajándote…
- ¡Katniss! Ya estoy lista -dice Prim al otro lado de la
cortina de ducha.
Pego un bote y casi resbalo y caigo hacia atrás, algo que
podría matarme, pero me agarro a la alcachofa de ducha y me aferro hasta estar
segura de que no me romperé la crisma.
Asomo la cabeza para encontrar a Prim sujetando una toalla
blanca más grande que ella, con una sonrisa en la cara.
- Prim -digo, un poco preocupada, un poco enfadada, y un
poco apenada por tener que regañarla-, no puedes darme estos sustos, he podido
resbalar.
Su cara se vuelve triste, y su sonrisa se torna y, aunque
intenta evitarlo con todas sus fuerzas, hace un puchero, mientras tres lágrimas
caen por sus mejillas.
- Lo siento -dice bajito-. Sólo quería darte yo la toalla y
enseñarte lo bien que me salen las…
Llora tanto que no puede ni hablar.
Salgo como mi madre me trajo al mundo de la ducha (con mi
hermana es algo un poco vergonzoso, pero aceptable. La verdad es que a veces
nos bañamos juntas) y me agacho para abrazarla, mojándola un poco. Beso su
frente y vuelvo a abrazarla.
- Vale, no pasa nada, gracias -le quito suavemente la toalla
y me enrollo con ella porque he perdido ya todo el calor y el agua que me
empapa empieza a estar muy fría. Vale, y porque me incomoda estar desnuda
frente a alguien, incluso mirar mi reflejo en espejo, porque odio como se me
marcan las costillas y los huesos de las caderas; gracias a ceder parte de
comida a mi madre. O por la depresión. O por mi falta de apetito estas últimas
semanas.
- No quiero… que -dice entre hipeos y lágrimas- resbales… en
la ducha… porque… puedes…
De nuevo, llora tanto que no puede ni hablar.
- Shhhhshhhh… -la abrazo y aplasta su carita en mi pecho.
Acaricio lentamente su cabeza- estoy bien patito, sólo ha sido un susto,
shhhhshhhh, sólo ha sido un susto… -susurro.
Me agacho de nuevo para despegarla de mí y parto todo su
cabello en dos mitades.
- ¿Me enseñas como te haces esas trenzas? -la animo.
Niega con su cabecita y se tira sobre mí para abrazarme más
fuerte. La recibo como puedo intentando no caer de culo.
- ¿Por qué?
- Haz… házmelas tú… -murmura con los ojitos cerrados.
- Yo te las hago -susurro, apoyando la mejilla izquierda en
su frente. El contraste de temperatura es alarmante.
- Prim, ¿me acompañas a mi habitación? Necesito ponerme algo
antes de que me convierta en un cubito de hielo -asiente, mientras suelta una
risita, acompañada de más lágrimas y que hunda de nuevo la cabeza en mi pecho.
Como no tengo otro remedio, la levanto y la llevo al bracito
hasta mi cuarto.
***
Como le he prometido a Prim, después de tranquilizarla y
mecerla un rato hasta que no lloraba y su respiración era normal, después de
cenar las dos nos haremos dos trenzas en mi cama, y seguro que también acabamos
durmiendo juntas.
Mientras tanto, he conseguido convencerla de que pase un
poco de tiempo con papá. Por una vez que pueden pasar tiempo juntos, no los voy
a separar. Yo también quiero estar con él, pero yo he vivido más, y creo que,
no digo que no le quiera, pero creo que es imposible que alguien quiera más a
mi padre que yo. Quiero que su relación se refuerce.
Mi sinsajo silba nuestro saludo y me giro para dedicarle
algo de tiempo.
Abro la portezuela de su jaula y sale volando en cuanto me
aparto, revolotea por mi habitación hasta aterrizar sobre el cabezal de la
cama. Buena elección, creo que su favorita.
Me tumbo boca abajo sobre la misma, hincando los codos para
levantar la cabeza y hago la elección, creo que muy acertada para mí en estos
momentos.
- And another one bites the dust
But why can I not conquer love?
And I might’ve got to be with one
Why not to fight this war without weapons?
And I want it and I want everything
But there was so many red flags
Now another one bites the dust
And let’s be clear, I trust no one
You did not break me
I’m still fighting for this
Well I’ve got a thick skin and an elastic heart
But your blade it might be too sharp
I’m like a rubber band until you pull too hard
But I may snap when I move close
But you won’t see me move no more
Cause I’ve got an elastic heart
I’ve got an elastic heart
Yeah, I’ve got an elastic heart
And now I step through the night
Let’s be clear, won’t close my eyes
And I know that I can’t survive
I walked through fire to save my life
And I want it, I want my life so bad
I’m doing everything I can
Then another one bites the dust
It’s hard to lose a chosen one
You did not break me
I’m still fighting for this
Well I’ve got a thick skin and an elastic heart
But your blade it might be too sharp
I’m like a rubber band until you pull too hard
But I may snap when I move close
But you won’t see me move no more
Cause I’ve got an elastic heart
Well I’ve got a thick skin and an elastic heart
But your blade it might be too sharp
I’m like a rubber band until you pull too hard
But I may snap when I move close
But you won’t see me move no more
Cause I’ve got an elastic heart
Cause I've got a...
But you won’t see me move no more
Cause I’ve got an elastic heart
I’ve got an elastic
heart
Hace una educada pausa, y empieza a silbar.
Después de todo, puede que mañana sea peor; yo resistiré igual.
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