Suena el estridente primer
timbre, y Haymitch se asoma al pasillo, esperando a sus nuevos alumnos para
meterles prisa y que entren rápidamente a los vestuarios.
- … te veo luego -cambia Peeta. Me besa en la frente y se
va.
Yo me quedo helada en el sitio.
Rozo con la punta de los dedos el lugar exacto donde sus
labios han rozado mi piel, y sonrío inconscientemente.
Me recompongo cuando oigo algunos pasos venir por el
pasillo.
Una chica bella, muy bella. Rubia, con ondulaciones hasta el
pecho, piel fina, ojos azules claro y cuerpo, en general, delgado. Es de aquí,
está claro que es de aquí, pero su belleza es parecida a la de… Madge, aunque
esta chica tenga el pelo ondulado y denote más. Me mira disimuladamente, pero
pasa de largo y entra en los vestuarios de mujeres.
Al cabo de unos segundos una tromba de alumnos pasa también,
y yo entro en el estudio para resguardarme.
Haymitch me mira sin tapujos el rato que tardo en llegar
hasta el estudio y entrar.
- Buenos días de nuevo, preciosa.
Le gruño como respuesta. Creo que esta, nuestra relación, es
así. Puede que no sea cariñosa ni amable, pero sé que me permite ser así y yo
le permito ser así porque nos aceptamos y, aunque me cueste decirlo, nos
parecemos. Creo que le estoy empezando a coger cariño, un cariño violento y
desagradable, pero en algún rincón dentro de mi más profundo, profundo, profundo
ser, es cariño de verdad.
Se gira y le grita a alguien que “mueva literalmente su culo
más deprisa hasta los vestuarios”. Genial. Me coloco junto a la barra y,
cansada de esperar y escuchar a Haymitch desvariar y gritar a todo lo que se
mueva en ese pasillo (cosa que le divierte), me siento en el suelo y empiezo a
estirar.
La chica rubia entra al cabo de unos segundos y se sienta a
mí lado. También empieza a estirar.
- Soy Katniss -escupo amablemente. Debo aprender a hacer
amigos ya, urgentemente. Además, esta chica, no sé porque, me parece una buena
persona por la que empezar.
Levanta la cabeza y me mira con los ojos abiertos, como si
estuviera extraña de que hablara con ella en vez de con la pared, o incluso
Haymitch.
- Maysilee Donner -dice, y finalmente saca una sonrisa. Creo
que le cuesta tanto como a mí, pero no me voy a dar por vencida tan fácilmente.
No creo que yo le caiga mal fatal.
- ¿Bailas desde hace mucho? -pregunto.
- Mis dieciséis años -contesta.
Cambiamos de postura sonriendo.
***
Me paso el jersey por la cabeza y recojo todas mis cosas del
vestuario. Haymitch nos ha dejado salir
diez minutos antes porque habíamos acabado y, bueno, porque «¡Quizás si
descansáis bien mováis mejor vuestros culos mañana!». De nuevo, genial.
Me despido con una sonrisa de Maysilee.
- Espera, yo también estoy -dice, saliendo a toda prisa.
Caminamos en silencio, aunque uno cómodo, no tenso. Una de
las cosas buenas de Maysilee, es que no te agobia. Recorremos todo el pasillo,
pero me paro en la puerta de lucha libre un segundo.
Peeta está alrededor de un corrillo, hablando riendo y, de
vez en cuando, pegándose (en broma)
mutuamente con otros chicos. Sonríe y disfruta, de verdad, y es él mismo.
Entonces yo sonrío como una tonta retrasada.
- ¿Voy yendo a clase? -dice Maysilee.
- Oh -me giro-, sí, perdón. Lo siento, es que… -mejor me
callo. Maysilee ríe un poco, porque parece haberse dado cuenta-. Sí, por
supuesto. ¿Cuál tienes?
Pregunta tonta. Las dos sacamos el horario de nuestras
mochilas, después e rebuscar cinco minutos de reloj. ¿Cómo va a saberse el
horario el primer día de clase? Tonta, tonta, tonta.
Los chicos arman más barullo de lo normal (que ya es decir).
Veo de reojo cómo se acercan para dirigirse a las duchas.
- Biología.
- Biología.
- Perfecto -dice. Las dos sonreímos-. Te veo allí. ¿Tercera
fila del laboratorio?
Los chicos empiezan a salir, y no huele precisamente a
gloria. Maysilee arruga la nariz.
- Encantada -contesto.
- Adiós -dice, y se escabulle, tapándose la nariz, antes de
que pueda contestar siquiera.
- Mellark, mañana no te me resistirás -oigo a mis espaldas.
Me giro y veo a un chico musculoso, de pelo cobrizo, ojos
como el mar y sonrisa juguetona, venir hacia mí. Puede que sea algún tipo de
semidiós griego barra guapísimo, pero yo sólo tengo ojos para el ángel rubio
que le acompaña.
- En tus sueños Odair -contesta Peeta.
Cuando levanta la mirada y me encuentra aquí, de pie, creo
que sí que parezco esa lapa acosadora. En vez de eso, sonríe todavía más y
acelera el paso.
- ¡Peeta, que no es una carrera! -le dice el otro chico.
Estalla a reír, mientras Peeta arde conmigo y rebaja el ritmo.
¡Katniss Everdeen y Peeta Mellark, los chicos en llamas!
Otra vez, genial.
- Hola -digo tímida, gracias al comentario del supuesto
semidiós.
- Hola -dice, en el mismo plan.
Semidiós Odair le pega un golpe en la espalda.
- ¿Katniss? -dice.
Asiento, un tanto perpleja.
- ¿Nos conocemos? -pregunto, insegura. Creo que recordaría a
este chico si lo hubiera visto antes, pero por preguntar, no pierdo nada.
- No tengo el placer -dice-. Sólo sé que eres la chica con
la que Peeta me ha comido la oreja toda la hora -suelta.
De nuevo, ¡Aquí está, Katniss Everdeen, la chica en llamas!
- Genial Finnick, gracias -le susurra Peeta.
- No hay de qué, para eso estamos. Bueno, voy a ducharme.
Encantado de nuevo, Katniss.
- Lo mismo digo -contesto, intentando que parezca que no me
ha afectado nada de lo que ha dicho.
Se aleja, más contento de lo que ha llegado, mientras Peeta
y yo guardamos silencio. A ver quién es
el listo que rompe el silencio con algo que no sea incómodo.
De hecho, yo no soy lista.
- ¿Qué clase tienes ahora? -pregunto. «Bien, Katniss, bien.
Ni frío ni caliente»
- Ehhh… Biología -contesta.
- ¿Es una broma? Yo también -bueno, parece que hoy todo el
mundo ama Biología.
- Genial -dice. «Frío, frio, Katniss»
- Bueno, no te entretengo más -«Muy bien, tú sigue metiendo
la pata»-. Quiero decir-empiezo, gesticulando torpemente-, ahora, para que te
duches, no en clase -los nervios nunca han sido buenos-, o sea, a ver, que no
es que piense que te he entretenido en clase, es sólo qué…
- ¿Apesto? -dice sonriendo.
- Sí -suspiro-. Quiero decir ¡no! No, no, claro que no,
sólo… mejor te dejo tranquilo -me rindo.
- Tranquila, Finnick crea el mismo efecto en todas -dice.
- ¿Crees que ha sido Finnick? -pregunto incrédula. Luego lo
pienso mejor y me muerdo la lengua mientras se me encienden las orejas.
- ¿Quién iba a ser sino? -pregunta sonriendo. Lo que me
temía.
- Ve a ducharte -le digo riendo, dándole un puñetazo flojo
en el brazo por la pregunta.
- Vale, vale… -y cuando creo que se va…- ¿Tan encantador
soy? -me susurra en el oído. Mi piel se pone de gallina mientras me recorre un
escalofrío, y tengo que recurrir a morderme de nuevo el interior de las
mejillas.
- Parece que tanto como yo -contesto. Jaque mate.
Le regalo un inesperado beso (tanto para él como para mí) en
la mejilla y me largo, de nuevo ardiendo en llamas.
***
Me siento al lado de Maysilee, como ella había dicho, en la
tercera fila.
- Hola -digo.
- Hola -pongo mis cosas sobre la mesa y ella mira al frente
mientras pregunta, así que el contacto visual es inexistente-. Oye, -se aclara
la garganta-, ¿a quién esperabas?
Me quedo un momento quieta, pero luego saco el último trasto
de la mochila y por fin me permito sentarme en el taburete y abrir la boca.
La clase está dividida en mesas por parejas. Cada mesa tiene
un enchufe, un microscopio, un pequeño grifo con agua no potable y dos pequeños
taburetes de plástico y metal delante. Incluso se han permitido el lujo de instalar
una incubadora (que nadie usa desde hace años, por pena a los huevos) y, a
parte de la pizarra normal de tiza, una pizarra eléctrica que se puede conectar
a un ordenador y así ver aburridos documentales o párrafos de teoría
pertenecientes al libro de texto normal, pero más grandes y pixelados. Es
táctil y, por supuesto, todo lo que hay en la sala es de ese horroroso color
verde lima.
- Esperaba a Peeta Mellark.
Que justamente entra por la puerta en ese instante. Recién
duchado, sin sudor, ni nada maloliente, está mejor todavía.
- Hablando del rey de Roma… -le susurro a Maysilee.
- ¿Ese es Peeta? -me susurra a la vez.
- Sí -susurro.
- Es que soy nueva, y no conozco a nadie. Bueno, ¿conoces a
Madge Undersee? -asiento-, pues en realidad somos primas, aunque no hablemos
mucho -dice. ¿En serio?
Peeta pasa por mi lado y me saluda. Le devuelvo el saludo y
veo como se sienta detrás.
- Tranquila, yo te conozco a ti y a cuatro más, y llevo unos
siete años aquí.
Las dos soltamos una risita y me pongo manos a la obra,
porque me cae bien esta chica.
- Ah, este es Peeta -digo, señalándole con la mano-. Y esta es Maysilee -le digo a Peeta.
- Encantado -dice Peeta con una sonrisa.
- Lo mismo digo -contesta Maysilee.
Aparece inesperadamente por un costado de mi campo de visión
Finnick, que se apresura a sentarse al lado de Peeta, detrás de Maysilee. En
serio, ¿por qué todo el mundo ama Biología?
- ¡Muy bien, gírense todos y presten atención! -vocifera la
profesora.
Oigo el ruidito de la tiza al estrellarse contra la pizarra.
***
- ¿Vienes? -me pregunta Peeta.
Sigo parada en el pasillo, decidiendo si me compensa entrar
en la cafetería y ver a Madge, Gale y Delly, aunque crea que esta última es
inofensiva.
- ¿Voy? -digo.
Se acerca y es ahora él el que me aprieta los hombros para
consolarme.
- Vienes -afirma.
- No me apetece que me regañen como si tuviera tres
años-digo.
- ¿Por qué iban a hacerlo?
- Ayer me comporté… me agobiaron y escapé, en vez de
enfrentarme a ellos -(más bien a Madge).
- De acuerdo… sabes que yo no lo haré -dice. Esbozo una
triste sonrisa.
- Lo sé.
Me suelta repentinamente, asustándome.
- Lo tengo, ahora vuelvo, espera aquí -dice, y echa a correr
hacia la cafetería.
- Vale -me da tiempo a susurrarle al aire.
Vuelve al cabo de unos cinco minutos, no más. Carga con su
mochila, tal y como se ha ido. Supongo que querría hablar con algún amigo de
algo, aunque no le veo el sentido, porque no pienso arrastrarle a mi soledad.
- Vamos -dice, justo cuando llega a mi lado de nuevo.
- ¿A dónde? -digo, mientras me coge de la mano y enlaza
nuestros dedos.
Estoy cansada de anunciar la llegada de la majestuosa e
inolvidable Katniss Everdeen, ¡La chica en llamas!
- Ahora verás, es una sorpresa.
***
Caminamos de la mano unos diez minutos, y creo que sé a
dónde nos dirigimos. Creo que lo sé porque yo también adoro la pradera, y
podría describir el camino con los ojos cerrados. Adoro cómo el viento mece las
hierbas altas que te rodean, y acaricia tu rostro hasta formar una sonrisa.
Cómo, si sabes dónde buscar, encuentras todo tipo de moras, frutos e incluso
fresas, en el bosque que la rodea. También hay buenas piezas de caza, muy
abundantes, pero eso ya son cosas mías, de cazadora.
Al final dejamos el camino de tierra por el que avanzábamos
y nos adentramos un poco en el bosque. Peeta sería un blanco fácil. Lo sé
porque estoy segura de que ha espantado a todos los conejos en quince
quilómetros a la redonda. Es un pelín torpe a lo que caminar por el bosque se
refiere, aunque no es justo compararlo conmigo, una cazadora nata, y mucho
menos con Gale, que resulta espeluznante cuando avanza por el bosque. Además es
un tramposo excelente. Fabrica y planea trampas con una facilidad e ingenio
indiscutibles. Tiene un talento especial para saber por dónde cruzará la presa
el sendero, al igual que yo puedo derribar con un arco a mi enemigo en la
oscuridad de un solo disparo. Somos así, llevamos la supervivencia en la
sangre, no podemos hacer nada por remediarlo, ni queremos. Son dones útiles.
Y por fin llegamos a la pradera, coronada por cientos de
florecillas, a pesar del imperdonable frío que acosa siempre estas tierras. Los
dientes de león se alzan y menean diminutos, gracias al fresco viento
proveniente de las montañas.
- Es perfecto -dice, inhalando el helado aire. Le imito. Siempre
lo hago cuando voy al bosque, porque opino que es una de las sensaciones más
placenteras que una puede vivir.
- Siempre ha sido perfecto -digo yo, mirando cómo a pocos
quilómetros de aquí se alzan Los Apalaches, nevados, elegantes e imponentes.
Allí trabaja mi padre, pero bajo tierra. Él adora esto tanto o más que yo, y no
me lo puedo imaginar encerrado en esos túneles, golpeando una veta de carbón
día tras día doce horas, junto a otros hombres poco agradables, porque allí
nadie es amable. Literalmente, ninguna persona cuerda amaría a ninguno de los
hombres que trabajan en la cuadrilla junto a mi padre. Puede que en otras vetas
sea distinto, pero no en la de mi padre. Bravo.
Noto como el agujero de mi estómago vuelve a abrirse, y le mando ánimos silenciosamente
desde aquí.
Seguramente tendré la punta de la nariz colorada por el
frío, pero no me importa. Supongo que confío en Peeta. Me tira de la mano, y me
doy cuenta de que tenía los ojos cerrados. Damos cuatro pasos vagos y nos
sentamos en un saliente rocoso, desde el que se ve todo el valle. Sí, perfecto
es la palabra idónea para describirlo.
Cuando asiento el culo en tierra firme nos soltamos de la
mano (mala suerte) y Peeta rebusca en su mochila, hasta que por fin saca dos
manzanas. Así que por eso había entrado en la cafetería.
Me tiende una. Parece que hoy me alimentaré sólo a base de
esta dulce fruta, ya que he desayunado lo mismo, y me parece buen tentempié
para llevar al bosque esta tarde. Llena bien el estómago, no ocupa demasiado
espacio en el zurrón, es ligera para cargar y también muy sana y nutritiva.
- No hacía falta -digo-. Pero gracias -añado, agarrándola.
- No podía raptarte y no darte algo de comer -dice antes de
morder la suya.
Le sonrío mientras muerdo yo también.
- ¿Habías venido antes? -pregunta.
- No hay lugar que me resulte más familiar -contesto,
mirando de nuevo sobre el saliente, las faldas de la montaña.
De repente me da por arrancar un diente de león que crecía
cerca de mí. Lo observo detenidamente, tan amarillo, tan fresco y que me
recuerda tanto a Peeta. Me giro para mirarlo, y veo que él me observaba a mí,
con esa mirada suya nostálgica. No me miraba a mí, miraba el diente de león.
- ¿De verdad no lo recuerdas? -le acuso más que pregunto.
No responde, sólo evita mi mirada adrede.
- Ese diente de león desencajaba entre tanto lodo, ¿verdad?
-digo, mirando al frente, al vacío; tal y cómo me siento yo.
Puede que él sea el diente de león, y yo el lodo.
Me levanto y tiro la manzana a ninguna parte. Ya me da
igual. ¿Por qué me ha mentido? ¿Por qué me siento traicionada? Él nunca firmó
ningún papel jurando fidelidad, pero como ya dije, doler, duele igual. Y
también sabía qué el amor duele, y que los chicos son los culpables. ¿Por qué
no podría amar simplemente a un perro, una garrapata o incluso, a Buttercup?
«No, tú coges y te enamoras de un chico» Bueno, supongo que si me enamorara de
Buttercup sería preocupante, y enamorarse de un humano es más normal, pero es
que… Ya he pillado que está no es una historia feliz. Puede que tenga un final
triste, uno agridulce, o incluso uno feliz, ¿por qué no? La historia puede ser
complicada, pero al final todo puede salir bien, ¿no? Yo ya no sé qué creer.
Quizás la vida es una gran mierda y punto. Sí, este valle es perfecto, y la vida es una gran mierda.
Empiezo a caminar en dirección opuesta a Peeta, en dirección
de vuelta al instituto, porque sé que por mucho que Madge sea como es, me
quiere y me apoyará, y tampoco dudo de Gale por nada en el mundo. Lo que pasa
es que puede que Gale le arranque la cabeza a Peeta. No, a Gale le pega más
dispararle dardos con alguna de sus trampas o cavar un hoyo en el suelo y
cubrirlo de hojas para que Peeta caiga dentro de culo. Pero es que yo tampoco
quiero eso. Por mucho que intente cambiar, no puedo dejar de, de… de amarlo.
- ¡Katniss! ¡Espera! -grita Peeta. Oigo cómo se levanta del
sitio y camina hacia mí.
Sólo acelero más. En cuanto cruce la primera fila de
árboles, habré escapado. Una ágil cazadora huyendo en el bosque, contra un
chico que no podría ser más torpe si cojeara. Pero me alcanza. En campo
abierto, me gana. Maldita sea. Me agarra por el brazo derecho. Yo pego un tirón
y me revuelvo, pero su agarre de acero se recupera a los pocos segundos.
Malditas bandejas de la panadería.
- ¡Déjame! -le grito. ¿Cuándo he empezado a llorar?
- Por favor, para, déjame expli…
- ¡Suéltame! -le interrumpo- ¿Por qué no me dejas en paz?
-suplico. Sí, confirmo que estoy llorando desde hace un rato.
Se para.
- Katniss -dice en voz baja. Sólo puede decir eso. Esa
mirada y expresión de tristeza me… me mata por dentro.
-¿Era esto lo que me tenías que decir? -menea la cabeza,
negando. Vale, cambio de táctica- ¿Por qué? -consigo decir, con voz de niña
pequeña- ¿Qué he hecho mal?
Me acerca más a él y me habla mirándome a los ojos. Los
suyos también contienen lágrimas.
- Ya te dije qué…
- ¡No! -interrumpo, furiosa. ¿Hasta qué punto cree que soy
tonta?- Algo tendré que haber hecho para qué…, para qué…
- ¡Tú no has hecho nada! -exclama.
Los dos nos callamos. No creía que él me pudiera gritar así,
nunca. Si tuviera una urna cerca, la tiraría hasta romperla en mil pedazos.
-¡Gracias! -grazno- Ya está, gracias, por lo que hiciste
-pego un tirón con el brazo y me suelto, ya que él está mirándome, de un forma
tan triste y cansada, que no creo que tenga más ganas de luchar inútilmente-.
Supongo que ya no te debo nada, así que no hace falta que te acerques a mí.
Me dirijo hacia el bosque para volver a clase, no sin antes
ver cómo una lágrima caía por su mejilla.
Cansada, triste y hundida. Parecía que hoy iba a ser un buen
día. Me equivocaba, como siempre.
Voy a echar muchísimo de menos a mí chico del pan.
que lindo ha quedado me has hecho llorar.
ResponderEliminarQue fuerte!! Esa era una de mis metas en la vida!!! A ver,me explico. No hacer llorar a la gente, que no soy tan mala. Que la gente llore al leer algo mío, que yo he escrito, como yo lloro con los libros que me importan ^^
EliminarBESOS!! QUÉ BIEN...