domingo, 20 de abril de 2014

Capítulo 13: Miss you in a heartbeat

Hola chic@s!! ^^
Este capítulo no ha tardado mucho más de lo que se había previsto... ueeeeeeueeeueueuuueeee!!! Genial; de momento. Cuando lo leáis, de otra historia hablaremos. La verdad, no sabía cómo titularlo; no encontraba nada lo suficientemente triste y demoledor. Me he copiado en el título de una canción triste, lo confieso. Traducción: Perderte en una latido de corazón. Bueno, me contáis qué tal en cuanto lo acabéis. Me encantan vuestros comentarios!!! ;)) Un detallito... los que uséis Internet Explorer y no Chrome, podéis tener problemas técnicos a lo que apariencia estética del blog se refiere. Os recomiendo que uséis el otro navegador web, ya que la fuente de la letra es mucho más clara, como se suponía originalmente. No me enrollo más... BESIS!!!!


Capítulo 13: Miss you in a heartbeat

Peeta no se acerca. Por el contrario, se aleja. Tranquilamente, deja las bebidas que nos había conseguido en la mesa, y camina hacia la puerta que da al pasillo. Lo veo pellizcarse el puente de la nariz y pasar el dorso de la mano sobre su mejilla antes de que la puerta se cierre tras él.
No monta una escenita. Yo, por supuesto, sí.
- ¡No! -grito, antes de casi arrancar la puerta de cuajo y embestir a cualquiera que se encuentre en mí camino.
Los estudiantes me miran un momento extrañados o se quejan vagamente, pero después siguen bailando como si esa chica loca no corriera a través del gimnasio como si el mismo diablo le pisara los talones. Creo divisar a Maysilee como un puntito vestido con seda coral al fondo de la habitación, pero no es eso lo que me importa ahora mismo y no me paro a echar un vistazo dos veces.
Es como si mi vida pendiese de un hilo con tan sólo esa mirada, a través del cristal, del ruido, de la gente, del calor, de todo. Me ha roto el corazón, con sus ojos azules. Y no sé si, recuperándolo o no, podré perdonar Gale por ello algún día.
La puerta golpea violentamente la pared del pasillo cuando la abro. En el gimnasio, nadie se percata. En el pasillo, vacío, parece que haya derribado el Hancock.  Jadeo, pero no paro. Las luces,  algunas de ellas apagadas, tintinean por culpa de algún fallo eléctrico, y me pregunto si algo tendrá que ver con el temblor anterior del suelo. Teorías estúpidas de una chica estúpida.
Me decido por comenzar  la búsqueda de Peeta girando hacia la derecha. Subo las escaleras después de revisar el pasillo, y nada. Corro, revisando todas las clases con una rápida mirada, pero sólo se escucha el pulcro silencio de un instituto sin alumnos, mis tacones y su eco. Bajo, limpiando mis lágrimas bastamente con el dorso de la mano. «Lo vas a encontrar. No te ha dejado. Puedes recuperarlo». Además, yo no quería ese beso. Esta tarde, he sido débil, pero no esta noche. Y quiero a Peeta, y lo sé, y no necesito más que encontrarlo y decírselo. Dos simples palabras, que cambian todo. «Te amo». «Te quiero». Al final, son lo mismo. Me conformo con cualquiera de las dos posibilidades. Sólo me falta el chico de ojos azules.
Bajo de nuevo a la planta baja. Se puede oír las pullas y bravuconadas de los chicos en el vestuario masculino, bebiendo a chorro de un barril de cerveza que ellos mismos se han facilitado. Poco original. Al menos, no me siento tan sola en estos pasillos. ¡No, no estoy sola! ¡Peeta debe andar cerca! Y yo, voy a encontrarlo.
Recuerdo. Recuerdo mi conversación con Haymitch. Y otras cosas de Haymitch, menos agradables. Pero me centro en su risa, después de que yo denominara a Peeta como ‘amigo’, al presentarlos. ¿Rio por qué sabía que le quería? O… ¿puede que Peeta me quiera… me ame? Después de todo, nunca ha dicho la palabra con A. Espera; Haymitch… Peeta… Haymitch y Peeta. ¡Eso es! ¡Haymitch y Peeta! ¡El lugar donde hablé con Haymitch y Peeta me consoló! ¡Allí debe encontrarse! Es un lugar más apartado, pero cercano, y… entre estos pasillos.

***


Sus dos zapatos negros y encerados resplandecen justo cuando estaba decidida a cambiar de opinión y dar media vuelta. Si fuerzo la vista, veo sus mechones rubios al final del pasillo, como si el mismo sol amaneciera entre la oscuridad. Desde luego, a mí me ilumina.
De repente, me siento vieja y cansada. Me quito los tacones y los dejo bien colocados en el suelo. En cuanto mis pies tocan las frías baldosas, vacilo. Yo antes era segura. ¿Por qué no ahora? Porque… ¿y qué pasa si me deja? ¿Si me dice que no me ama? ¿Si ni siquiera me mira? ¿Y si me odia? No. Las preguntas han nublado mi juicio demasiadas veces. Ya estaba decidido. «Le quieres, se lo dices, y que él decida». Allá voy. Desde luego pensarlo así, parece fácil.
Camino hacia a él, silenciosa como un fantasma. Me hago un ovillo, sentada a su lado. Apoyo el mentón en las rodillas y comienzo.
Yo no le he besado -declaro. Empiezo con algo fácil.
Espero, pero no contesta nada. Al menos, no ha huido. Me sudan las manos, incluso retomo la cobarde idea de marcharme, hasta que suspira, levanta la cabeza y me mira a los ojos.
Tranquila -dice, con una sonrisa triste-. No me debes nada, Katniss.
¿Perdón? Eso, desde luego, me ha sorprendido.
Sí; te debo todo. ¿No lo entiendes? No quiero besar a Gale, o a cualquier otro. Yo sólo quiero besarte a ti, Peeta. Quiero estar contigo. De hecho, te quiero, cosa que no le había dicho a nadie. Te quiero Peeta Mellark, y tú has estado conmigo, y si eso no es suficiente como para deberte algo, no sé qué lo será.
Cojo aire y siento como los nervios me hacen temblar. Las luces del pasillo dejan de parpadear y se encienden.
- Pero… pero esta tarde me he dejado llevar -continúo, con voz rota. Las lágrimas salen, como siempre. No, como siempre no, porque ahora no las oculto; es lo último que me importa en este momento-.  ¡Casi le beso, Peeta! ¡Dios! Soy… -me cubro la cara con las manos- lo siento… lo siento mucho…
Se hace el silencio, entre mi llanto, los gritos de los chicos borrachos del vestuario y la música amortiguada del gimnasio.
Al cabo de unos segundos, Peeta se decide a hablar.
- Tú… ¿querías besarlo? -pregunta con voz ronca, con sus nudillos blancos.
- En ese momento… -hora de probar… qué tipo de persona soy- sí -reconozco.
Suspira, cansado. Tengo unas incontrolables ganas de llorar más, si cabe.
- Y… ¿me quieres?
Abro la boca, pero Haymitch se me adelanta.
- Creo que tendremos que esperar para saberlo.
Los dos lo miramos, sorprendidos. Espero a que diga algo arrogante, pero tan sólo veo asomarse a Effie por su espalda.
- Katniss, acompáñanos por favor -dice Haymitch, totalmente serio. Por primera vez; sí, serio.
- ¿Nada de preciosa? -pregunto, enarcando las cejas y limpiando mis lágrmias. Esto, es lo que provoca el estrés.
- Sabía que estabais hechos el uno para el otro -dice Effie, juntando sus manos como una niña pequeña ante una piruleta. Me pitan los oídos a causa de su voz aguda.
Los dos, Peeta y yo, nos levantamos, aunque no abandonamos nuestra posición.
- Effie -gruñe Haymitch-, no es el momento.
Ella solo frunce sus labios, pintados en morado claro, y no replica.
- De acuerdo, esto sí que es raro -digo.
- Katniss, es importante.
- ¿No podéis esperar?
- Da lo mismo -dice Peeta-. Necesito… pensar.
Le miro, y me devuelve la mirada. En sus ojos no encuentro nada que pueda darme un miedo extremo; puedo que después de todo, no me abandone.
- Vamos -murmuro, recogiendo mis tacones. Empiezo a avanzar por el pasillo, y Effie engancha nuestros brazos, como si fuera una de sus, seguramente, chillonas amigas íntimas. Me da un pequeño apretón y empieza a hablar sobre lo bonito que es el vestido, lo acertado del peinado y el esplendor del maquillaje. Debe haber pasado algo realmente grave.
- ¡Peeta! - oigo como le llama Haymitch. Me giro lo justo para ver que le dice algo más, un susurro corto, que lo hace palidecer inmediatamente. Effie me obliga a mirarla para charlar sobre banalidades, pero sospecho que no quiere hacer más que distraerme de la charla entre aquellos dos y la reacción de Peeta. Éste, por su parte, cambia de idea y camina tras nosotras, junto con Haymitch.
Y ahora, es cuando realmente me preocupo. ¿Qué habrá podido pasar? ¿Mi familia estará bien? No puede ser nada más. No me importa nada más. Casa, ahorros, propiedades… cosas que tenemos  o no, pero a buen recaudo. O quizás, yo sea una alarmista y haya algún fallo en mi matrícula, expediente o tecnicismo escolar. Pero entonces, ¿qué pinta Peeta en todo esto?
Bajamos a la planta baja, y el volumen de la música del baile sube crecientemente, hasta provocarme un ligero dolor de cabeza. Me froto la frente y ejerzo presión, con la esperanza de deshacerme del dolor, pero persiste. Aunque parece esfumarse cuando Peeta enlaza sus dedos con los míos. No me atrevo a mirarle, simplemente disfruto del pequeño contacto y me aferro a él como si mi vida dependiese de ello; de hecho, mi felicidad lo hace.
Giramos unas esquinas, caminamos unos minutos más y pronto sé que nos dirigimos hacia ‘el pasillo de los profesores’. Allí, se sitúan la oficina de Effie, conserjería, el despacho del director, la sala de profesores y otros lugares frecuentados por los profesores y demás personal del centro, como la enfermería y los archivos de expedientes. De ahí, que sea ‘el pasillo de los profesores’. Todas las luces se encuentran apagadas, pero me corrijo cuando el agarre de Effie se tensa cuanto más nos acercamos al despacho del mismísimo director Snow. Wow, que honor. Me atrevo a mirar a Peeta. Se muestra inexpresivo; si no lo conociese, diría que tranquilo. Pero una vocecilla me dice que no. No algo tan obvio como la tensión de Effie, cosa que no me asusta, sino otro tipo de tensión; la procesión que se lleva por dentro. Eso, sí me asusta.
Effie y Peeta me sueltan a la vez, de manera calcula y mecanizada. Me contengo de susurrar un tembloroso «¿Qué pasa?», más concretamente un «¿Qué pasa conmigo?». ¿Qué puede ser tan grave como para que Peeta, al que he hecho daño, mucho daño, me acompañe y muestre su apoyo, aunque de una forma más distante? ¿Cómo para que Effie no me insulte de la forma más absurda? ¿Cómo para que Haymitch no sea un borde de mucho cuidado?
Todo ello se va de mí cabeza cuando el director Coronalius Snow me mira con sus ojos de serpiente tras su escritorio. Me recorre un escalofrío, y me quedo parada en el umbral de la puerta, todo lo lejos que puedo estar de ese hombre. Peeta pasa sus manos por mis brazos y me besa en la nuca justo antes de empujarme a dar un paso, hasta que uno tras otro, nos sentamos frente al director.
- Señorita Everdeen, tengo algo que contarle. ¿Quiere un vaso de agua? -niego, aunque el agua me vendría bien. De acuerdo, necesito el agua; no es normal que no sea capaz de producir una gota de saliva.
- Por favor -murmuro, rectificando. Lentamente, se levanta y llena un vasito de plástico de un tanque de agua colocado a tras él, como el de cualquier oficina. Le clavo las uñas a la silla mientras intento disimular mi expectación y preocupación-. ¿Por qué me ha hecho llamar?
Con tranquilidad, deja el vasito sobre el escritorio. Lo recojo y bebo un trago, pequeño.
- No es algo fácil de decir, señorita Everdeen. Y, créame, lo siento mucho -mientras habla, me llega un nauseabundo olor a sangre, y agradable sería decir que leve. Por otro lado, el perfume de la rosa blanca prendida en su chaqueta me noquea. Bebo otro sorbo de agua, intentando despejarme. Me tiembla la mano cuando vuelvo a dejar el vasito en la mesa-. Una de las minas situadas en los Apalaches ha explosionado -niego repetidamente con la cabeza, las lágrimas bañando ya mis ojos. «No puede ser cierto… Él llegará hoy a casa, y estará bien» me digo. Sé, que puede ser una gran mentira piadosa hacia mí misma, pero aun así, me aferro a ello-. Todavía no se han detallado los motivos -prosigue-. El caso, es que, sí puedo confirmar que… muy a mí pesar, su padre, ha fallecido.
- No... -murmuro con voz aguda, encogiéndome en la silla. Nadie me toca, nadie dice nada. Y la verdad, es que lo prefiero así. Disculpas sin sentido por parte de gente que no lo conocía y consolaciones baratas no son, precisamente, lo que necesito ahora. Lloro sin control detrás de mis manos, como si así una cortina me ocultara la placentera mirada de Snow. Entre explosiones, imágenes de mi padre, recortes de canciones susurradas días de caza con él y secuencias de Prim y mi madre, desconsoladas, me vienen a la cabeza las palabras de Peeta «jamás -me susurró al oído- te harán daño». Y yo, como una tonta, le creí. La furia hierve dentro de mí, avivada por el dolor y la desesperación. Ansío con todo mi ser darle un último abrazo, y no podré. Escucharlo cantar la canción que quiere… quería, que yo le cantase a mis hijos; En lo más profundo del prado. Cosa que no haré; tener hijos, digo. No les condenaré al dolor que significa venir a este mundo.  Dolor, del que nadie me ha protegido, como me dijo- mentiroso -susurro entre jadeos y lloros. No hacia Snow. Eso, va para mi “falso protector”.
Bruscamente arrastro la silla hacia atrás y, de un salto, escapo del despacho y de todas esas miradas.

***


Golpeo las taquillas mientras corro sin rumbo por los pasillos. Sé que, aunque haya analizado la situación antes de actuar (cosa que me ha dado ventaja), Peeta corre detrás de mí. Haymitch ha dejado de hacerlo cuando, después de recorrer tres pasillos, le ha faltado el aire. Era de esperar. Y, por primera vez, me percato de lo que necesito un abrazo de este hombre, como si fuese una especie de consuelo barato.
¿Lo habrán hecho? ¿Mi hermana y mi madre estarán informadas? ¿Tendré que hacerlo yo? Lloro más solo ante la menor idea de llevar a cabo la tarea. Cosa que, en realidad, es responsabilidad mía. Debo concentrarme, y pensar en qué hacer, pero… sólo imágenes de sus gritos ahogándose bajo la nube de polvo y las rocas, sepultado o estallando en mil pedazos, sus ojos dejando de brillar, acuden a mí mente.
- Necesitas un taxi -me aconsejo, sin aliento.
Freno por culpa del vestido, ya que una de las lágrimas que forman las llamas se ha enganchado con el respiradero de una de las taquillas. Pego un tirón en el sitio, pero es inútil. Retrocedo para desengancharla como es debido y liberarme, previendo la situación. Espero que algún día aprenda a controlar mi ira; hoy, no es el día, y lo sé. Y eso, no es un final feliz, ya que Peeta es el que gira la esquina y se arrodilla junto a mí, y no otro que no me importe. Aunque ahora, sólo me importa mi padre… mi hermana y mi madre.
No puedo soltar la maldita gema de la taquilla, y me echo a llorar ante mi impotencia. De nuevo, sí.
- Katniss… -susurra Peeta, antes de abrazarme. Me echo a sus brazos y lloro, mojando con lágrimas saladas su cuello. Pero parece no importarle. Entonces, mi memoria hace ‘clic’, y le aparto de un empujón. Su mirada es… devastadora para mi corazón. Lo que pasa, es que mí corazón no es el que habla, sino yo.
 - ¡Vete! -grito, aunque parece más un aullido lastimero de algún animal- ¡Prometiste que no me harían daño!
- Por favor… -dice antes de que le corte, sus ojos también conteniendo lágrimas. Yo, derramo más por ello, aunque no vaya acorde con mi actual comportamiento.
- ¡No! ¡Vete! ¡No puedes pararlo! ¡Está muerto! -grito, furiosa entre lágrimas, después de que me claven un sedante. Espera. ¿Un maldito sedante en mi espalda, cómo en las malas películas americanas? Me siento demasiado furiosa como para que eso me detenga- ¡Mentiroso! Eres un mentiroso… eres… eres un… mentiroso… eres… eres… un… mentiroso… eress…
Las esquinas de mí visión se vuelven borrosas durante un instante. Después, me da igual morirme aquí, allí o más allá. Ojalá la jeringa fuera para eso. Sólo quiero hacerlo. Volver a ver su sonrisa, escuchar su voz, murmurar un ‘te quiero, papá’, y encontrarme en paz, como cualquier muerto dentro de un ataúd. Lo peor, es que seguramente no quede nada que enterrar.
Haymitch le gruñe algo a Peeta, que llora sobre mi vestido. Yo, me percato de que estoy tendida en el suelo. Unas manos intentan levantarme, pero frenan. Aprovecho para, con mis últimas fuerzas, acariciar suavemente la mejilla de Peeta, que levanta la vista ante el gesto. Creerá que soy un enigma indescifrable. Puede; ni yo misma lo sé. Él presiona un beso en mis dedos, que se mojan con sus lágrimas.
Mis párpados aletean cuando Haymitch gruñe por lo bajo.
- ¡Maldito abalorio!

2 comentarios:

  1. Ya estás subiendoo eeehhhhh que nos as dejado aqui como ¿wath?
    Osea lo as matado!y... Y PEETA!!! Pobrett no et dona lástima?No tiene la culpaaaa:'(
    Pos, mira Peeta, ara soy yop tu serxi señorrita :P
    Adeu:')
    PD:me a ENCANTADOO
    Van<3

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    Respuestas
    1. Buajajajajajajajajajjajaaaa....!!!!!!!!!!!
      Serxy señorrita... me encanta XD
      Para escribirlo,he intentado ponerme en su lugar. Si me dijeran "Tu padre ha muerto" primero lloraría como una descosida, y después... le ha añadido la ira, porque es verdad y además, a Katniss le queda perfect. Peeta era el más cercano y... BUM... le ha explotado la bomba en las narices ;·I
      Sip,me da penita, pero así es la vida. Y Katniss... a ver como se encuentra ahora y qué hace.
      ME ENCANTA QUE TE ENCANTE ;))!!!!!!!
      Besetsssssss <3<3<3<3<3

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Gracias por comentar y leer el blog ^^