martes, 10 de julio de 2018

Capítulo final: Real

Muy muy rapidito, quería agradecer a cualquiera que me haya mostrado su apoyo ya sea en los comentarios o leyendo mi historia. Siempre que veo el amor que me transmitís me sacáis una sornisa que, si cualquier me pregunta, diré que no tiene precio. Esta es mi segunda despedida (la primera en Wattpad, que, uff, después de tanto tiempo sigue igual de lentito, y no me deja ver ahora mismo lo que con tanto amor os había escrito), y las palabras pueden ser o no parecidas, pero están todas dirigidas para todos. Si os queréis pasar a leerla, quizás os deje un buen sabor de boca. 
Os quiero un montón, más de lo que pueda parecer. Que la suerte esté siempre de vuestra parte, disfrutad de este último capítulo y hasta siempre. Os llevo en el corazón.

16

Real


Beso su cuello delicadamente, marcándolo con pequeños besos de arriba abajo, subiendo mi cuerpo un poco más respecto al suyo, lo que me convierte, por primera vez en mi vida, en una persona más alta que otra de mi edad. Temporalmente.
Peeta acaricia mi espalda, frotando su piel contra la mía más fuerte, aplastando mi cuerpo contra el suyo. Ni decir hace falta que quiero que siga. Necesito sentirlo completamente junto a mí, sin dejar un centímetro de piel libre. Y quiero que me cubra con su cuerpo. Me da igual si es más grande y puede aplastarme un poco contra el suelo. Necesito tenerlo sobre mí. Engancho su cadera, rodeándola con mis piernas, y hace calor, a pesar del agua helada. Mucho calor. En zonas en las que nunca hace calor.
- Katniss… -susurra Peeta con voz ronca.
- Sácame, Peeta -susurro yo, como un perrito lastimero.
Se parta lo suficiente como para mirarme a los ojos sin bizquear. Y ya está demasiado lejos.
- ¿Segura? -pregunta. Parece que haya pillado un catarro con esa voz ronca. Y posiblemente mañana lo pillemos por este baño. Pero ahora eso no me importa. Él. Solo él.
- Por favor -susurro, atrapando su labio inferior entre los míos.
Él me abraza más fuerte y, con su fuerza de capitán del equipo de lucha libre, me saca del agua como si no pesara más que un bebé. Oh, pero un bebé no le haría estas cosas por el camino.
Desenredo mis piernas cuando llega a la orilla y camino de espaldas sobre la hierba, arrastrándolo conmigo en un beso intenso, antes de que me abrace y caigamos sobre algo suave. Miro y estamos sobre una manta color melocotón. Peeta empieza a besar mi cuerpo de arriba abajo, desde el cuello hasta la cintura, creando una línea ardiente que me atraviesa como fuego celestial, mientras yo gimo y aparto con un manotazo la cesta de detrás. Supongo que la cena romántica queda para después. Avanzamos hasta estar completamente tumbados sobre la manta, y Peeta me pone ágilmente sobre él, girando y alzándome por la cadera. Le miro y paso mis manos por su cuerpo, dibujando su abdomen, trazando sus pectorales, sintiendo su corazón latir fuertemente bajo mi mano. Me tumbo lentamente sobre él, sintiendo cada célula de mi cuerpo fusionarse con las suyas, y coloco mis piernas a sus lados. Estiro mis manos y juego con su cabello mientras él me besa, dejándome sin respiración.
Y entonces nos unimos del todo. Somos dos. Dos y uno.

* * * *


Saca la botella de vino tinto de la cesta mientras yo me pongo el vestido de nuevo por encima, para no helarme, y le traigo sus pantalones. Ups, ¿se me olvidó coger la camiseta? Toooda una pena. No soportaría vérsela puesta de nuevo después de esto. Me llorarían los ojos. Hablo de lo mismo cuando pienso en nuestra ropa interior tirada en la orilla.
Tiro los pantalones a sus pies y me siento a su lado, visualizando las copas de vino llenas sobre la manta y la cesta abierta repleta de comida. Me muero de hambre después de esto.
- ¿Sólo los pantalones? -pregunta sonriendo.
- Es algo fácil de quitar -respondo mientras se los pone, yo alcanzando una copa de vino y estirándome para mirar en la cesta-, teniendo en cuenta que se me ha olvidado ponerme la ropa interior.
- Los accidentes ocurren -dice, y se inclina para besar mi nuca mientras rebusco en busca de la cena-. Solo los pantalones… está definitivamente bien.
Suelto una risita y saco unos sándwiches, dejando mi copa dentro de la cesta. Le pego un gran mordisco a uno y paso el otro hacia atrás. Peeta lo coge y me arrastra con él, poniéndome en su regazo.
- ¡Eh, que quiero mi copa! -me quejo, pero él me besa. Me besa profundamente, y sabe… sabe a vino tinto- No está mal -digo, seria-. ¿De qué año dices que es la cosecha?
Me coge y empieza a hacerme cosquillas. Me tiro hacia atrás mientras grito y pataleo como si estuviera poseída.
Entonces besa mi cuello, y la risa se agrava hasta convertirse en un suspiro. Se sienta de nuevo y prueba su sándwich. Me quedo ahí, tumbada a medias sobre su regazo, con la espalda doblada de mala manera. Él sigue comiendo.
- Gracias por ayudarme a levantarme, yo también te quiero -comento.
Me levanto como puedo mientras se atraganta por la risa.
- Quién ríe el último ríe mejor -le digo, yendo a por mi copa de vino. La bebo de un trago y me acerco a él, un tanto mareada y, seguro, más desinhibida-. Peeta, eh, tengo algo importante que decirte -empiezo, intentando parecer vergonzosa.
Él me mira y deja su sándwich de lado, con una pequeña sonrisa. Me pongo en cuclillas entre sus piernas, de forma que pueda escapar rápidamente en cuanto… bueno, en cuanto le diga lo que tengo que decirle.
- Dime -pide, quitándome el pelo de la cara.
Acerco nuestros rostros hasta que mi nariz roza la suya.
- Yo… -y eructo.
Salgo corriendo antes de que me coja, ya que se queda sorprendido y quieto en el sitio.
- ¡Katniss! -exclama, y sale detrás de mí.
No puedo parar de reír a carcajada limpia mientras corro por la colina, rodeando el lago. Cuando me alcanza, quilómetro y medio más allá, me alza cogiéndome por la cintura y pega vueltas como si fuéramos las aspas de un helicóptero. Cuando para, me cuelgo de su cuello, porque combinar el pegar vueltas y beber vino no te da estabilidad precisamente.
- Es verdad que el que ríe último ríe mejor -me susurra, y me besa en la mejilla-, porque me encanta verte así.
Y entonces no aguanto más.
Le beso el cuello, la zona de piel expuesta que tenía más cerca, y acaricio su pecho desnudo. Reacciona y, de repente, me levanta y estoy a horcajadas sobre él. ¿Dos veces en una noche?
Puede.
Seguro, maldita sea.

* * * *


El timbre de clases sonará en quince minutos, y no sé si seré capaz de ir a ballet. No podré abrirme de piernas ni loca, y no pienso siquiera en hacer puntas… para que mentirme a mí misma, no sé si podré correr entre el cambio de clases como me retrase. Lo que es bastante probable, ya que los profesores querrán hablar conmigo sobre cómo superar el curso después de semanas sin acudir. Voy lista.
- ¿Sabes que pareces un pato al caminar? -me dice Madge.
- Para de alagarme, harás que me sonroje -gruño.
Me coge del brazo y sonríe, lo que es mal augurio. Me susurra:
- ¿Toda la noche, uh?
Pongo los ojos en blanco, pero me sonrojo. Tiro del jersey rosa hacia abajo, como si por mirarme la gente fuera a saber lo que hice. Lo que Peeta y yo hicimos. Recordarlo me saca una sonrisa tonta, así que no es muy difícil de adivinar. Al menos, si sabes lo que sabes como Madge.
- Dile a Haymitch que estás indispuesta -recomienda.
- Madge, no estamos en el siglo diecisiete.
- ¿Que vas al tocador?
Le pego con el codo en las costillas.
- Bueno, bueno, vamos a cambiar de tema, ya que éste… te altera -suspira. Me mira con ojos brillantes y abiertos y una sonrisa-. ¿Adivina quién tiene que volver a Capitol’s?
Yo también abro mucho los ojos.
- Perdí mi virginidad -salto. Todo es mejor que Capitol’s-. ¿Quieres detalles?
- Me los contarás en Capitol’s. A mí, a Cinna, a Flavius, a Venia, a Octavia…
Mierda.

El lugar sigue pareciendo el taller mágico de unas hadas con tanta purpurina, pero todo es mejor con Cinna a mi lado. Rebusca entre perchas y más perchas, buscándome un vestido para la cena a la que Haymitch me obliga a ir para agradecerle al padre de Madge la subvención que ha donado al grupo de ballet. No podía decir que no. Era parte del trato: yo me como el marrón y él me deja observar a Peeta entrenar en la clase de hoy. Ha valido la pena.
Peeta. Sudor. Músculos.
Finnick. Chistes. Collejas. Annie. Besos. Más collejas.
Definitivamente ha sido una buena mañana.
- Pruébate este, inútil -me dice Cinna con una sonrisa. Sujeta un vestido plateado palabra de honor en una mano, y en la otra tiene unos tacones con los que es imposible caminar. Hasta que se los pone Madge mientras estoy probándome el vestido. Haré una foto y se la llevaré a mi profesora de Física, porque tiene que estar transgrediendo alguna ley.
Cuando salgo del probador Madge se pone una mano en la boca y agranda los ojos como si fuera una actriz mala en una telenovela.
- ¿Qué? -inquiero, me miro de arriba abajo e intento verme la espalda para ver qué está tan mal. Bueno, peor de lo nor(mal) que soy yo- ¿Lo he roto algo? ¡Sabía que era demasiado pequeño para mí! ¿Es el culo? Oh… mira la cintura. Parece que vaya a reventar. Además, creo que me hace parecer una botella…
- Deja de decir partes del cuerpo -me interrumpe Madge-. ¡Estás genial! Bueno, genial y ciega. O tonta.
- ¿Sabes que tienes una forma especial de elogiar a la gente?
- Cállate y pruébate los tacones -me contesta con media sonrisa divertida. Se los cojo (por supuesto, rodando los ojos), cuando justo le suena el teléfono- Ya… pero, papá… vale, voy para allá -me mira con cara de pena-. Tengo que irme a casa, mi madre vuelve a tener migrañas y mi padre no quiere dejarla sola en casa. Cinna, cóbrame. Ah, y Katniss, te quedan genial los tacones.
- Las dos sabemos que cualquier prenda de ropa de esta tienda te encanta. Deja de decir que la guapa soy yo y besa a los zapatos.
Me guiña un ojo y se cuelga su bolso del hombro.
- No lo dudes –bromea, y se dirige a la puerta.
Me giro en redondo y me sorprende ver a Cinna observándome fijamente.
- ¿Qué? –digo en voz baja, como si al hablarle pudiera romper algo muy valioso- ¿Tú también crees que parezco una botella?
Eso lo hace sonreír.
- Para nada. Pero creo que los dos sabemos que este estilo es el de Madge, no el tuyo. Ven, creo que hay un trapito negro para ti en la trastienda.
Oh. Segura como el infierno que lo hay.

* * * *

El cielo está cubierto de nubes grises, como si ya supiera antes que nadie que esta noche se avecina tormenta. Me encojo en el asiento del coche, intentando parar los sudores fríos. Haymitch tose con poca clase en el asiento del conductor y aparca en la enorme entrada cubierta de gravilla de la casi-mansión de los padres de Madge. Ambos odiamos estar aquí (personalmente me siento como si fuera a exponerme en una gira de la victoria indeseada) pero yo soy amiga de Madge y bailarina, y Haymitch ha sido presionado por el Dtor. Snow.
Ya, bueno, es lo que hay.
Bajo del coche en silencio, recogiéndome el vestido negro con cuidado para no estropearlo. Es la primera vez que de verdad aprecio un vestido. La tela es de satén negro, brillante y elegante pero a la vez oscura, como si fuera mi propia armadura. Y eso me encanta. Acaba en una cola de sirena ceñida que se abre a la altura de las rodillas, mostrando mis piernas, pero no demasiado. La parte superior es simplemente exquisita, diseñada por Cinna. La cintura no resalta demasiado pero se ajusta al hueco de mis caderas, y el escote tiene forma de pico, un pico que baja bastante, casi hasta la altura de mis costillas. Además, dos cintas finas se unen en el final del escote y suben, paralelas a la tela negra del pecho, y forman una red que se extiende por mi espalda. Las sandalias de tacón son simplemente negras, con una tira en el tobillo y tacón de aguja. Debo decir que también me encantan.
Cinna se ha superado esta vez.
Además, Octavia se ha ocupado de que luzca un recogido precioso, y Venia de que mi mirada intimide con un maquillaje negro, como si me hubiera pintado con carbón quemado.
Cierro la puerta de la furgoneta granate de Haymitch con fuerza, demasiada fuerza. Él ni siquiera reacciona ante eso, porque somos demasiado parecidos. Al revés, rodea la camioneta colocándose bien el esmoquin y me ofrece un brazo para que no me caiga. Sería amable y le diría las gracias si fuera otra persona, pero este hombre no me ha hablado desde que me puso ante el verdugo para que me informara de que mi padre había muerto. Creo que hay algo trabado entre nosotros, pero eso no nos condiciona porque estamos medio muertos por dentro. Yo al menos tengo a Peeta para revivirme y devolverme a la realidad. No sé lo que tendrá Haymitch, pero no es suficiente para obligarle a que le importen algo las greñas en su cara o su aliento a alcohol, y por eso acepto su ayuda.
Caminamos hasta la puerta principal, y justo cuando Haymitch toca el timbre, mi teléfono suena. Lo saco del bolso plateado que me ha prestado Madge y en cuanto veo quién es no puedo siquiera plantearme dejarlo sonar.
- Me has pillado en la puerta –contesto en voz baja, con media sonrisa pintada en la cara.
- Perdón –dice rápidamente, y me lo imagino sonrojándose-. Solo quería decirte que puedo pasar a por ti luego.
- Haymitch me ha traído –digo. Susodicho me mira con curiosidad en cuanto oye que menciono su nombre.
- Precisamente por eso. ¿Y si bebe en la cena? No quiero que luego conduzca él, solo por si acaso, y yo puedo llevaros a los dos a casa perfectamente.
Frunzo los labios un segundo con ganas de defender a Haymitch, pero luego cambio de opinión. Peeta tiene toda la razón, y sabiendo cómo es él, lo que dice lo dice de corazón, no para hacer sangre.
- Vale. ¿Te llamo cuando vayamos a acabar?
-Perfecto. Oh, y… ¿Katniss?
- ¿Si?
- Ten paciencia. Te quiero.
No puedo evitar reírme, justo cuando el Sr. Undersee abre la puerta.
- Ya está aquí –susurro-. Te quiero –digo, con voz normal, y cuelgo. Eso no se puede susurrar.
Haymitch y el Sr. Undersee se saludan, y veo que el hombre al menos intenta sonreír. Bueno, esta tarde no ha bebido, lo cual es una grata sorpresa. Madge se asoma por la puerta, vestida con un imponente vestido rojo, y en cuanto me ve sale corriendo a abrazarme.
- ¡Estás guapísima! –me dice al oído.
- ¿Hoy no me llamas Pequeña Gata? -susurro en respuesta, con una falsa sonrisa de cara a sus padres.
Tuerce la sonrisa y me pega con la punta del tacón sin que nadie lo vea cuando por fin entramos en su particular hogar. Estoy feliz de poder decir que esa loca es mi amiga.
Es entonces cuando me doy cuenta. La autocompasión no lleva a ningún lado.
Tengo una amiga que no habría podido imaginar ni en sueños, una hermana que es la encarnación de la buena voluntad, un chico que me ama a pesar de haber conocido mis defectos más allá de la pared que he levantado para separarme del mundo, y sí, puede que un profesor alcohólico que me cae mejor de lo que posiblemente debiera, un mejor amigo que quiere algo que no puede llegar a tener, y una madre que parece haber olvidado lo que significa vivir. Pero de eso se trata. La vida no es perfecta, pero tampoco es un lugar oscuro, no si sabes dónde encontrar los pequeños retazos de luz. Así que si Peeta pudo traspasar mis muros, yo conseguiré algún día traer de vuelta a mi madre, aunque me cueste la vida hacerlo; resolveré las cosas con Gale de una vez por todas, porque ambos nos merecemos recuperar a nuestro mejor amigo; y, lo más difícil, empezaré a sonreírle a Haymitch de vez en cuando.
Porque a veces nos cuesta distinguir entre lo real y no real. La mente es un lio de pensamientos que nos juega malas pasadas, dejándonos a veces en la más absoluta oscuridad. Es por eso que en muchas ocasiones necesitamos ayuda sin saber que necesitamos pedirla. Me ha costado mucho tiempo llegar a esa conclusión, empezando porque he estado tanto tiempo en la oscuridad que cualquier rayo de luz me asusta. El amor por uno mismo y por otros, los sentimientos, la confianza, son unos pocos ejemplos. Y el miedo que a veces me siguen dando. Sin embargo, prefiero respirar hondo, enfrentar mis miedos y formar una nueva vida, con retazos de besos de Peeta, sonrisas de Prim y comentarios inapropiados de mi querida Madge. Prefiero aceptar el miedo y el amor, sabiendo que van de la mano, antes que volver a huir de cualquiera de ellos.

Yo soy la Katniss real, la que sabe que vale la pena luchar con todas sus fuerzas por una razón que valga la pena. Y si no puedo salvar el mundo, al menos puedo empezar por un pequeño pedacito. Aunque ese sea yo.



FIN



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