sábado, 30 de noviembre de 2013

Capítulo 6: La declaración de Peeta

Capítulo 6: La declaración de Peeta

Muy bien, segundo día.
Echo una mirada al despertador: las seis. Vale, puede que sea un poco pronto y que de normal me levante a las siete, pero es que quiero salir de casa antes para ir sola al instituto. Solo quiero retrasar lo inevitable. «Katniss, ¿Cuándo vamos a por los vestidos? Katniss ¿estás bien? Katniss, siento lo de ayer…» Mimimí mimimí mimimí. Y así me convertí en el cachorrito abandonado del grupo. Odio los comentarios de pena, disculpa o cualquier tontería que  les pase por la cabeza para tranquilizarme. Lo peor, es que antes piensan, ¿y cómo tranquilizo a la loca hoy?
Bajo la mirada, para encontrar a Prim abrazada a mí, con las dos trencitas que le hice anoche, y que yo también llevo. Sonrío, porque seguramente yo estaré ridícula con esto, pero… ¿qué más da?
Me despego de ella con cuidado, se revuelve un poco antes de sustituirme por la almohada, y abro el armario; mis botas altas con cordones, de piel marrón; unos pantalones caquis; un jersey color hueso de lana, de tela tan gastada que el entramado se ha separado un poco.
Beso a Prim en la frente, la arropo bien, y cierro la puerta poco a poco antes de salir, para no despertarla.
Me dirijo al baño y me lavo la cara con agua fría. Es eso o café, y odio su sabor amargo. Nada de maquillaje hoy, por si acaso (muy probable) vuelvo a llorar. No quiero parecer un mapache. Deshago las dos trenzas y las fusiono para convertirlas en una, en la mía de siempre.
Salgo al comedor y veo encima del sofá al gato más feo del mundo: hocico aplastado, media oreja arrancada y ojos del color del calabacín podrido. Prim le puso Buttercup porque, según ella, su pelaje amarillo embarrado tenía el mismo color de aquella flor, el ranúnculo.
Sigo mi camino y le ignoro. Cojo una manzana del armario superior de la cocina y me cuelgo la mochila en el hombro. Oigo un gruñido a mi espalda.
- Pienso cocinarte -le digo. Él me bufa como respuesta y yo doy un portazo al salir.

***



- Vale, Katniss, la cabeza bien alta -me digo, a diez metros del instituto. Llego una hora antes, así que está desierto.
Entro por la puerta principal y me dirijo a paso ligero al gimnasio.
El gimnasio está dividido en varia partes; el ring de lucha libre, el estudio de ballet, el de gimnasia rítmica  y la cancha de baloncesto. Fuera, el campo de fútbol americano y el de beisbol.
Paso corriendo a los vestuarios de mujeres y me pongo el mallot que me han dejado (supongo que los de administración) en mi taquilla, en un minuto.
Falda vaporosa y lacia negra, parte superior de tirantes rosa, puntas (los zapatos de ballet) rosas y un moño bien apretado dentro de la redecilla negra (la mía de cuando tenía nueve años).
Rocío un poco de laca sobre el moño y salgo deprisa, hacia el estudio.
Por fin volveré a bailar… a ver, yo he bailado todos estos años en mi casa, y he practicado la flexibilidad para no perderla, porque sino no podía permitirme volver a bailar. Pero hacerlo en un estudio, con las barras, los espejos, el parqué… lo cambia todo. Incluso tolero rociar la laca sobre mi pelo, cosa que odio.
Avanzo por el pasillo que lleva a cada una de las zonas, y escucho un susurro. Paro, y afino mi oído. Más bien utilizo mi sexto sentido de cazadora. Oigo un siseo y… alguien suspirado, como si acabara de correr una maratón y su respiración fuera agitada. Pero sólo después de un siseo. ¿Qué demonios es eso?
Avanzo por el pasillo y me asomo a todas y cada una de las salas, y cuanto más me acerco al ring de lucha libre, mejor puedo oírlo.
Me acerco de puntillas a la puerta y me asomo.
Peeta vuelve a golpear el aire con su puño derecho, en posición defensiva, luego, realiza un gancho con el izquierdo. Así, con la ropa deportiva y el pelo rubio despeinado, no está nada, pero que nada mal.
Suda, suda, respira, golpea y vuelve a sudar.
Me quedo observando furtivamente desde la puerta, mientras el tiempo pasa… Dios, parezco una acosadora.
Suda, suda, respira, golpea y vuelve a sudar.
- Hola -digo sin pensar. Abro mucho los ojos y me maldigo.
Suda, suda... y me mira con ojos como platos, paralizado. Genial.
Me quedo como una estatua, mientras los dos observamos la escena. «Katniss, la última vez que te vio prácticamente te autodenominaste como la “loca, pobre y confundida del grupo”. No es cosa rara qué ahora no sepa cómo reaccionar, y si encima te ve vestida con esto… » Hay Dios, voy con el atuendo de ballet.
Aquí está, Katniss Everdeen, ¡La chica en llamas!
Doy un paso atrás, otro y otro más, hasta que estoy fuera de su campo de  visión  y echo a correr hacia el estudio antes de que cometa otra estupidez.

***


Piso fuerte sobre el parqué y ejecuto un salto abriendo mucho las piernas cuando llego al punto más alto. Duele, sudo, me agota… pero amo hacer esto. Y, que requiere mucha concentración, el gran final… me coloco sobre las puntas, levanto los brazos con elegancia y empiezo a puntear el suelo, sintiendo como las puntas picotean rápidamente la madera...
- Hola Katniss -dice Peeta.
Mis pies se lían y casi caigo de morros. Buena ejecución, buena distracción.
Sino llega a haber estado ahí Peeta…
Quedo apoyada sobre él con las manos en su cálido pecho, y mi cuerpo inclinado sobre el suyo. Apoya sus manos en mis caderas, y noto como mi corazón se va a salir del pecho.
- Lo siento -dice con una sonrisa.
Apoyo mi frente en su pecho durante unos segundos, notando el latido de su corazón sobre mí frente, para luego levantar la cabeza y sonreírle.
- Podrías llamar -digo.
- Y tú -contesta sonriendo.
- Oh, que te has dado cuenta de que estaba ahí -digo, molesta, aunque todavía sonriendo. En el fondo (y no tan en el fondo, más bien surcando la superficie)  sé que es culpa mía, y no suya.
- No sabía que te gustaba charlar con chicos sudorosos que apestan -dice, arqueando las cejas.
- Le estás dando la razón a Effie.
- Duele admitirlo -susurra. Suelto una carcajada.
- Tampoco yo sabía que a ti te gustaba hacer lo mismo con las chicas.
- Oh, sí, hueles a… -olisquea el aire un poco.  Le frunzo el ceño, aunque para lo que viene ahora relajo la expresión y me armo de valentía, porque es lo más parecido a un «me importas» que puedo decir.
- En serio -trago saliva y empiezo, con un hilo de voz-, ¿he hecho algo mal? -le miro a los ojos, a esos preciosos ojos azules, a medio metro e inalcanzables a la vez, porque creo que nunca serán míos.
- No -dice, totalmente convencido.
- Sé que ayer me pasé -prosigo, ignorándole-, y qué no soy una chica dulce, y qué puedo sacar de mala manera todo lo que realmente soy, qué no es exactamente un camino de rosas, pero no lo hago a propósito. Soy así, aunque no me guste. Es que…  -«no quiero alejarme de ti por ser como soy» No, no puedo decir eso.
Me agobio, me agobio mucho.
La retira de mis caderas y me recoge la barbilla con una mano, que es tan cálida y suave como cuando se la estreché ayer, o cuando me abrazó, o cuando me caí…
- A mí me gustas así, tal y como eres -tengo el valor de mirarle  los ojos, alentada por sus palabras. Me moja los ojos y me saca una sonrisa, a la vez-. La Katniss real, es perfecta.
Las lágrimas corren por mis mejillas y mi sonrisa se ensancha hasta que río. Le abrazo. Sí, no sé cómo pero le estoy abrazando, y él me está devolviendo el abrazo. Y creo que está sonriendo, aunque puede que sólo sea un reflejo de lo que siento yo. Cuando sus labios se apoyan sobre la piel de mi cuello irradian calor, un calor que hace que mis músculos, tensos y ejercitados, se relajen y asemejen a los de un bebé.
- Gracias, muchas gracias -susurro-. Sé que soy una llorona -añado, sonriendo.
Se separa un poco para dejarnos cara a cara.
- Así yo podré consolarte -dice. Le sonrío, y él a mí.
- Pero si está aquí la chica Juilliard con su noviete -dice esa ronca voz de nuevo.
Los dejamos de sonreír. Yo, al menos, porque sé quién acaba de decir eso.
Giro la cabeza y veo a ese barrigón rubio, molesto y descarado al que tendré que llamar profesor. Sonríe gustosamente, y, sinceramente, me molesta.
- Buenos días, preciosa -dice, mientras se acerca. Al menos está sobrio, aunque sigue sin tener buen aspecto.
Me separo de Peeta, a regañadientes, y le encaro, aunque Peeta se me adelanta.
- ¿Y usted es…?-dice de una forma poco correcta. Me coge de la mano, y mientras entrelazamos nuestros dedos me, me… no sé cómo explicarlo. Me dan ganas de abrazarlo y no soltarlo jamás, porque me está protegiendo, porque no me ha llamado loca, porque no quiere que cambie, porque me apoya. Porque en realidad él es el único que me ha dado ánimos y apoyo en todo este tiempo.
-Haimitch, Haimitch Abernathy. Su -me señala con las cejas- profesor de ballet. ¿Y tú?
-Un amigo -le espeto, dando un paso adelante, sin soltar la mano de Peeta. ¿A él que le importa?
- Peeta Mellark -me mira. Y de nuevo, esa expresión indescifrable entre tristeza y nostalgia, algo que nunca conseguiré comprender-, un amigo.
Haimitch estalla a carcajadas. Se tapa la boca con una mano para tapar una obvia sonrisa. Su risa se ha oído por todo el edificio, Idaho, y Norte América.
- ¿Qué? -digo, lo más arrogantemente qué sé. Será mi profesor, pero ayer le perdí todo el respeto.
- Nada -da un paso hacia mí, y vuelve a sonreír e intentar esconder la sonrisa, inútilmente. Creo que le estoy cortando la circulación de la mano a Peeta. Aflojo un poco el agarre, pero el aprieta enseguida para que no le suelte (cosa que no pensaba hacer, ni loca. Já)-, preciosa.
Le bufo, como me hace a mí Buttercup, y me dirijo a la puerta, arrastrando a Peeta conmigo.
- ¡Te veo en unos encantadores diez minutos, preciosa! -me grita Haimitch, mientras cruzo el estudio- Un placer, chico.
- Igualmente -contesta Peeta, resignado. Lo ha hecho por educación, eso que no tengo yo.
Salimos al pasillo, y me doy cuenta de que lo conduzco como a un perrito faldero, así que me paro y le suelto la mano.
- Gracias, otra vez -digo.
- No hay de qué.
- ¿Siempre tengo que deberte algo? -arquea las cejas, desconcertado- Es qué, no sé, aunque no me conozcas de nada, siempre me has ayudado, y…
- ¿Siempre?
- Sí -trago saliva y me alejo un paso-, siempre.
- Han sido menos de veinticuatro horas -dice, incrédulo, aunque distante.
- Lo sé… -susurro, con voz queda. «Mentirosa, Katniss Everdeen»- Bueno, voy a… -«piensa rápido…»- me voy -«Esa es mi chica. Muy lista, como siempre, Katniss»
Doy un paso vago, hacia ninguna parte. Entonces Peeta me coge del codo y me vuelve a acercar a él. Noto el calor que irradia su cuerpo, a pesar de los centímetros de aire que nos separan.
- Estoy seguro de que soy yo el que lo hace mal -dice en voz baja, mirándose los pies.
Me callo, porque ¿qué diablos puedo contestar a eso?
Yo también bajo la mirada, y me centro (hasta que los ojos me bizquean) en el surco que trazan sus dedos sobre mi piel. Pero no duele, sólo me transmite su tensión.
- Tú lo has hecho todo -digo por fin, mirándole a los ojos, aunque estén prestando atención a sus pies-, pero nada está mal.
Levanta la mirada, y mis ganas por abrazarlo, tocarlo, sentir que está aquí conmigo y, por qué no decirlo, provocar un leve roce de labios entre los dos, aumentan hasta que se vuelve insoportable y tengo que morderme el interior de las mejillas. Ese agujero que sentí en el abdomen vuelve para traerme de nuevo todo el dolor psíquico que se puede sentir. Noto de forma poco agradable y dolorosa cómo las heridas se reabren y la carne sangra.
- Yo lo hago mal -vuelve a decir bajo.
- ¿Cómo puedes decir eso? -digo, acercándome un poco más.
- Sí me atreviera a decirlo todo, no estaría así -dice.
Vale, si esto es otro de sus «Oh, qué asco me das», no le veo el sentido. Que lo diga, sea bueno o malo, y punto. Así, al menos, tendré una razón para odiarlo. Pero es que tan siquiera eso. También puede ser una buena noticia, aunque no se me ocurre ninguna posible. Por otra parte, yo tampoco declaro lo que siento ni digo todo, así que mejor me callo. Sería hipócrita.
- Sólo dilo -susurro. De acuerdo, he dicho lo que quería decir, pero no soy hipócrita, le comprendo y no me quejo. Sólo doy un pequeño consejillo, que yo también debería seguir.
Me suelta el codo y me mira a los ojos.
- Yo… -su nuez de Adán sube y baja, y empieza a sudar, a pesar de los pocos grados que deben haber en un lugar cercano a Canadá, en otoño, a las siete y pico de la mañana- No es fácil decir esto…
Poso una mano sobre su hombro y aprieto un poco, para darle ánimos y confianza. Me sonríe.
- Si no estás seguro de querer contármelo… -empiezo.
- No es eso. Estoy seguro -afirma, con esa mirada enternecedora directa a mis ojos y su sonrisa todavía ahí-. Que Dios me maldiga si no he estado más seguro de algo en mi vida.
- ¿Entonces? -digo, más animada por su matiz entusiasta. Incluso me permito soltar una risita.
- Vale… -respira hondo, y vuelve ese chico que sudaba y no sonreía- Sigue sin ser fácil…
- Tranquilo -pongo la otra mano sobre su hombro-, dímelo cuando estés preparado -y me vuelve a sonreír de esa forma tan tierna. Me muerdo más fuerte el interior de las mejillas-. Sé lo que es querer decir algo con todas tus fuerzas pero no permitírtelo.
Dejo caer los brazos a los lados, de forma triste y decaída. Me vuelvo más triste y decaída cuando me doy cuenta de que he dejado de tocarle. He perdido tontamente ese privilegio, aunque así no parezco una lapa acosadora.

- Katniss -le miro a los ojos, esperanzada de nuevo-, yo…

domingo, 24 de noviembre de 2013

Capítulo 5: El bosque

Hola holaaaaaaa!!!! Estoy superfeliz por el estreno de Los Juegos del Hambre: En Llamas ^^. Y a la vez tristona porque nadie ha enviado la imagen de Madge... bueno, pues esta semana no hay foto :C. Además, la gente ya no visita tanto... al principio se dispararon las visitas, pero ahora hay un bajón terrible,y no me gusta nada, porque sino la historia se suspenderá. ¡No quiero suspenderla! Pero es la única alternativa que veo. O dejar el blog un tiempo para luego volver, a ver si así hago gusanillo y el tiempo recolecta lectores. No sé que hacer, así que de momento os dejo el capítulo un poco triste, a ver si me animáis :-c ...


Capítulo 5: El bosque

Estrello la mochila contra la pared y todo se desparrama por el suelo. Me dejo caer de rodillas, y mi cuerpo tiembla cuando chocan contra las baldosas. Sé que lloro, pero no cuándo he empezado a hacerlo; cuando le he dado la espalda a Peeta, cuando he salido de la cafetería, cuando huía desesperada por los pasillos o simplemente cuando me he dejado caer. Noto como un vacío se expande en mi abdomen, hasta crear un agujero doloroso, como un cosquilleo que te absorbe y no se cierra hasta acabar con cada fibra de cualquier sensación buena que puedas retener.
¿Por qué tengo que ser insignificante? ¿Por qué no puedo pagar mi propio almuerzo? ¿Por qué daño a todas las personas que me importan? Ahora sólo me apetece estar en el bosque y perderme en él lo que quede de mi existencia. Sentirme libre, sola, en paz, fuerte, ágil, ligera… pero sobretodo, capaz, no impotente. No quiero pudrirme en la esquina de un estúpido instituto, donde reina una panda de estúpidas Cheerleaders y rubios de dos veinte con puños del tamaño de su cerebro. ¿Por qué la vida tiene que ser así? ¿Por qué no puedo ser feliz ni un minuto? ¿No lo merezco? No soy un alma cándida e inocente pero…
- ¿Tan mal lo hago? -grazno.
Otra ronda de lágrimas se desparrama por mi cara con una fuerza digna de río bravo. Me cojo las rodillas y escondo la cara detrás de ellas.
Huele a limón. Sí, de repente huele a limón, naranjas y cuero…
Levanto la cabeza vagamente después de un rato, pero allí no hay nadie. La vuelvo a bajar, pero me paro al ver el resplandor del glaseado de mi magdalena por encima de mis rodillas, a dos metros de mí. Rompo a llorar con más fuerza, pero me arrastro poco apoco hasta cogerla, volver gateando y guardarla en mi mochila. Así, poco a poco guardo todas las libretas y bolis que se habían deslizado por el corredor.

***


Vuelvo a hacerme un ovillo en el rincón. Tengo los músculos tensos de frío. Si alguien pasara ahora por aquí no podría escapar ni esconderme. Tendría que levantarme, moverme y dejar que la sangre volviese a circularme por las extremidades, pero en vez de hacerlo, me quedo sentada, tan inmóvil como una estatua. Hace rato que la campana ha sonado y la media hora del almuerzo ha acabado, aunque yo hago pellas. Seguramente todos habrán entrado en clase, sin hablar de mí, de su vergonzosa amiga-carga, y no les culpo por no venir a por mí, sólo duele y expande más el agujero. Y es que lo único que se me ocurre ahora, con la cabeza embotada, es que sólo un abrazo de Peeta podría hacerme volver a entrar en calor. Eso hace que me congele todavía más.
- Preciosa, ¿qué haces ahí? -oigo decir a una voz ronca y claramente ebria.
Levanto la cabeza y veo a un hombre barrigón, aunque no tanto como Plutarch, rubio despeinado de facciones puntiagudas, que se tambalea hasta mí.
- No te importa -suelto, con voz también ronca.
- Oh, encantado de conocerte yo también -dice. Se deja caer de culo a mí lado. Su aliento es peor que el de Buttercup.
- Vete -gruño.
- Vamos, este rincón no es sólo tuyo -dice, y suelta una risa más irritante que la de Effie.
Emito algo entre suspiro y gruñido y vuelvo a esconder la cabeza, esta vez entre las rodillas.
- Tou che ­­­­-admito.
Pasan unos minutos, y el borracho no molesta, así que no me voy. Esto es mejor que volver a clase y dar una explicación «Ups, ¿me perdí?».
- Así qué, ¿me vas a contar lo que te pasa? -dice, como una cuba- ¡Novios! -exclama. Pego un bote, pero su risa  con olor a vodka raramente me tranquiliza y vuelvo a relajarme.
- Cuéntame lo que te pasa a ti, y te contaré lo que me pasa a mí -propongo. ¿Por qué demonios lo hago? Es un misterio. Siento como si este desconocido borracho me protegiera, por extraño que parezca. El alcohol no se pasa de una personas a otras por al aire, ¿no?
- Yo he preguntado primero, preciosa.
- ¿No hay trato? -estiro una pierna y empiezo a masajeármela para recuperar la movilidad.
- ¡De acuerdo! -giro la cabeza y le miro-, de acuerdo, tu ganas preciosa -vuelvo a doblar la pierna, que duele.
- ¿Y bien?
- Tengo que dar unas clases de ballet -uauu, ballet. Nunca, en la vida, me lo haría imaginado siendo un profesor de ballet. Estaría guapo con mallas.
- Te entiendo -digo con sorna.
- Te toca.
- Eh, tú no me lo has contado -gruño.
- Sí -dice, de forma en que parece interrogante, aunque es culpa del alcohol.
- La verdad -exijo.
- Esa es la pura verdad, preciosa.
- ¡Cuéntalo todo! -exclamo.
Me observa, y por primera vez, su semblante es serio, aunque todavía le bailan los ojos.
- Me torturo entrenando todos los -espera, como si hubiera olvidado lo que iba a decir- ¡malditos -pega un puñetazo al suelo- años a un grupo de bailarines que no da pie con bola! Fracasan todos los años, y quedan los últimos en la clasificación; ni uno ha entrado en Juilliard.
Me quedo con la boca abierta durante medio segundo, pero no por lo que ha dicho sino por los cambios de humor de que tiene.
- Uauu, estás de suerte.
- ¿A sí, preciosa? -dice sonriendo.
- Exacto -empiezo a masajearme las piernas.
- ¿Por qué?
- Dímelo tú -le reto.
Me mira durante una fracción de segundo.
- Ya sé que practicas ballet; tienes buen empeine y estiras mucho con demasiada facilidad simplemente ahora -suelta de una. Pues sí es profesor.
Me levanto, agarro mi mochila y, tras colocar bien mi trenza sobre el hombro derecho, le doy la espalda.
- ¡Eh! -se queja.
Giro el cuello para mirarle como si no fuera más que el borracho que hay ahí tirado, aunque en realidad no lo crea; a mí no me engaña.
- Yo seré la primera en entrar en Juilliard con matrícula.
Miro hacia delante y salgo de ese oscuro pasillo.

***


El hielo y la nieve crujen bajo mis botas mientras avanzo, a paso ligero. Giro el recodo y veo el edificio de una planta, de paredes de madera blanca y techo azul.
- ¡Prim! -grito.
Alzo la mano y la sacudo, llamando su atención. Ella me ve y sonríe, mientras a mí se me derrite el alma. Tira del delantal de su profesora, que hace guardia ojo avizor, me señala, la profesora asiente y Prim corre hacia mí. Me agacho antes de que me alcance y la abrazo con fuerza cuando lo consigue.
- ¿Qué tal el cole? -le pregunto. La peino, colocándole las dos trenzas en su sitio, que resaltan sobre el abrigo de lana negro.
- Muy bien, pero te he echado de menos -contesta. Le doy un beso en su colorada mejilla izquierda.
- Y yo, patito -digo mientras me levanto.
- ¿Y tú cómo lo has pasado? -me tiende la manita y empezamos a caminar en cuanto se la cojo.
Me congelo durante un momento ante todas las posibles respuestas que tengo guardadas, pero sólo digo:
- Muy bien también -y añado una sonrisa, desfilando todos mis blancos dientes.
Sonríe satisfecha.
- Pues hoy he conocido a una niña nueva.
- ¿Sí? -digo.
- Sí, se llama Rue.
- Qué bien.
- Ahora somos mejores amigas.
- Genial.
- Y aunque somos muy diferentes, nos llevamos muy bien. Mira ella es morena y yo rubia -asiento mientras me percato de que no pase ningún coche y podamos cruzar-, sus ojos son marrón oscuro y los míos azul claro, su pelo es rizado y el mío casi liso.
- Pues sí que sois diferentes -exagero.
- Ya, pero las dos somos igual de altas y muy delgaditas -y alza el brazo, imitando a alguien muy fuerte, como un forzudo  del circo.
- Eres mi pajarito -afirmo sonriendo.
- Siempre -dice sonriente, mientras imita el aleteo de un pajaro.
Asiento con la cabeza mientras intento grabar todos y cada uno de sus rasgos en mi mente, para que jamás se me olviden. La amo y la adoro.

***


Llegamos a casa al cabo de unos diez minutos, ya que el colegio al que va Prim no está muy lejos.
- Mamá, ya estamos en casa -exclamo al abrir la puerta.
Hago entrar a Prim corriendo porque fuera ha empezado a nevar. Me sacudo, haciendo caer algún que otro copo de nieve y veo que no hay carbón en la estufa.
- Ahora vuelvo pajarito -le digo a Prim.
Ella asiente y se dirige a su habitación.
Cuando por fin estoy sola dejo caer la mochila sobre el sofá y mis hombros se hunden, el dolor de cabeza se intensifica y mis ojos, libres de retención, vuelven a humedecerse. Salgo afuera antes de empezar a llorar por si acaso Prim vuelve al comedor y me encuentra tal cual.
Corro hacia el bosque, mientras la trenza bota y rebota sobre mi hombro, y el agujero vacío vuelve a aparecer en mi abdomen, tragándose este pequeño rato con Prim y depositándome de nuevo en ese rincón junto a mi profesor borracho.
Mi vida, es penosa. Mi amor, me odia. Mis amigos, me tratan como a un cachorrito abandonado. Mi furia, no consigue ser retenida. Mis padres, no ríen desde hace años. Mi pajarito, mi patito, mi prímula, vive una mentira, aunque me desviva por protegerla.
Salto un tronco caído y me paro. Me limpio las lágrimas rudamente con las mangas de mi abrigo y me giro. Meto la mano en el tronco hueco y saco un arco y un carcaj de flechas. Pertenecen a mí padre, así que vuelvo a meterlos y, tras hurgar un poco más, saco los míos y un morral. El arco es plateado, de algún metal ligero, y la tensa cuerda parece transparente. El carcaj es, también, plateado, de alguna malla muy resistente, mientras que las flechas parecen estar del mismo metal que el arco, aunque con una fina pluma de distintos tonos verdes en el extremo opuesto a la punta. Los adoro porque son elegantes, ligeros y prácticos y, sobretodo, porque me los regaló mi padre. Los suyos están tallados en madera oscura y vieja, con una cuerda negra, al igual que la tela de su carcaj y las plumas de las flechas.
Acaricio suavemente con las puntas de los dedos el metal del arco. Trazo de nuevo la curvatura, y luego paso a presionar las yemas contra la cuerda. Cojo profundamente aire helado, que hace que me duela la garganta. Las lágrimas han desaparecido.
Me cuelgo el carcaj y avanzo en silencio, cargada con arco en mano. Recorro unos cuatro quilómetros antes de parar y sentirme parte del bosque, de todo. Aquí la nieve no ha caído con tanta fuerza y las copas de los árboles han protegido el suelo, así que no hay nieve ni hielo por ninguna parte, sólo el suelo virgen, verde, esponjoso y estable.
-Ojalá yo fuera estable -murmuro.
Coloco con ferocidad el arco en posición, presiono la cuerda contra mi mejilla derecha, y la suelto.
La ardilla cae con un golpe sordo.
- Ojalá no estuviera enamorada.
Vuelvo a colocar una flecha sobre la ranura, doy un rápido giro de ciento ochenta grados y, tras presionar mi mejilla y soltar aire entre mis labios, disparo.
La pequeña codorniz pasa a mejor vida.
- Ojalá yo no fuera yo.
Recojo una piedra del suelo, la pongo sobre la cuerda, tenso y disparo hacia el cielo. Rápidamente cojo una flecha tras otra, mientras la bandada de patos cae, uno a uno. Eran diez.
Echo la mano hacia el carcaj, pero no logro retener más que aire entre mis dedos. Furiosa e impotente, dejo escapar una mofeta cercana, aunque no habría sido agradable limpiar esa pieza. Pateo el suelo una y otra vez, haciendo volar hojas por doquier. Me concentro en el verde que me rodea, pongo las manos en mi cabeza y aprieto.
- Soy Katniss Everdeen. Tengo dieciséis años. Vivía en Pensilvania. Mi familia se mudó. Dejé el ballet. Vivo en Naples, Idaho. Mi padre consiguió un trabajo en las minas. Prim comenzó el colegio. Mi madre cayó en depresión. Peeta Mellark me salvó. Yo caí en depresión. Amo a Peeta Mellark. Sigo con depresión. Mis amigos me compadecen. Me hundo más cada minuto que sigo viva.

***


Limpio las presas, sentada sobre un árbol caído cerca de un arroyo. Una ardilla gorda, una codorniz, y una bandada entera de diez patos, grandes.
Desplumo a la sexta ave cuando me doy cuenta de que ya está atardeciendo. Dejo las otras presas por limpiar y las meto todas en el morral.
Me levanto, dispuesta a irme, ya que me llevará otra hora volver, pero me detengo unos segundos, que sin saberlo se convierten en minutos, admirando el sol, y todos los tonos que crea sólo al esconderse tras la montaña. Naranja pálido, azul claro, rojo pasión, amarillo vivo…

***


- Hola -digo al empujar la puerta principal. Fuera ya es noche cerrada.
- Hola -me responde papá.
- ¡Papá! -corro y me tiro a sus brazos- ¿Qué haces aquí tan pronto? -digo contra su pecho. Sonrío de verdad.
- Están comprobando algunas cosas en la veta. Seguridad, ya sabes.
- Más les vale -dice mi madre, sonriendo, desde la cocina. Huele realmente bien.
- Mamá -digo, deshaciendo con suavidad el abrazo de mi padre y caminado hacia ella-, ¿estás cocinando o es un sueño?
Empieza a reír, y aunque solo sean tres segundos, me siento la persona más afortunada del mundo.
- Se les puede sacar provecho a tus ardillas después de todo -dice.
- Mejor, porque traigo doce piezas más -digo, dejando el morral sobre la mesa.
- ¿Con quién te has enfadado? -pregunta mi padre. Me giro, alarmada, pero veo como sonríe con sorna. Siento como el peso se desvanece.
- ¡Katniss! -grita Prim sonriendo, con el pelo mojado, envuelta en una toalla amarilla y descalza.
- ¡Primrouse! -le regaña mi madre.
Me dirijo hacia Prim mientras le frunzo el ceño a mi madre. Prim no se merece eso por ser más dulce que la miel.
- Hola patito -digo, alzándola hasta cogerla en brazos. Que sea bastante pequeña ayuda.
Enrolla sus bracitos alrededor de mi cuello y yo hundo la nariz en su húmedo pelo. Vuelvo a sonreír.
- ¿Qué tal si te cepillamos ese pelo? -le digo.
- Vale, pero tienes que ver cómo me hago las trenzas, qué ya me salen bien -dice contenta, mientras acaricia la mía.
Ella todavía no sabe hacerse la trenza como yo, que salga desde la parte de atrás de la cabeza y no desde el cuello.
- Esa es mi niña -dice mi padre a mí espalda. Nos abraza a las dos por atrás y  veo como mamá sonríe dulcemente al contemplar la escena.
Yo también. Todos juntos.                          

***


- Has tardado mucho.
- Lo sé, me he retrasado, pero tenía que irme -contesto. Cepillo el último mechón de pelo rubio.
- ¿A dónde has ido? -pregunta Prim, admirando cómo su pelo húmedo no tiene ahora ni un nudo.
- Tenía que irme -contesto. Ella no sabe nada. No sabe que su hermana mata ardillas y pajaritos en el bosque para tranquilizarse y que luego ella se los cena. Me odiaría como la protectora suprema de los animales que es, y luego se pondría a llorar por haberlos comido.
- Busca primero tu pijama y luego te seco el pelo y me enseñas como te haces las trenzas, ¿vale? -digo, sonriéndole por el reflejo del espejo.
- Vale -dice. Me da un besito en la mejilla y sale del baño para dirigirse  su habitación.
Tardará, ya lo creo que tardará. Esa es mi Prim, la que necesita media hora para ponerse bien el pijama, y entre tanto hacerle arrumacos a Buttercup, con lo que la media hora son  cincuenta minutos.
Aprovecho y me desvisto. Me meto en la ducha encogida, temblando de frío cuando toco el plato de la ducha con los pies. Cierro los ojos y abro el grifo. El agua caliente me relaja, y poco a poco las penas del día se van por el desagüe. Recorro con los dedos la trenza empapada y la deshago con facilidad. Echo el pelo hacia atrás lentamente, y acaricio mi magullado cuerpo. Aquí dentro no se está tan mal, bajo un chorro de agua caliente, en silencio, con el murmullo del agua relajándote…
- ¡Katniss! Ya estoy lista -dice Prim al otro lado de la cortina de ducha.
Pego un bote y casi resbalo y caigo hacia atrás, algo que podría matarme, pero me agarro a la alcachofa de ducha y me aferro hasta estar segura de que no me romperé la crisma.
Asomo la cabeza para encontrar a Prim sujetando una toalla blanca más grande que ella, con una sonrisa en la cara.
- Prim -digo, un poco preocupada, un poco enfadada, y un poco apenada por tener que regañarla-, no puedes darme estos sustos, he podido resbalar.
Su cara se vuelve triste, y su sonrisa se torna y, aunque intenta evitarlo con todas sus fuerzas, hace un puchero, mientras tres lágrimas caen por sus mejillas.
- Lo siento -dice bajito-. Sólo quería darte yo la toalla y enseñarte lo bien que me salen las…
Llora tanto que no puede ni hablar.
Salgo como mi madre me trajo al mundo de la ducha (con mi hermana es algo un poco vergonzoso, pero aceptable. La verdad es que a veces nos bañamos juntas) y me agacho para abrazarla, mojándola un poco. Beso su frente y vuelvo a abrazarla.
- Vale, no pasa nada, gracias -le quito suavemente la toalla y me enrollo con ella porque he perdido ya todo el calor y el agua que me empapa empieza a estar muy fría. Vale, y porque me incomoda estar desnuda frente a alguien, incluso mirar mi reflejo en espejo, porque odio como se me marcan las costillas y los huesos de las caderas; gracias a ceder parte de comida a mi madre. O por la depresión. O por mi falta de apetito estas últimas semanas.
- No quiero… que -dice entre hipeos y lágrimas- resbales… en la ducha… porque… puedes…
De nuevo, llora tanto que no puede ni hablar.
- Shhhhshhhh… -la abrazo y aplasta su carita en mi pecho. Acaricio lentamente su cabeza- estoy bien patito, sólo ha sido un susto, shhhhshhhh, sólo ha sido un susto… -susurro.
Me agacho de nuevo para despegarla de mí y parto todo su cabello en dos mitades.
- ¿Me enseñas como te haces esas trenzas? -la animo.
Niega con su cabecita y se tira sobre mí para abrazarme más fuerte. La recibo como puedo intentando no caer de culo.
- ¿Por qué?
- Haz… házmelas tú… -murmura con los ojitos cerrados.
- Yo te las hago -susurro, apoyando la mejilla izquierda en su frente. El contraste de temperatura es alarmante.
- Prim, ¿me acompañas a mi habitación? Necesito ponerme algo antes de que me convierta en un cubito de hielo -asiente, mientras suelta una risita, acompañada de más lágrimas y que hunda de nuevo la cabeza en mi pecho.
Como no tengo otro remedio, la levanto y la llevo al bracito hasta mi cuarto.

***


Como le he prometido a Prim, después de tranquilizarla y mecerla un rato hasta que no lloraba y su respiración era normal, después de cenar las dos nos haremos dos trenzas en mi cama, y seguro que también acabamos durmiendo juntas.
Mientras tanto, he conseguido convencerla de que pase un poco de tiempo con papá. Por una vez que pueden pasar tiempo juntos, no los voy a separar. Yo también quiero estar con él, pero yo he vivido más, y creo que, no digo que no le quiera, pero creo que es imposible que alguien quiera más a mi padre que yo. Quiero que su relación se refuerce.
Mi sinsajo silba nuestro saludo y me giro para dedicarle algo de tiempo.
Abro la portezuela de su jaula y sale volando en cuanto me aparto, revolotea por mi habitación hasta aterrizar sobre el cabezal de la cama. Buena elección, creo que su favorita.
Me tumbo boca abajo sobre la misma, hincando los codos para levantar la cabeza y hago la elección, creo que muy acertada para mí en estos momentos.
- And another one bites the dust
But why can I not conquer love?
And I might’ve got to be with one
Why not to fight this war without weapons?
And I want it and I want everything
But there was so many red flags
Now another one bites the dust
And let’s be clear, I trust no one

You did not break me
I’m still fighting for this

Well I’ve got a thick skin and an elastic heart
But your blade it might be too sharp
I’m like a rubber band until you pull too hard
But I may snap when I move close
But you won’t see me move no more
Cause I’ve got an elastic heart
I’ve got an elastic heart
Yeah, I’ve got an elastic heart

And now I step through the night
Let’s be clear, won’t close my eyes
And I know that I can’t survive
I walked through fire to save my life
And I want it, I want my life so bad
I’m doing everything I can
Then another one bites the dust
It’s hard to lose a chosen one

You did not break me
I’m still fighting for this

Well I’ve got a thick skin and an elastic heart
But your blade it might be too sharp
I’m like a rubber band until you pull too hard
But I may snap when I move close
But you won’t see me move no more
Cause I’ve got an elastic heart

Well I’ve got a thick skin and an elastic heart
But your blade it might be too sharp
I’m like a rubber band until you pull too hard
But I may snap when I move close
But you won’t see me move no more
Cause I’ve got an elastic heart

Cause I've got a...
But you won’t see me move no more
Cause I’ve got an elastic heart

I’ve got an elastic heart

Hace una educada pausa, y empieza a silbar.

Mañana será otro día. Mañana todo irá mejor. Mañana me moriré de vergüenza al presentarme allí de nuevo. Seré el cachorrito abandonado, loco y que encima muerde, del grupo.
Después de todo, puede que mañana sea peor; yo resistiré igual.



*********************

 Comentad a ver si me animáis un poquito :J

viernes, 15 de noviembre de 2013

Capítulo 4: Un almuerzo intenso

Que bien el capítulo 4!!!!!! Este capítulo desencadenará más cosas intensas, más negativas que positivas. Y algo que encanta, es que en el próximo capítulo Katniss sale a cazar ^^.
Que os guste!!!!!!!


Capítulo 4: Un almuerzo intenso

Gale inspecciona a Peeta, para luego mirarme a mí, entrecerrando los ojos. Me doy cuenta de que en realidad nos mira a nosotros. Mientras tanto Peeta le ignora, supongo que pensando que es un chico raro que mira a la gente con fijación, así, muy normal. Sigue sonriéndome y yo,  rodeada por sus brazos, estoy en el quinto cielo, así que le correspondo, hasta que aparece Gale y me baja de golpe.
- ¡Katniss! -grita Madge, que asoma su cabeza detrás de Gale. Creo que hablaban juntos, o al menos se hacían compañía. Se corta al ver mi situación, e intenta echarme un cable. Aparta a Gale de golpe y se detiene a nuestro lado. Peeta y yo deshacemos nuestro abrazo, incómodos- Me he encontrado a Delly, gracias a Dios, y nos ha dicho que habías ido a Secretaría con Peeta -menciona a Peeta como si lo conociera de toda la vida. Raro; alarmas encendidas.
- Me has dado un susto -aparece Delly detrás de Gale como Madge- de muerte, Katniss -dice Gale.
- Nos -corrige Madge, divertida.
- Peeta, ¿tienes mi horario? -cacaraquea mientras tanto Delly, con una sonrisa, apartando a Gale antes de ponerse al lado de Peeta. Pobrecillo.
- Lo siento -me disculpo, mirando a Gale a los ojos-. Sé que no ha estado bien -Peeta le da el horario a Delly, que frunce el ceño mientras lo examina-. ¿Podría el excelentísimo perdonarme? -resalto, inclinándome hacia delante.
- Puede -dice Gale, encogiéndose de hombros. Me cruzo de brazos, exhalo fuertemente, y golpeo el suelo rítmicamente con el pie derecho ante su ‘no’ disfrazado-. Bueeeeno, vale -cede-, pero ven aquí -abre sus brazos. No dudo en lanzarme a ellos, pero me muerdo el labio en cuento doy el primer paso. Noto la mirada de Peeta en el cogote, una mirada seguro no muy agradable. Pero bueno, ¿a él que más le da? ¿Eso significa qué le importo? Eso me lo ha demostrado, pero también está la otra parte, la parte en que no me recuerda. Aunque, ¿qué más da que no recuerde eso? A lo mejor salva jovencitas en apuros todos los días. Es idea me pone celosa, así que lo dejaremos en un caso aislado de alzheimer no degenerativo. Y, quizás, y sólo quizás, esa mirada no exista y me lo esté inventando todo, porque al fin y al cabo, no tengo ojos en la espalda.
Me separo de Gale y me vuelvo hacia Peeta. No frunce el ceño ni entrecierra los ojos, pero ha perdido esa alegría que ilumina su rostro.
- Gale, ¿conoces a Peeta? -pregunto. Me parece una presentación necesaria, y me considero amiga de ambos bandos, opuestos al parecer, aunque no entiendo todavía el por qué.
Las hormonas flotan en el aire cuando se dan un medio abrazo, medio golpe en la espalda.
- Un ‘encantado de conocerte’ también habría valido -suspiro. Los dos ríen un poco, mirándome a mí. Siento un escalofrío (por una extraña razón, Gale y Peeta no coexisten bien en mis pensamientos) y me ruborizo levemente. Katniss Evereen, la chica en llamas.
- Ellos son así -dice Madge. Las tres chicas empezamos a reír, mientras ellos se quedan serios y rígidos.
Me dirijo a entablar conversación con los chicos, cuando dos manos me cogen, una por cada codo.
- Y, ¿qué tal con Peeta? -me pregunta Delly, en el codo derecho.
-Cuenta, cuéntalo todo -dice Madge agitada, en el codo izquierdo.
- ¿Qué queréis que os cuente? -digo, lo suficientemente bajo como para que se acerquen cuando hablo.
- Pues, qué tal te llevas con él… -dice Delly.
- Hasta qué punto estás loca por sus huesos… -dice Madge. Le pego un codazo y me giro rápidamente, como cuando estoy en el bosque y un depredador mayor que yo anda cerca. Peeta no ha escuchado nada. Mantiene una helada conversación con Gale, y, en cuanto le miro, me mira a la vez, y me regala una de sus cálidas sonrisas, antes de que los dos apartemos, como hacemos desde hace años, la mirada, avergonzados.
- Oohhh, por la cara que has puesto… -continúa Madge, pero la amenazo de nuevo con el codo y se calla.
- Sois muy… -dice Delly- monos -acaba, con una sonrisa enternecedora.
- ¿Por? -digo, haciéndome la tonta. La única bobalicona aquí soy yo, no Peeta. Él no está loco por mis huesos; yo sí por los suyos, aunque me duela y cueste reconocerlo.
- Vamos… -dice Delly, poniendo una cara obvia. Está nerviosa, muy nerviosa.
- Él no… -empiezo, pero no acabo. Casi se me escapa.
- Oh, el sí -afirma Madge.
Miro estupefacta a Delly. Ella es una fuente más fiable de información, más cercana a Peeta, más inocente, más buena…
- Mis labios están sellados -dice, tristona.
- ¿Por qué él te obligó? -dice Madge, sin esperar respuesta- ¡Es obvio lo que siente! -exclama. Se está exasperando. Le lanzo una mirada asesina para que baje el volumen y se controle, porque a pesar del follón, unos pocos se han girado gracias a esa gran exclamación- No hace falta que aquí, Delly la Santa lo confirme -abro los ojos como platos. Delly la Santa es un apodo, secreto. Bueno, todo el mundo la llama así, sí, con verdadero cariño, pero sigo sin querer que se entere gracias a mí.
- Oh, que apodo más mono -dice Delly, sonriendo de verdad-. Aunque prefiero mi nombre a secas; no soy creyente -dice tan tranquila, como si fuera lo más normal del mundo. Puede que hasta lo haya dicho en serio. Es Delly.
- Claro -digo yo, con voz ahogada.
Vuelvo a mirar a Peeta, que observa con detenimiento como, con el paso de los años, crecerán hierbajos entre las baldosas.
- Deberíamos volver -incito.
- Pero luego me cuentas todo, ¿vale? -dicen a la vez. La cabeza me va a explotar.
- Sí, pero vamos antes de que a esos dos se les reblandezca más el cerebro por no usarlo -la Katniss cabreada, no sé si real o no, está aporreando la puerta.

***


Me aplastan contra la puerta, y le pego un merecido pisotón a cualquiera que tenga detrás. Que educación tiene la gente, aunque con mi carácter yo también me quedo bien a gusto.
Un hombre gordo, de aspecto robusto y dedos gruesos, con el pelo castaño anaranjado y de ojos castaños muy oscuros, emerge por la puerta y hace señas para que entre, para que entremos, aunque todo el mundo me esté empujando ya. Sería imposible frenar.
La masa humana, o clase de segundo de bachiller, me empuja adentro, como si por entrar antes acabara el último curso más deprisa.
- Muy bien, sentaos todos, soy Plutarch Heavensbee y seré vuestra tutor -dice el hombre del tirón. Me recuerda a un melocotón.
Localizo un sitio en la tercera fila, y me dirijo hacia él. Arrastro la silla y me siento mientras Plutarch escribe su nombre completo con mayúsculas en la pizarra.
Los asientos son individuales, y van acompañados de una mesa enana. Todo, absolutamente todo, es verde. Desde el momento en que pasé el primer curso, odio el verde lima. Pero lo raro, es que adoro el verde bosque, el que pinta todos los árboles y cubre el suelo húmedo de los valles y colinas. El que adorna la pradera que hay cerca del pueblo. En realidad, Naples, es una ciudad, pero es tan pequeña que prefiero decir que es un pueblo. Suena más acogedor. Además, no sé si se gana el título de ciudad realmente.
Madge se sienta delante de mí, Delly a mi izquierda, Peeta a la derecha y Gale al lado izquierdo de Delly, junto a la ventana. Parecen mi pelotón. No tomo a mal que Gale no se me siente detrás, lo agradezco porque así no parece que tengo guardaespaldas en vez de amigos. Él odia estar encerrado, y ama la libertad tanto como yo. La ventana abierta es la única vía de escape a la libertad que hay en clase, así que él no duda en ocupar ese sitio.
- De acuerdo -empieza Plutarch, cuando casi todos los alumnos se han sentado ya-, este curso tendréis que esforzaros… -desconecto. Durante la larga hora en la que nos habla del curso, yo me dedico rascar mis uñas, mordérmelas en casos extremos, y mirar a Peeta. Sólo de reojo, unas dos o tres veces. Porque tengo miedo a que todos se den cuenta, a que el profesor se dé cuenta; lo extraño es que no a que Peeta se dé cuenta. No pienso esconderme. A ver, no voy a subirme sobre la mesa lima y gritar a los cuatro vientos que estoy enamorada de Peeta Mellark, ni tampoco me declararé mañana, ni pasado, ni la próxima semana, ni la otra… pero no voy a dejar que no confíe en mí, o que no note que me gusta, como amigo quiero decir. No quiero ser la típica amiga que va detrás de amigo que sólo quiere quedarse como amigo, y que sabe que tú no. Eso lo estropea todo.
- Deberéis esforzaros para que os vaya bien la selectividad… -continúa Plutarch en el minuto cincuenta y siete, justo cuando Peeta me mira.
Noto como sus dos trocitos de cielo me examinan, y veo de reojo que curva una sonrisa, se rasca la nuca y centra su atención en tirarse nerviosamente de las mangas, pero sin dejar de sonreír como un bobo (cosa que hace que yo sonría como una boba). Luego echa la cabeza hacia atrás y mira el techo, como si tuviera todas las respuestas.
Suelto una risita y me muerdo el labio, sonriendo. Vale, la Katniss romanticona ha vuelto. Empiezo a juguetear con la punta de mi trenza. Está claro que sigo con la sonrisa bobalicona.
Lo que me hace este chico, esto… esto no es normal. Me ha pegado fuerte. ¿Por qué tiene un efecto tan grande en mí? Es que -levanto la cabeza y abro mucho los ojos- me importa, pero me importa demasiado. No me lo puedo permitir. Pero, es que es inevitable. ¿Cómo puedo controlar a mí corazón, a mis sentimientos? Simplemente no puedo, no se puede.
Así que empiezo a morderme el interior de las mejillas, hasta que hago una mueca y sangran.
- Eh, el discurso no es tan malo -me susurra Peeta, burlón. ¡Me susurra Peeta!
Me vuelvo hasta encontrármelo sonriendo, inclinado sobre su mesa hacia mí, hincando el codo.
Fuerzo una sonrisa, qué al segundo se vuelve natural.
- Ya -susurro. Sólo me sale eso. Tengo la boca pastosa y me tiembla la barbilla.
- No estudiéis sólo el día previo al examen… -sigue Plutarch.
- ¿Estás bien? -dice, con un matiz de preocupación.
- ¿No me has preguntado eso ya muchas veces hoy? -susurro. Aprieto los dientes- Lo siento -digo, avergonzada. No me atrevo a mirarle.
- ¿Algún día me lo contarás? -dice, en mí oído.
Giro la cabeza, sobresaltada, y lo encuentro, de nuevo, a cinco centímetros de distancia. Sonrío y corto la distancia, poco a poco por su cuello, hasta estar al lado de su oreja.
- Algún día -susurro, de la forma más agradable que se me ocurre.
Es cierto, algún día tendré que admitir lo que siento por él. Pero no el mismo día en que le he conocido, eso seguro.
Le aprieto el antebrazo un poquito y veo como se le erizan todos y cada uno de los pelos. Me regala media sonrisa, bobalicona (cosa que me encanta), y, cómo ya he asegurado que pasa y me pasará, me la pega. Así que yo también tengo esa sonrisa bobalicona.
- Algo, espero, despierte vuestro grato interés -dice Plutarch, con voz desinteresadamente reprochante-, es el “Baile de bienvenida”. Es el tema de siempre, pero parece ser que os interesa más que la apertura del curso… -en este mismo instante, cincuenta alumnos resoplan a la vez- Bien, entendido -suspira él-. Se celebrará a finales de esta misma semana, y como ya sabréis, la indumentaria será de etiqueta. No es obligatorio, pero está implícito. El director es… -se corta, frunciendo los labios- Esto… -se rasca la cabeza, haciendo memoria- chicas con vestido, chicos con traje, y… bueno, si es en parejas o no, es cosa vuestra. Las entradas están a la venta en Secretaria -¡qué suerte poder ver a Effie de nuevo! ¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho mal?-. Buena suerte con las parejas y -suena el timbre-. Bueno, parece que eso es todo.
Arrastro la silla y me levanto en un movimiento reflejo. Todos me imitan, pero se apresuran a salir por la puerta antes de que yo vuelva a la realidad.
El “Baile de bienvenida”. Definitivamente no iré. Sin pareja, cosa que no tendré, no estoy dispuesta a ir. Es patético, humillante… y que, bueno, en realidad, lo paso mejor leyendo un libro, escuchando música, incluso haciendo rabiar a Buttercup y jugar al “Gato loco”, qué bailar con adolescentes hormonados, contacto físico excesivo y, por supuesto, alcohol de contrabando en el ponche.
- ¿Tienes pareja para el baile? -dice Delly. Glorioso habría sido que lo hubiese dicho Peeta.
- Eh, no -contesto, saliendo de mi atontamiento- ¿Por?
- Tranquila, no era por ver si tenía posibilidades -me guiña un ojo, y las dos empezamos a reír.
Madge se acerca, removida.
- Dios, que dilema, eh, ufff -dice apresuradamente-, tengo que comprar un vestido, comprar las entradas, elegir pareja…
- Como si eso fuera a ser un problema para ti -digo. Es cierto: es guapa, tiene dinero y tiene carácter; no le costará nada en absoluto.
Echamos a andar hacia la cafetería, y Peeta se coloca a mi lado.
- Pues sí, porque los mejores están cogidos, y de los que quedan, tú tienes al mejor rubio y… -le regalo un codazo antes de que diga “moreno”. Peeta suelta una risa nerviosa. Él es el rubio, y el camina mi lado y… yo acabo de aprender a relacionar conceptos. Vuelve Katniss, la chica en llamas- ¡Au! -se queja.
- Mantén la boca cerrada -le digo-. Yo no tengo a nadie -añado para mí.
Peeta cierra los puños fuertemente y yo me deprimo un poco más.

***


Me hundo, hasta el punto en el que cuando llegamos a la cafetería, no tengo hambre. Nos sentamos en una mesa y todo el mundo tiene una bandeja delante menos yo.
- ¿Seguro que no quieres nada? -insiste Gale.
- No, gracias -vuelvo a repetirle.
- Pero si eres tú la que le dijo…
- Que si no como ahora, puede que no vuelva a ver la comida luego. Sí, sí, lo sé, pero sigo sin tener hambre -me arrepiento por ser tan brusca, pero es parte de mi naturaleza, y aunque sé que a Gale no le afecta, porque la suya es aún peor, suavizo un poco las cosas-. Gracias, pero de verdad no me entra -pongo una mano en su brazo y paso las puntas de los dedos. Este gesto también es natural, muy natural; no sé si debe preocuparme.
Gale… es Gale. Es muy especial para mí, ha estado ahí desde el principio, desde mi segundo principio, cuando me mudé a Naples.
Yo vivía, en realidad, toda mi pequeña familia vivía en Pensilvania, un lugar al este de los Estados Unidos, donde siempre hacía sol y estar bajo cero era como un mito. Vivir allí era… agradable. Era una ciudad bonita, donde caminabas por la calle y no conocías a toda la familia de todos y cada uno de los viandantes. La brisa era templada, el sol siempre resplandecía y las nubes eran blancas y parecían esponjosas, como si alguien las hubiera colocado allí con sumo cuidado. Había muchos parques con estanques, patos, parejas de picnic (en manga corta, sin anoraks), y todas esas cosas típicas y bonitas que hacen a una sonreír de camino al colegio, o al estudio de ballet. Pero las cosas se torcieron, y el dinero empezó a faltar, hasta el punto en el que el ballet se fue al traste y yo no dirigía una palabra a mis padres. Después, todo fue a peor, y con una Prim de cuatro años, nos mudamos a Naples, una pequeña ciudad al norte de los Estados Unidos, prácticamente a los pies de los Apalaches. Era una mala pero que muy mala perspectiva para mí mudarme a la otra punta del país con nueve años. Ese era el destino de papá; las minas de carbón de los Apalaches. Pero yo tenía otros planes; yo quería bailar, yo quería seguir viendo a mi amiga la Muda. Era y es una chica pelirroja, de piel clara y ojos redondos. La dejé atrás, con mi anterior vida. A la pobre la llamaban la Muda porque, básicamente era muda, peo es un apodo muy cruel. Me daba pena, así que poco a poco me hice su amiga. Nunca me dijo su nombre, quiero decir, describió o escribió, pero la consideré mi amiga, igual que ella a mí la suya.
Llegué aquí, y el sol ya no brillaba, no podía exponer mi piel, y nadie me dirigía la palabra, pero no como la Muda, sino de forma en que me hacían el vacío. El ballet no volvió por falta de fondos, y nuestra casa, que era normalita, fue sustituida por una cabaña maltrecha alzada a los pies de la frontera con el bosque. Eso era lo único que con el tiempo, se convirtió en algo bueno de este lugar. El bosque era mi guarida, llena de ruidos salvajes y elegantes, donde se respiraba la paz e ese aire helado, la soledad, la vida y la frescura. Mi padre introdujo el arco en mi rutia, y yo sustituí las ganas de hacer un relevé por apuntar a una ardilla que, después de mucho practicar, conseguí derribar. Al cabo de un tiempo me convertí en un depredador más, y, como el dinero siguió escaseando y mis padres no daban abasto, las presas que cazaba las llevaba a casa y servían de cena. Mi madre se quejó al principio pero luego se dio cuenta de qué era carne fresca, en realidad muy buena, que utilizaríamos sí o sí. Ahora soy más que mortal con el arco.
Luego mi padre me llevó al lago, y poco después yo encontré la pradera; me empezó a gustar el sitio.
- ¿Mal día? -me pregunta Gale.
- Algo así -respondo, apartando desinteresadamente la mano. La dejo caer sobre mi rodilla.
- Necesito ir de compras, para elegir el vestido del baile -dice Madge mientras muerde un trozo de pizza.
- Ohh, no, por favor… -susurro. Gale empieza a sonreír, y yo le fulmino con la mirada.
- Katniss, tienes que acompañarme -declara Madge.
- Oh, no -le espeto.
- Oh, si -me espeta. ¿Por qué demonios esta chica es tan difícil?
- No necesito ningún vestido -digo.
- ¿Piensas ir con vaqueros al baile? -dice ella sarcástica, arqueando las cejas. En realidad, ya sabe mi respuesta, como todos los años. Alguna vez ha conseguido arrastrarme, pero la mayoría gano yo.
- Simplemente no pienso ir -gruño. Delly arquea las cejas.
- Claro que vas -dice Madge. Vuelve a morder su pizza, y cuando el queso se convierte en un tobogán interminable entre sus dientes y la masa, mis tripas empiezan a rugir.
- Voy a por algo de comer -pellizco fuertemente a Gale antes de que suelte la primera carcajada. Creo que Peeta le susurra algo a Delly, aunque no estoy segura.
Me levanto sin esperar respuestas y me dirijo a la cola, con mis fuertes pasos resonando, como si quisiera hacer un boquete en el suelo con cada paso.
- ¡Katniss! ¡Espera! -grita Delly.
Me vuelvo, y la veo corriendo hacia mí. He avanzado más rápido de lo que creía y ya he cruzado media cafetería.
Me quedo plantada ahí en medio, esperando. Odio esto, porque media cafetería me mira, no sé porque. Debe ser que tengo monos en la cara.
- Gracias por esperar -dice Delly a dos pasos, sonriendo. Con ella no puedo ser borde.
- No es nada -empezamos a caminar de nuevo- ¿me has seguido gracias a la senda de destrucción?
- Oh sí, he podido ver la sala de calderas por cada agujero que has hecho -empieza a reír, y aunque no crea que tiene mucha gracia, la imito. Es menos de lo que merece.
Llegamos a las bandejas. La cola avanza bastante fluida, así que directamente cojo una y doy los primeros pasos, para quedar frente a la fruta, colocada sobre hielo.
- No es que quiera ser borde, ni cotilla, ni meterme donde no me llaman, pero… ¿Por qué no vas al baile? -dice Delly, mientras alarga la mano para coger una reluciente manzana roja.
- Tranquila, no pasa nada. Es que… bueno, no tengo con quién ir -paso de la fruta hoy. Paramos frente a cientos de pastelitos de colores, chocolate caliente y galletitas amontonadas.
- ¿Es sólo eso? Nada… ¿nada más? -dice.
- ¿Qué creías? -se encoge de hombros. Elijo una tierna magdalena de limón glaseada con un aspecto delicioso; se me hace la boca agua- No, no tengo ningún trauma ni nada por el estilo con los bailes. Es que -paramos frente a las bebidas. Decenas de botellas frescas con cristalina agua embotellada, refrescos coloridos y burbujeantes, y zumos fluidos y dichosos- simplemente creo que si voy, es para ir con alguien, ilusionada. No para malgastar mi tiempo bailando sola -Delly coge una botella de agua con gas-, con un incómodo vestido que ni siquiera le va a alegrar la vista a alguien que me importe, y aguantando la continua burla de Glimmer, Clove, y todas las estúpidas animadoras repipis que bailen con unos enormes cabeza-huecas y se regodeen por ello -cojo aire, aprieto una botella de agua fresca y busco unas monedas en mi bolsillo trasero.
- Invito yo -dice Delly, depositando un billete de cinco en el mostrador.
- Gracias -digo. Caminamos de regreso a la mesa con las bandejas.
- No hay de qué. Entonces, ¿estás segura de que no tienes ningún trauma? -suelto una carcajada, pero esta vez de verdad.
- Eso creo, aunque aún está por aclarar -respondo, sonriente.
- Y, de verdad, ¿qué piensas sobre Peeta? -deja caer.
- ¿Cómo que qué pienso sobre Peeta?
- Eso -dice bajito, colorada.
- La verdad, me cae muy bien; y no soy de las que hacen amigos todos los días. En realidad, ninguno -suelta una risita-. Es genial -acabo. «Katniss, ¡¿sólo se te ocurría ‘genial’?! Eso ya no lo usa ni Prim» Al menos, no has dicho que te parece… ahhh. Eso, me parece realmente ahhh. «Estúpida enamorada»- ¿Por?
- No, nada.
- Delly…
- Es sólo por saberlo, ya sabes, os he presentado yo, y a él le caes muy bien, y no quería meter la pata con vosotros, y… -está muy nerviosa.
- Delly, respira -le digo, parando. Inspiro e inspiro exageradamente para que me imite, y así hace.
Retomamos la marcha, a cinco metros de la mesa.
- ¿Qué…? -trago saliva- ¿Qué querías decir con que no querías meter la pata con nosotros?
Llegamos a la mesa y por esas se salva.
- Katniss, -dice Gale serio- ¿seguro que podrás con todo eso? -levanta una ceja, señalando a mi solitaria magdalena.
- Ja, ja, ja -le espeto mientras me siento-. Creo que podré con ella -y acto seguido le doy un mordisco. Mmmmmm, Dios, que bien sienta un poco de azúcar. Me siento mejor, contenta incluso, aunque el no haber cruzado una palabra con Peeta en todo el almuerzo me pesa.
- Entonces, Katniss, ¿qué tarde te viene bien ir a Capitol’s? -deja caer Madge. Capitol’s es una tienda muy pija, extravagante, popular y, por qué no decirlo, extremadamente cara. Necesitaría pedir un préstamo para comprar tan solo medio tacón.
- ¿Ninguna? -digo yo, casi suplicando. Bebo un poco de agua.
Cuando me inclino veo a Peeta de reojo, que está un poco chafado. Mira su chocolate fijamente, mientras lo remueve con un trozo de panecillo.
- Creo que mañana tengo la tarde libre -dice ella.
- Madge, sabes que no puedo permitírmelo -digo bajando a una octava, mirando lo que queda de magdalena. El glaseado reluce bajo los fluorescentes.
- Yo… -empieza. «Puedo comprártelo» seguiría diciendo.
- No quiero caridad, no quiero ser la aprovechada, ni nadie de quién os tengáis que compadecer -digo brusca.
Peeta, Madge, Delly y Gale. Todos, me miran a mí, mientras me muerdo otra vez el interior de las mejillas, reabriendo las heridas. Mi mirada se posa sobre ese glaseado hipnotizador, reteniendo las lágrimas.
- Está bien -dice Madge con voz ahogada-. Pues simplemente acompáñame -es un truco muy viejo.


Me levanto de golpe y salgo de allí como alma que lleva el diablo, directa al rincón dónde Peeta me ha consolado antes, porque es lo único que realmente tengo de él. A llorar.



*********************

Esta es la dulce y buenaza de Delly ^^



Sé que es una actriz famosa, cosa que no me gusta porque prefiero que vosotros mismos imaginéis los personajes. Hey!!!! Ánimo con el concurso!!!! Chic@s, por favor, participad y mandad una imagen. Para el próximo capítulo espero conseguir la foto de Madge Undersee, y aún no he encontrado ninguna que coincida, así que cruzo los dedos y espero las vuestras ^^. Gracias ;))