Que bien el capítulo 4!!!!!! Este capítulo desencadenará más cosas intensas, más negativas que positivas. Y algo que encanta, es que en el próximo capítulo Katniss sale a cazar ^^.
Que os guste!!!!!!!
Capítulo 4: Un almuerzo intenso
Gale inspecciona a Peeta, para luego mirarme a mí,
entrecerrando los ojos. Me doy cuenta de que en realidad nos mira a nosotros. Mientras tanto Peeta le
ignora, supongo que pensando que es un chico raro que mira a la gente con
fijación, así, muy normal. Sigue sonriéndome y yo, rodeada por sus brazos, estoy en el quinto
cielo, así que le correspondo, hasta que aparece Gale y me baja de golpe.
- ¡Katniss! -grita Madge, que asoma su cabeza detrás de
Gale. Creo que hablaban juntos, o al menos se hacían compañía. Se corta al ver
mi situación, e intenta echarme un cable. Aparta a Gale de golpe y se detiene a
nuestro lado. Peeta y yo deshacemos nuestro abrazo, incómodos- Me he encontrado
a Delly, gracias a Dios, y nos ha dicho que habías ido a Secretaría con Peeta
-menciona a Peeta como si lo conociera de toda la vida. Raro; alarmas
encendidas.
- Me has dado un susto -aparece Delly detrás de Gale como Madge-
de muerte, Katniss -dice Gale.
- Nos -corrige Madge, divertida.
- Peeta, ¿tienes mi horario? -cacaraquea mientras tanto
Delly, con una sonrisa, apartando a Gale antes de ponerse al lado de Peeta.
Pobrecillo.
- Lo siento -me disculpo, mirando a Gale a los ojos-. Sé que
no ha estado bien -Peeta le da el horario a Delly, que frunce el ceño mientras
lo examina-. ¿Podría el excelentísimo
perdonarme? -resalto, inclinándome hacia delante.
- Puede -dice Gale, encogiéndose de hombros. Me cruzo de
brazos, exhalo fuertemente, y golpeo el suelo rítmicamente con el pie derecho
ante su ‘no’ disfrazado-. Bueeeeno, vale -cede-, pero ven aquí -abre sus
brazos. No dudo en lanzarme a ellos, pero me muerdo el labio en cuento doy el
primer paso. Noto la mirada de Peeta en el cogote, una mirada seguro no muy
agradable. Pero bueno, ¿a él que más le da? ¿Eso significa qué le importo? Eso
me lo ha demostrado, pero también está la otra parte, la parte en que no me
recuerda. Aunque, ¿qué más da que no recuerde eso? A lo mejor salva jovencitas
en apuros todos los días. Es idea me pone celosa, así que lo dejaremos en un
caso aislado de alzheimer no degenerativo. Y, quizás, y sólo quizás, esa mirada
no exista y me lo esté inventando todo, porque al fin y al cabo, no tengo ojos
en la espalda.
Me separo de Gale y me vuelvo hacia Peeta. No frunce el ceño
ni entrecierra los ojos, pero ha perdido esa alegría que ilumina su rostro.
- Gale, ¿conoces a Peeta? -pregunto. Me parece una
presentación necesaria, y me considero amiga de ambos bandos, opuestos al
parecer, aunque no entiendo todavía el por qué.
Las hormonas flotan en el aire cuando se dan un medio
abrazo, medio golpe en la espalda.
- Un ‘encantado de conocerte’ también habría valido
-suspiro. Los dos ríen un poco, mirándome a mí. Siento un escalofrío (por una
extraña razón, Gale y Peeta no coexisten bien en mis pensamientos) y me
ruborizo levemente. Katniss Evereen, la chica en llamas.
- Ellos son así -dice Madge. Las tres chicas empezamos a
reír, mientras ellos se quedan serios y rígidos.
Me dirijo a entablar conversación con los chicos, cuando dos
manos me cogen, una por cada codo.
- Y, ¿qué tal con Peeta? -me pregunta Delly, en el codo
derecho.
-Cuenta, cuéntalo todo -dice Madge agitada, en el codo
izquierdo.
- ¿Qué queréis que os cuente? -digo, lo suficientemente bajo
como para que se acerquen cuando hablo.
- Pues, qué tal te llevas con él… -dice Delly.
- Hasta qué punto estás loca por sus huesos… -dice Madge. Le
pego un codazo y me giro rápidamente, como cuando estoy en el bosque y un
depredador mayor que yo anda cerca. Peeta no ha escuchado nada. Mantiene una
helada conversación con Gale, y, en cuanto le miro, me mira a la vez, y me
regala una de sus cálidas sonrisas, antes de que los dos apartemos, como
hacemos desde hace años, la mirada, avergonzados.
- Oohhh, por la cara que has puesto… -continúa Madge, pero
la amenazo de nuevo con el codo y se calla.
- Sois muy… -dice Delly- monos -acaba, con una sonrisa
enternecedora.
- ¿Por? -digo, haciéndome la tonta. La única bobalicona aquí
soy yo, no Peeta. Él no está loco por mis huesos; yo sí por los suyos, aunque
me duela y cueste reconocerlo.
- Vamos… -dice Delly, poniendo una cara obvia. Está
nerviosa, muy nerviosa.
- Él no… -empiezo, pero no acabo. Casi se me escapa.
- Oh, el sí -afirma Madge.
Miro estupefacta a Delly. Ella es una fuente más fiable de
información, más cercana a Peeta, más inocente, más buena…
- Mis labios están sellados -dice, tristona.
- ¿Por qué él te obligó? -dice Madge, sin esperar respuesta-
¡Es obvio lo que siente! -exclama. Se está exasperando. Le lanzo una mirada
asesina para que baje el volumen y se controle, porque a pesar del follón, unos
pocos se han girado gracias a esa gran exclamación- No hace falta que aquí,
Delly la Santa lo confirme -abro los ojos como platos. Delly la Santa es un
apodo, secreto. Bueno, todo el mundo la llama así, sí, con verdadero cariño,
pero sigo sin querer que se entere gracias a mí.
- Oh, que apodo más mono -dice Delly, sonriendo de verdad-.
Aunque prefiero mi nombre a secas; no soy creyente -dice tan tranquila, como si
fuera lo más normal del mundo. Puede que hasta lo haya dicho en serio. Es
Delly.
- Claro -digo yo, con voz ahogada.
Vuelvo a mirar a Peeta, que observa con detenimiento como,
con el paso de los años, crecerán hierbajos entre las baldosas.
- Deberíamos volver -incito.
- Pero luego me cuentas todo, ¿vale? -dicen a la vez. La
cabeza me va a explotar.
- Sí, pero vamos antes de que a esos dos se les reblandezca
más el cerebro por no usarlo -la Katniss cabreada, no sé si real o no, está
aporreando la puerta.
***
Me aplastan contra la puerta, y le pego un merecido pisotón
a cualquiera que tenga detrás. Que educación tiene la gente, aunque con mi
carácter yo también me quedo bien a gusto.
Un hombre gordo, de aspecto robusto y dedos gruesos, con el
pelo castaño anaranjado y de ojos castaños muy oscuros, emerge por la puerta y
hace señas para que entre, para que entremos, aunque todo el mundo me esté
empujando ya. Sería imposible frenar.
La masa humana, o clase de segundo de bachiller, me empuja
adentro, como si por entrar antes acabara el último curso más deprisa.
- Muy bien, sentaos todos, soy Plutarch Heavensbee y seré
vuestra tutor -dice el hombre del tirón. Me recuerda a un melocotón.
Localizo un sitio en la tercera fila, y me dirijo hacia él.
Arrastro la silla y me siento mientras Plutarch escribe su nombre completo con
mayúsculas en la pizarra.
Los asientos son individuales, y van acompañados de una mesa
enana. Todo, absolutamente todo, es verde. Desde el momento en que pasé el
primer curso, odio el verde lima. Pero lo raro, es que adoro el verde bosque,
el que pinta todos los árboles y cubre el suelo húmedo de los valles y colinas.
El que adorna la pradera que hay cerca del pueblo. En realidad, Naples, es una
ciudad, pero es tan pequeña que prefiero decir que es un pueblo. Suena más
acogedor. Además, no sé si se gana el título de ciudad realmente.
Madge se sienta delante de mí, Delly a mi izquierda, Peeta a
la derecha y Gale al lado izquierdo de Delly, junto a la ventana. Parecen mi
pelotón. No tomo a mal que Gale no se me siente detrás, lo agradezco porque así
no parece que tengo guardaespaldas en vez de amigos. Él odia estar encerrado, y
ama la libertad tanto como yo. La ventana abierta es la única vía de escape a
la libertad que hay en clase, así que él no duda en ocupar ese sitio.
- De acuerdo -empieza Plutarch, cuando casi todos los
alumnos se han sentado ya-, este curso tendréis que esforzaros… -desconecto.
Durante la larga hora en la que nos habla del curso, yo me dedico rascar mis
uñas, mordérmelas en casos extremos, y mirar a Peeta. Sólo de reojo, unas dos o
tres veces. Porque tengo miedo a que todos se den cuenta, a que el profesor se
dé cuenta; lo extraño es que no a que Peeta se dé cuenta. No pienso esconderme.
A ver, no voy a subirme sobre la mesa lima y gritar a los cuatro vientos que
estoy enamorada de Peeta Mellark, ni tampoco me declararé mañana, ni pasado, ni
la próxima semana, ni la otra… pero no voy a dejar que no confíe en mí, o que
no note que me gusta, como amigo quiero decir. No quiero ser la típica amiga
que va detrás de amigo que sólo quiere quedarse como amigo, y que sabe que tú
no. Eso lo estropea todo.
- Deberéis esforzaros para que os vaya bien la selectividad…
-continúa Plutarch en el minuto cincuenta y siete, justo cuando Peeta me mira.
Noto como sus dos trocitos de cielo me examinan, y veo de
reojo que curva una sonrisa, se rasca la nuca y centra su atención en tirarse
nerviosamente de las mangas, pero sin dejar de sonreír como un bobo (cosa que
hace que yo sonría como una boba). Luego echa la cabeza hacia atrás y mira el
techo, como si tuviera todas las respuestas.
Suelto una risita y me muerdo el labio, sonriendo. Vale, la
Katniss romanticona ha vuelto. Empiezo a juguetear con la punta de mi trenza.
Está claro que sigo con la sonrisa bobalicona.
Lo que me hace este chico, esto… esto no es normal. Me ha
pegado fuerte. ¿Por qué tiene un efecto tan grande en mí? Es que -levanto la
cabeza y abro mucho los ojos- me importa, pero me importa demasiado. No me lo
puedo permitir. Pero, es que es inevitable. ¿Cómo puedo controlar a mí corazón,
a mis sentimientos? Simplemente no puedo, no se puede.
Así que empiezo a morderme el interior de las mejillas,
hasta que hago una mueca y sangran.
- Eh, el discurso no es tan malo -me susurra Peeta, burlón.
¡Me susurra Peeta!
Me vuelvo hasta encontrármelo sonriendo, inclinado sobre su
mesa hacia mí, hincando el codo.
Fuerzo una sonrisa, qué al segundo se vuelve natural.
- Ya -susurro. Sólo me sale eso. Tengo la boca pastosa y me
tiembla la barbilla.
- No estudiéis sólo el día previo al examen… -sigue
Plutarch.
- ¿Estás bien? -dice, con un matiz de preocupación.
- ¿No me has preguntado eso ya muchas veces hoy? -susurro.
Aprieto los dientes- Lo siento -digo, avergonzada. No me atrevo a mirarle.
- ¿Algún día me lo contarás? -dice, en mí oído.
Giro la cabeza, sobresaltada, y lo encuentro, de nuevo, a
cinco centímetros de distancia. Sonrío y corto la distancia, poco a poco por su
cuello, hasta estar al lado de su oreja.
- Algún día -susurro, de la forma más agradable que se me
ocurre.
Es cierto, algún día tendré que admitir lo que siento por
él. Pero no el mismo día en que le he conocido, eso seguro.
Le aprieto el antebrazo un poquito y veo como se le erizan
todos y cada uno de los pelos. Me regala media sonrisa, bobalicona (cosa que me
encanta), y, cómo ya he asegurado que pasa y me pasará, me la pega. Así que yo
también tengo esa sonrisa bobalicona.
- Algo, espero, despierte vuestro grato interés -dice
Plutarch, con voz desinteresadamente reprochante-, es el “Baile de bienvenida”.
Es el tema de siempre, pero parece ser que os interesa más que la apertura del
curso… -en este mismo instante, cincuenta alumnos resoplan a la vez- Bien,
entendido -suspira él-. Se celebrará a finales de esta misma semana, y como ya
sabréis, la indumentaria será de etiqueta. No es obligatorio, pero está
implícito. El director es… -se corta, frunciendo los labios- Esto… -se rasca la
cabeza, haciendo memoria- chicas con vestido, chicos con traje, y… bueno, si es
en parejas o no, es cosa vuestra. Las entradas están a la venta en Secretaria
-¡qué suerte poder ver a Effie de nuevo! ¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho mal?-.
Buena suerte con las parejas y -suena el timbre-. Bueno, parece que eso es
todo.
Arrastro la silla y me levanto en un movimiento reflejo.
Todos me imitan, pero se apresuran a salir por la puerta antes de que yo vuelva
a la realidad.
El “Baile de bienvenida”. Definitivamente no iré. Sin
pareja, cosa que no tendré, no estoy dispuesta a ir. Es patético, humillante… y
que, bueno, en realidad, lo paso mejor leyendo un libro, escuchando música,
incluso haciendo rabiar a Buttercup y jugar al “Gato loco”, qué bailar con
adolescentes hormonados, contacto físico excesivo y, por supuesto, alcohol de
contrabando en el ponche.
- ¿Tienes pareja para el baile? -dice Delly. Glorioso habría
sido que lo hubiese dicho Peeta.
- Eh, no -contesto, saliendo de mi atontamiento- ¿Por?
- Tranquila, no era por ver si tenía posibilidades -me guiña
un ojo, y las dos empezamos a reír.
Madge se acerca, removida.
- Dios, que dilema, eh, ufff -dice apresuradamente-, tengo
que comprar un vestido, comprar las entradas, elegir pareja…
- Como si eso fuera a ser un problema para ti -digo. Es
cierto: es guapa, tiene dinero y tiene carácter; no le costará nada en
absoluto.
Echamos a andar hacia la cafetería, y Peeta se coloca a mi
lado.
- Pues sí, porque los mejores están cogidos, y de los que
quedan, tú tienes al mejor rubio y… -le regalo un codazo antes de que diga
“moreno”. Peeta suelta una risa nerviosa. Él es el rubio, y el camina mi lado
y… yo acabo de aprender a relacionar conceptos. Vuelve Katniss, la chica en
llamas- ¡Au! -se queja.
- Mantén la boca cerrada -le digo-. Yo no tengo a nadie -añado para mí.
Peeta cierra los puños fuertemente y yo me deprimo un poco
más.
***
Me hundo, hasta el punto en el que cuando llegamos a la
cafetería, no tengo hambre. Nos sentamos en una mesa y todo el mundo tiene una
bandeja delante menos yo.
- ¿Seguro que no quieres nada? -insiste Gale.
- No, gracias -vuelvo a repetirle.
- Pero si eres tú la que le dijo…
- Que si no como ahora, puede que no vuelva a ver la comida
luego. Sí, sí, lo sé, pero sigo sin tener hambre -me arrepiento por ser tan
brusca, pero es parte de mi naturaleza, y aunque sé que a Gale no le afecta,
porque la suya es aún peor, suavizo un poco las cosas-. Gracias, pero de verdad
no me entra -pongo una mano en su brazo y paso las puntas de los dedos. Este
gesto también es natural, muy natural; no sé si debe preocuparme.
Gale… es Gale. Es muy especial para mí, ha estado ahí desde
el principio, desde mi segundo principio, cuando me mudé a Naples.
Yo vivía, en realidad, toda mi pequeña familia vivía en
Pensilvania, un lugar al este de los Estados Unidos, donde siempre hacía sol y
estar bajo cero era como un mito. Vivir allí era… agradable. Era una ciudad
bonita, donde caminabas por la calle y no conocías a toda la familia de todos y
cada uno de los viandantes. La brisa era templada, el sol siempre resplandecía
y las nubes eran blancas y parecían esponjosas, como si alguien las hubiera
colocado allí con sumo cuidado. Había muchos parques con estanques, patos,
parejas de picnic (en manga corta, sin anoraks), y todas esas cosas típicas y
bonitas que hacen a una sonreír de camino al colegio, o al estudio de ballet.
Pero las cosas se torcieron, y el dinero empezó a faltar, hasta el punto en el
que el ballet se fue al traste y yo no dirigía una palabra a mis padres.
Después, todo fue a peor, y con una Prim de cuatro años, nos mudamos a Naples,
una pequeña ciudad al norte de los Estados Unidos, prácticamente a los pies de
los Apalaches. Era una mala pero que muy mala perspectiva para mí mudarme a la
otra punta del país con nueve años. Ese era el destino de papá; las minas de
carbón de los Apalaches. Pero yo tenía otros planes; yo quería bailar, yo
quería seguir viendo a mi amiga la Muda. Era y es una chica pelirroja, de piel
clara y ojos redondos. La dejé atrás, con mi anterior vida. A la pobre la
llamaban la Muda porque, básicamente era muda, peo es un apodo muy cruel. Me
daba pena, así que poco a poco me hice su amiga. Nunca me dijo su nombre,
quiero decir, describió o escribió, pero la consideré mi amiga, igual que ella
a mí la suya.
Llegué aquí, y el sol ya no brillaba, no podía exponer mi piel,
y nadie me dirigía la palabra, pero no como la Muda, sino de forma en que me
hacían el vacío. El ballet no volvió por falta de fondos, y nuestra casa, que
era normalita, fue sustituida por una cabaña maltrecha alzada a los pies de la
frontera con el bosque. Eso era lo único que con el tiempo, se convirtió en
algo bueno de este lugar. El bosque era mi guarida, llena de ruidos salvajes y
elegantes, donde se respiraba la paz e ese aire helado, la soledad, la vida y
la frescura. Mi padre introdujo el arco en mi rutia, y yo sustituí las ganas de
hacer un relevé por apuntar a una
ardilla que, después de mucho practicar, conseguí derribar. Al cabo de un
tiempo me convertí en un depredador más, y, como el dinero siguió escaseando y
mis padres no daban abasto, las presas que cazaba las llevaba a casa y servían
de cena. Mi madre se quejó al principio pero luego se dio cuenta de qué era
carne fresca, en realidad muy buena, que utilizaríamos sí o sí. Ahora soy más
que mortal con el arco.
Luego mi padre me llevó al lago, y poco después yo encontré
la pradera; me empezó a gustar el sitio.
- ¿Mal día? -me pregunta Gale.
- Algo así -respondo, apartando desinteresadamente la mano.
La dejo caer sobre mi rodilla.
- Necesito ir de compras, para elegir el vestido del baile -dice
Madge mientras muerde un trozo de pizza.
- Ohh, no, por favor… -susurro. Gale empieza a sonreír, y yo
le fulmino con la mirada.
- Katniss, tienes que acompañarme -declara Madge.
- Oh, no -le espeto.
- Oh, si -me espeta. ¿Por qué demonios esta chica es tan
difícil?
- No necesito ningún vestido -digo.
- ¿Piensas ir con vaqueros al baile? -dice ella sarcástica,
arqueando las cejas. En realidad, ya sabe mi respuesta, como todos los años.
Alguna vez ha conseguido arrastrarme, pero la mayoría gano yo.
- Simplemente no pienso ir -gruño. Delly arquea las cejas.
- Claro que vas -dice Madge. Vuelve a morder su pizza, y
cuando el queso se convierte en un tobogán interminable entre sus dientes y la
masa, mis tripas empiezan a rugir.
- Voy a por algo de comer -pellizco fuertemente a Gale antes
de que suelte la primera carcajada. Creo que Peeta le susurra algo a Delly,
aunque no estoy segura.
Me levanto sin esperar respuestas y me dirijo a la cola, con
mis fuertes pasos resonando, como si quisiera hacer un boquete en el suelo con
cada paso.
- ¡Katniss! ¡Espera! -grita Delly.
Me vuelvo, y la veo corriendo hacia mí. He avanzado más
rápido de lo que creía y ya he cruzado media cafetería.
Me quedo plantada ahí en medio, esperando. Odio esto, porque
media cafetería me mira, no sé porque. Debe ser que tengo monos en la cara.
- Gracias por esperar -dice Delly a dos pasos, sonriendo.
Con ella no puedo ser borde.
- No es nada -empezamos a caminar de nuevo- ¿me has seguido
gracias a la senda de destrucción?
- Oh sí, he podido ver la sala de calderas por cada agujero
que has hecho -empieza a reír, y aunque no crea que tiene mucha gracia, la
imito. Es menos de lo que merece.
Llegamos a las bandejas. La cola avanza bastante fluida, así
que directamente cojo una y doy los primeros pasos, para quedar frente a la
fruta, colocada sobre hielo.
- No es que quiera ser borde, ni cotilla, ni meterme donde
no me llaman, pero… ¿Por qué no vas al baile? -dice Delly, mientras alarga la
mano para coger una reluciente manzana roja.
- Tranquila, no pasa nada. Es que… bueno, no tengo con quién
ir -paso de la fruta hoy. Paramos frente a cientos de pastelitos de colores,
chocolate caliente y galletitas amontonadas.
- ¿Es sólo eso? Nada… ¿nada más? -dice.
- ¿Qué creías? -se encoge de hombros. Elijo una tierna
magdalena de limón glaseada con un aspecto delicioso; se me hace la boca agua-
No, no tengo ningún trauma ni nada por el estilo con los bailes. Es que
-paramos frente a las bebidas. Decenas de botellas frescas con cristalina agua
embotellada, refrescos coloridos y burbujeantes, y zumos fluidos y dichosos-
simplemente creo que si voy, es para ir con alguien, ilusionada. No para
malgastar mi tiempo bailando sola -Delly coge una botella de agua con gas-, con
un incómodo vestido que ni siquiera le va a alegrar la vista a alguien que me
importe, y aguantando la continua burla de Glimmer, Clove, y todas las
estúpidas animadoras repipis que bailen con unos enormes cabeza-huecas y se
regodeen por ello -cojo aire, aprieto una botella de agua fresca y busco unas
monedas en mi bolsillo trasero.
- Invito yo -dice Delly, depositando un billete de cinco en
el mostrador.
- Gracias -digo. Caminamos de regreso a la mesa con las
bandejas.
- No hay de qué. Entonces, ¿estás segura de que no tienes
ningún trauma? -suelto una carcajada, pero esta vez de verdad.
- Eso creo, aunque aún está por aclarar -respondo,
sonriente.
- Y, de verdad, ¿qué piensas sobre Peeta? -deja caer.
- ¿Cómo que qué pienso sobre Peeta?
- Eso -dice bajito, colorada.
- La verdad, me cae muy bien; y no soy de las que hacen
amigos todos los días. En realidad, ninguno -suelta una risita-. Es genial
-acabo. «Katniss, ¡¿sólo se te ocurría ‘genial’?! Eso ya no lo usa ni Prim» Al
menos, no has dicho que te parece… ahhh. Eso, me parece realmente ahhh. «Estúpida
enamorada»- ¿Por?
- No, nada.
- Delly…
- Es sólo por saberlo, ya sabes, os he presentado yo, y a él
le caes muy bien, y no quería meter la pata con vosotros, y… -está muy
nerviosa.
- Delly, respira -le digo, parando. Inspiro e inspiro
exageradamente para que me imite, y así hace.
Retomamos la marcha, a cinco metros de la mesa.
- ¿Qué…? -trago saliva- ¿Qué querías decir con que no
querías meter la pata con nosotros?
Llegamos a la mesa y por esas se salva.
- Katniss, -dice Gale serio- ¿seguro que podrás con todo
eso? -levanta una ceja, señalando a mi solitaria magdalena.
- Ja, ja, ja -le espeto mientras me siento-. Creo que podré
con ella -y acto seguido le doy un mordisco. Mmmmmm, Dios, que bien sienta un
poco de azúcar. Me siento mejor, contenta incluso, aunque el no haber cruzado
una palabra con Peeta en todo el almuerzo me pesa.
- Entonces, Katniss, ¿qué tarde te viene bien ir a Capitol’s? -deja caer Madge. Capitol’s
es una tienda muy pija, extravagante, popular y, por qué no decirlo,
extremadamente cara. Necesitaría pedir un préstamo para comprar tan solo medio
tacón.
- ¿Ninguna? -digo yo, casi suplicando. Bebo un poco de agua.
Cuando me inclino veo a Peeta de reojo, que está un poco
chafado. Mira su chocolate fijamente, mientras lo remueve con un trozo de
panecillo.
- Creo que mañana tengo la tarde libre -dice ella.
- Madge, sabes que no puedo permitírmelo -digo bajando a una
octava, mirando lo que queda de magdalena. El glaseado reluce bajo los
fluorescentes.
- Yo… -empieza. «Puedo comprártelo» seguiría diciendo.
- No quiero caridad, no quiero ser la aprovechada, ni nadie
de quién os tengáis que compadecer -digo brusca.
Peeta, Madge, Delly y Gale. Todos, me miran a mí, mientras
me muerdo otra vez el interior de las mejillas, reabriendo las heridas. Mi mirada
se posa sobre ese glaseado hipnotizador, reteniendo las lágrimas.
- Está bien -dice Madge con voz ahogada-. Pues simplemente
acompáñame -es un truco muy viejo.
Me levanto de golpe y salgo de allí como alma que lleva el
diablo, directa al rincón dónde Peeta me ha consolado antes, porque es lo único
que realmente tengo de él. A llorar.
Sé que es una actriz famosa, cosa que no me gusta porque prefiero que vosotros mismos imaginéis los personajes. Hey!!!! Ánimo con el concurso!!!! Chic@s, por favor, participad y mandad una imagen. Para el próximo capítulo espero conseguir la foto de Madge Undersee, y aún no he encontrado ninguna que coincida, así que cruzo los dedos y espero las vuestras ^^. Gracias ;))
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