viernes, 8 de noviembre de 2013

Capítulo 3: Eso opina mi corazón

El capítulo 3 ^^!!!!!! Está cargadito de, como ya dije, no sé expresar de otra manera, sentimiento. Aiiiii... es muy bonito, eso lo aseguro ;) Espero que os llegue al corazón ♥
Ups, casi se me olvida ^^. He decidido que al final de cada capítulo pondré la foto de un personaje, hasta que claro, no queden más por revelar :D. Siempre esperaré, si miráis en Concursos, la imagen de Katniss, o cualquier personaje de la historia. Gracias ;))


Capítulo 3: Eso opina mi corazón

Silencio incómodo. Tacones aproximándose. Katniss calmándose.
¿Por qué demonios Effie Trinket ha tenido que decir que era la novia de Peeta, su chica? Con lo bien que va nuestra relación, era lo que faltaba.
- Muy bien, aquí tenéis -dice Effie, asomando tres hojas por el mostrador-. Y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte.
Vale, ahora puedo confirmar que esta mujer está como una cabra.
Peeta las recoge y, tras echar un vistazo rápido, extiende una hacia mí. La cojo y, sin aguantar, la miro.
- ¿Todo bien? -pregunta Effie.
- Ehhh… -empiezo, pero me retracto. No será muy divertido ni fácil, nada fácil, pero Matemáticas avanzadas=más nota. Todo sea por esa beca
- ¿Algún problema? -la voz de Effie realmente me irrita.
- ¿Ballet? -suelto. ¿Existe esa clase? Oh, gracias, a quien quiera que haya ahí arriba. Supongo que el departamento de educación.
- Sí -dice Effie- es un nuevo programa. Sustituirá a Educación Física -bueno, parece que al menos sabe hacer su trabajo. Hace unos segundos, lo dudaba mucho-. Se adapta a vosotros. Deduzco que anteriormente habrás bailado ballet -inclina la cabeza, esperando mi respuesta.
Agrandaré su ego.
- Sí -como suponía, sonríe satisfecha.
Claro que sí, Effie Trinket tenía que tocar todos y cada uno de los aspectos de la poco y pésima relación que tengo con Peeta. ¿Amor?, ¿ballet? ¡Amor y ballet! No sabía que eran los temas más solicitados por los chicos adolescentes en un pequeño y frío pueblo de montaña. Ah, claro, ¡qué no lo son! Effie tiene un talento especial, sí, ¡pero para sacarme de mis casillas!
Me armo de valor y miro de reojo a Peeta. No sé lo que veo, ¿dolor?, ¿nostalgia?, incluso me atrevo a decir ¿puro aburrimiento? No soy buena con estas cosas.
- Bien -prosigue Effie-, pues, como salida, ¿no crees que podrías conseguir una beca? -no espera una respuesta- Esa es la meta; un plan B -vale, adiós a su faceta profesional. Hola a su faceta cotilla-. La mayoría de chicos practicarán béisbol, básquet o fútbol americano. Las chicas prefieren algo menos… -arruga la nariz- sudoroso y maloliente -ahora es Peeta el que arruga la nariz. Él es el capitán del equipo de lucha libre, y huele realmente bien. Bueno, lo último lo digo yo. Y la verdad, cuando salgo, mis puntas pueden tener restos de sangre (proveniente de mis dedos, machacados), y yo no huelo bien, para nada. No soy lo que se dice una musa, siquiera una chica que tiene un olor neutro.
A Peeta debe de haberle molestado muchísimo; me ha molestado hasta a mí. Frunce el ceño, y su frente se arruga. Yo le imito, porque si esta es su forma de decir “Cállate, me molesta”, no es la que usa conmigo. Y eso es otra encrucijada.
- Como el ballet, español, contemporáneo… -prosigue Effie- cosas más delicadas, de mujeres -aprieto tanto los dientes que temo, en cualquier momento se puedan partir.
Si ella acarreara tantas responsabilidades como yo, y fuera la mitad de inteligente que una rata galga, quizás, y sólo quizás, dejaría de soltar comentarios megalómanos e insultantes directos al corazón, como la punta de una flecha mojada en veneno, para gente que no es un dios, o asquerosamente rica, o que no combina el color de sus labios con el de sus uñas, o que… simplemente deja vivir al resto. Y dejaría de creer que ella es una maldita divina perfecta ¡Si viviera un solo día lo que vivo yo!
- Entonces, ningún problema -dice, sintiendo como no lo deja salir interrogante.
- No -sentencio. No me molesto siquiera en enmascarar el enfado de mi voz. Lo merece.
- Ninguno -dice Peeta, imitando, lo que probablemente sea lo más parecido a ‘tono amable’ que tiene en su repertorio. Sigue teniendo más autocontrol que yo.
Nos mira, con cara de espanto, y yo lanzo una mirada, que podría matar. Peeta tira de la manga de mi abrigo y mi expresión se dulcifica, aunque…
- Adiós -…mi voz sigue destilando odio.
Salimos, y nuestros pasos resuenan en la habitación (más los de Peeta que los míos), hasta que el barullo del pasillo principal los eclipsa.
Caminamos, y esta vez conseguimos avanzar uno al lado del otro, y no en fila india.
De normal, cuando la gente chafa los cordones de los zapatos, son los suyos, no los de la chica pensativa que camina en dirección contraria. Pero, claro, no sería yo si no me pasara. Que sería mi vida si no me pasara todo lo posible, aunque remoto. Aburrida… ¡no! Sería normal, pero como ya he dicho, no sería la mía.
Así que, una chica pisa los cordones de mis botas. Yo pierdo el equilibrio y caigo de culo. La chica pasa de largo, y me quedo sola en caída libre. Que amable por su parte. Yo al menos me habría quedado para disculparme, en vez de escabullirme, o ignorar su completa existencia.
Paso de mirar la capucha del que tenía delante, a mirar el pálido techo, con humedades incluidas, en menos de un segundo. Luego, sus ojos azules.
Ese rostro pálido, con sus pestañas interminables, sus facciones perfectas, y sus mechones de pelo rubio enmarcándolo, son todo lo que alcanzo a ver, antes de notar que el suelo no me golpea, y solo los talones rozan suavemente el suelo, mientras mi cuerpo se suspende en el aire, pendiendo de sus brazos; de él. Su pecho sube y baja lentamente, pero sus ojos bailan nerviosos, a veinte centímetros de los míos, que, por milagro divino, relucen pero no tiemblan. Solo miran los suyos, envolviéndonos en una burbuja, y excluyendo al resto del mundo fuera, sin merecer una pizca de mi atención, porque se la lleva él.
Nuestros cuerpos están relajados, y nos miramos a los ojos (imposible no mirar sus ojos azules), expandiendo nuestra burbuja; hasta que explota.
Sus brazos se tensan, aunque su rostro sigue igual de relajado y no aparta la mirada. Me sube a una altura en la que yo misma podría estabilizarme y ponerme en pie, pero no me rindo fácilmente. Paso mis brazos alrededor del su cuello sin pensar, mientras sus ojos se agrandan, y rezo para que pueda volver atrás y no cometer semejante estupidez.
«Vamos a ver, Katniss, ¡¿en qué puñetas pensabas?! Te odia. ¡¿Por qué demonios lo has hecho?! No lo sabes. Lo peor, estúpida, es que, como no tienes que dar tu vida por tu familia, para que a Prim no le falte de nada, ni tu madre caiga en depresión, coges y te enamoras. Pero eso no es lo mejor, lo mejor es que el chico, te odia. Sí, tú, una chica que solo tiene corazón para Prim, papá y mamá, y cierra sus puertas a todo el mundo restante, con, resumiendo, una patata podrida en vez de sentimientos y corazón, ama a Peeta Mellark, el chico que cree que eres un ser desagradecido o cobarde, en el mejor de los casos.»
«Pero todo eso no es raro, porque eres tú. Si hay una posibilidad remota, y las consecuencias son nefastas, te tiene que pasar a ti. Sino, no pasa.»
Aprieto el cuello de su chaqueta con las puntas de los dedos, antes de apartar repentinamente los brazos sin estabilizarme antes. Hago amago de caerme, pero mi lado cazador sale y me estabilizo utilizando mi entrenamiento.
- Gracias -murmuro, reprimiendo las lágrimas. Me vuelvo, dándole la espalda, porque las comisuras de mis labios bailan, arriba y abajo. Perfecto, como me vea creerá que soy una desagradecida, cobarde… y llorica. Ojalá llorara por la posibilidad de haber caído, como una niña pequeña. Bueno, llorar por amor, un amor que yo ignoraba, y enmascaraba con curiosidad y deseo de soltar un simple ‘gracias’, también me hace parecer una niña inmadura. Debería haberme acostumbrado ya a no tener suerte, a no ser feliz, a no ser querida, y punto. Su corazón no es mío, aunque el mío sea, en su totalidad, suyo. Maldita seas Katniss.
- ¿Katniss? -dice Peeta por encima del alboroto, agarrando la parte superior de mi brazo derecho- ¿Estás bien? -tira de él para girarme. Si yo me encontrara con una chica llorosa de sopetón, también enarcaría las cejas y apretaría los labios; pero no la abrazaría, como hace él en este preciso instante.
Empiezo a soltarlo todo sobre su hombro, mientras nos conduce a los baños, o cualquier parte alejada del montón de alumnos que empieza mirarme. ¿Por qué me ayuda? ¿Por qué me abraza? ¿Por qué me odia? ¿Por qué siento que en realidad no lo hace (odiarme, despreciarme, y escupirme en sus mejores sueños)? ¿Por qué mi instinto lo apoya? ¿Por qué mi cabeza es la única que rebate esa posibilidad? Necesito creer en algo, saber algo, o al menos sospechar algo.
Pero lo dicho; lo que no me pase a mí, lo malo, para ser exactos, no pasa.
Nos detiene en un pasillo apartado, solamente con nosotros y el eco del vocerío que arman los alumnos.
Despego la cara de su camiseta, y abro los ojos.
- No tengo explicación -farfullo, secándome las lágrimas, mientras doy un paso, alejándome de él.
- No te creo -dice, sin dejarme ir. Pasa su brazo por mi cintura. Sonreiría, si él no tuviera esa expresión de querer atravesar mi cerebro para saber lo que pienso.
- No te conozco -susurro, levantando la mirada. Mi flequillo casi roza su frente, y mis ojos se fijan en los suyos.
- Deja que eso cambie -susurra. Su aliento acaricia mi barbilla y cuello, provocándome un cálido cosquilleo.
- No tienes por qué hacerlo -susurro, insistiendo. Me duele admitirlo, pero de alguna forma tengo que hacerle saber que le recuerdo, que recuerdo lo que hizo como si fuera ayer, y que se lo agradezco. Que nunca lo he olvidado.
- Lo sé -dice serio. Su brazo se tensa, y veo como aprieta la mandíbula-, pero no me importa -sus ojos se fijan en los míos, inexorables. Brillan, y me recuerdan a mi lago.
- Entonces ¿por qué lo haces? -hago  una pausa, tragando saliva. Ahí va:- ¿por qué lo hiciste? -levanto la mirada, y nuestro aliento se entremezcla.
Estoy a la insospechada distancia de cinco centímetros de chocar su frente con la mía, mientras mi flequillo le hace cosquillas en la frente y la punta de mi trenza acaricia su hombro izquierdo cada vez que cojo aire, que son bastantes, ya que mi pulso está disparado, como mis nervios.
- ¿Hice qué?
Me aparto, dando un corto pero suficiente paso atrás. Me deshago de su abrazo, lágrimas amenazando de nuevo por salir. Esto duele demasiado. Ni se acuerda. Yo soy insignificante. Esa niña rubita, menuda y miedica, llorosa detrás de su abrigo, que siquiera rellenaba por completo. Era insignificante, no es extraño que no se acuerde. Pero doler, duele igual.
- Nada -digo con un hilo de voz.
Me enderezo e intento sacar la Katniss que de verdad soy, la solitaria, la mansa, la perfeccionista, la letal… la Katniss, en definitiva, que se cuida solita, y que no llora en el hombro de los chicos, porque aprendió estos hacen más daño que cualquier cosa en el mundo. En realidad, una vez leí que, en una encuesta, la mayoría de votantes habían calificado romper con su primer amor como la cosa más dolorosa, seguida de la pérdida de un familiar. Después, se supone que romper con tu pareja se hace más llevadero, y no acabarás llorando en un rincón de tu habitación; la Katniss real no lo haría, ni lo hará.
- A mí esto no me parece nada -dice Peeta, dando un cuidadoso paso hacia mí, como si fuera un animal rabioso que echara espuma por la boca y no hubiera comido en semanas. La penosa comparación hace que me den ganas de sonreír, ya que con las lágrimas pintando mi cara (hinchada y roja) de lápiz negro, y mi aspecto general, a parte de mi gran comportamiento amigable-fantástico, no debo diferenciarme tanto de ese animal salvaje. Prefiero pensar que sigo siendo el sinsajo.
- ¿Qué he dicho? -dice Peeta, con una sonrisa en la cara. Eso me alienta y me convence para que al fin saque una pequeñita yo también.
- ¿Por? -digo, más recuperada.
- Estás sonriendo -dice, poniendo una mano sobre mi mejilla derecha.
Me paralizo. Su palma es caliente y suave, y rezo por qué ojalá nunca se vaya… y que ojalá nunca me hubiera tocado. A parte de mi repulsión al contacto físico con gente a la que no conozco, ya que realmente no le conozco, cosa que me entristece un poco más, si es posible, es qué, ¿cómo voy a alejarme de él, si me hace esto? Esto, qué mi corazón supere su límite, un corazón fuertemente adiestrado que se controla con maestría en una partida de caza. Esto, qué note la sangre bombear en mis oídos. Esto, qué, demonios, solo pueda pensar en él, en lo supremamente maravilloso que es él. Esto, qué sonría cuando sus labios curven una sonrisa, cómo cuando Prim llora cuando lo hago yo, sin tan siquiera saber el motivo.
Diantres, ¡¿Cómo?!
Parece que capta mi estado gólem-de-hielo-catatónico y lo relaciona sabiamente al roce de su mano. La mira como si él no hubiese decidido ponerla ahí, como si fuera la primera vez que se mira la mano en meses, en su entera vida diría yo. La aparta suavemente, dejando unos dos pasos entre nosotros. Estoy a puntito de pensar que a mí me parecen dos quilómetros, pero entonces sale la Katniss real, coge a la que no lo es en volandas, la ata a una silla, y tira esta por las escaleras de un torreón, sonriendo por el hecho, y pensando en cuando podrá salir unas horas de caza.
- Hormonas -suelto. «Katniss, te aplaudo» me digo. En el fondo de mi cerebro alguien me dice que no me tendrían que haber dejado pasar de curso, y otro que merezco el nobel a la inteligencia suprema, claro está, los únicos nominados éramos el zarrapastroso gato de Prim, Buttercup, y yo. Menos mal que decidieron darme el premio. Parpadeo nerviosamente y me retiran el trofeo.
- Katniss, no te dediques a las cartas, porque perderás hasta la camisa -me dice Peeta, sonriendo burlón.
- Cree lo que quieras, o si no, son problemas míos -refunfuño, picada.
- Muy bien, lo pillo -dice, poniendo cara de inocente, estirando sus brazos hasta ponerlos como protección; suelto una risita tonta, pues parece ser que la Katniss que no es real, repito, no es real, se ha liberado de algún modo, hasta que la real le da un hincapié y vuelve a rodar escaleras abajo. Suspiro y pongo el semblante serio, aunque quede algún resquicio de felicidad en mis labios, ligeramente curvados-. Entonces -sonríe, y me estremezco. Estoy segura al cien por cien de qué la única palabra que ocupa su cerebro es Vendetta- la próxima vez ven hasta aquí para calmarte tú solita, consuélate tú sola…
- Duerme tranquilo, te aseguro que lo haré -digo sacudiéndome, poniendo la mochila recta sobre la espalda-. Pero no habrá próxima vez -ahí está la Katniss real, la Katniss que tengo que mostrar. Definitivamente la otra no ha sobrevivido a su última paliza, al menos, en los próximos cinco minutos. Estoy segura de que tiene siete vidas, pero sueño y me obligo a pensar «No. No volverá» aunque sé que me miento.
«Katniss, te aplaudo» pienso, pero esta vez de verdad.
- Eso espero -dice. Coloca un mechón suelto de mi trenza tras mi oreja de forma natural, automática diría yo, y empezamos a caminar. Lo raro es qué no se me han subido los colores. De normal, estaría roja, como las brasas de carbón que quemamos en casa, o las llamas. Katniss, la chica en llamas. De normal sería así, pero con él, lo encuentro natural. Ese gesto, está bien, lo anhelo, y deseo con toda mi alma que lo repita, que ojalá lo repitiese cada maltrecho día y cada dorada mañana, pero me resulta cómodo y satisfactorio, como bañarme en las heladas aguas de mi sagrado, adorado, y bendito lago.
Todo está en silencio. Bueno, el alboroto por parte de los alumnos de siempre se muestra presente, pero yo me encuentro en una burbuja, y nos abarco a los dos. Solo oigo nuestros pasos resonar en el pasillo, y crear un eco relajante. Algo extraño e irreal, pero fantástico.
Hasta que los altavoces la hacen estallar y me golpea en la cara.
- Buenos días -dice la suave, potente y mortal, en resumen, estremecedora y profesionalmente controlada, voz del director Coronalius Snow-. Espero que hayan pasado un buen verano, y que sobrevivan este nuevo curso, y, especialmente, para los alumnos del último curso: ganen la batalla final. El primer anuncio lo dedicaré a nuestro amado “Baile de bienvenida”. Por favor, vengan arreglados caballeros, y elegantes señoritas. Sin más dilación -subimos las escaleras del primer piso para llegar a clase-, ¡Damas y caballeros, que empiece el septuagésimo cuarto curso escolar, en la historia de este centro! Que la suerte este siempre, siempre de vuestra parte -esa qué es, ¿la nueva escalofriante frase de moda?-. Aprueben los exámenes, y que nadie les pase por encima -se escucha una tos, algo asquerosamente líquido borbotar y, tras un pequeño pitido por parte de los altavoces, el silencio llena el instituto. Levanto la mirada, miro a Peeta, que me miraba a mí, y arqueo las cejas a modo de pregunta. Menea la cabeza a modo de respuesta. Me rindo y seguimos caminando, hasta que choco contra la gran espalda de alguien. Deja vù.
Peeta me coge por los hombros, se me pega a la espalda e inclina la cabeza. Me sonríe por encima del hombro. Le devuelvo la sonrisa, le saco la lengua y tiro de sus brazos. Mientras nos abrazamos y reímos, me tira de la trenza y nos tambaleamos en precario peligro, a la vez (adoro la parte en que me abraza), el chico con el que había chocado se gira.

Gale.



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Esta es, nuestra queridísima, Effie Trinket ^^






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