Muy muy rapidito, quería agradecer a cualquiera que me haya mostrado su apoyo ya sea en los comentarios o leyendo mi historia. Siempre que veo el amor que me transmitís me sacáis una sornisa que, si cualquier me pregunta, diré que no tiene precio. Esta es mi segunda despedida (la primera en Wattpad, que, uff, después de tanto tiempo sigue igual de lentito, y no me deja ver ahora mismo lo que con tanto amor os había escrito), y las palabras pueden ser o no parecidas, pero están todas dirigidas para todos. Si os queréis pasar a leerla, quizás os deje un buen sabor de boca.
Os quiero un montón, más de lo que pueda parecer. Que la suerte esté siempre de vuestra parte, disfrutad de este último capítulo y hasta siempre. Os llevo en el corazón.
16
Real
Beso su cuello delicadamente, marcándolo con pequeños besos de
arriba abajo, subiendo mi cuerpo un poco más respecto al suyo, lo que me
convierte, por primera vez en mi vida, en una persona más alta que otra de mi
edad. Temporalmente.
Peeta acaricia mi espalda,
frotando su piel contra la mía más fuerte, aplastando mi cuerpo contra el suyo.
Ni decir hace falta que quiero que siga. Necesito sentirlo completamente junto
a mí, sin dejar un centímetro de piel libre. Y quiero que me cubra con su
cuerpo. Me da igual si es más grande y puede aplastarme un poco contra el
suelo. Necesito tenerlo sobre mí.
Engancho su cadera, rodeándola con mis piernas, y hace calor, a pesar del agua
helada. Mucho calor. En zonas en las que nunca
hace calor.
- Katniss… -susurra Peeta con
voz ronca.
- Sácame, Peeta -susurro yo,
como un perrito lastimero.
Se parta lo suficiente como
para mirarme a los ojos sin bizquear. Y ya está demasiado lejos.
- ¿Segura? -pregunta. Parece
que haya pillado un catarro con esa voz ronca. Y posiblemente mañana lo
pillemos por este baño. Pero ahora eso no me importa. Él. Solo él.
- Por favor -susurro, atrapando
su labio inferior entre los míos.
Él me abraza más fuerte y, con
su fuerza de capitán del equipo de lucha libre, me saca del agua como si no
pesara más que un bebé. Oh, pero un bebé no le haría estas cosas por el camino.
Desenredo mis piernas cuando
llega a la orilla y camino de espaldas sobre la hierba, arrastrándolo conmigo
en un beso intenso, antes de que me abrace y caigamos sobre algo suave. Miro y
estamos sobre una manta color melocotón. Peeta empieza a besar mi cuerpo de
arriba abajo, desde el cuello hasta la cintura, creando una línea ardiente que
me atraviesa como fuego celestial, mientras yo gimo y aparto con un manotazo la
cesta de detrás. Supongo que la cena romántica queda para después. Avanzamos
hasta estar completamente tumbados sobre la manta, y Peeta me pone ágilmente
sobre él, girando y alzándome por la cadera. Le miro y paso mis manos por su
cuerpo, dibujando su abdomen, trazando sus pectorales, sintiendo su corazón
latir fuertemente bajo mi mano. Me tumbo lentamente sobre él, sintiendo cada
célula de mi cuerpo fusionarse con las suyas, y coloco mis piernas a sus lados.
Estiro mis manos y juego con su cabello mientras él me besa, dejándome sin
respiración.
Y entonces nos unimos del todo.
Somos dos. Dos y uno.
*
* * *
Saca la botella de vino tinto
de la cesta mientras yo me pongo el vestido de nuevo por encima, para no
helarme, y le traigo sus pantalones. Ups, ¿se me olvidó coger la camiseta? Toooda una pena. No soportaría vérsela
puesta de nuevo después de esto. Me llorarían los ojos. Hablo de lo mismo
cuando pienso en nuestra ropa interior tirada en la orilla.
Tiro los pantalones a sus pies
y me siento a su lado, visualizando las copas de vino llenas sobre la manta y
la cesta abierta repleta de comida. Me muero de hambre después de esto.
- ¿Sólo los pantalones?
-pregunta sonriendo.
- Es algo fácil de quitar
-respondo mientras se los pone, yo alcanzando una copa de vino y estirándome
para mirar en la cesta-, teniendo en cuenta que se me ha olvidado ponerme la
ropa interior.
- Los accidentes ocurren -dice,
y se inclina para besar mi nuca mientras rebusco en busca de la cena-. Solo los
pantalones… está definitivamente bien.
Suelto una risita y saco unos
sándwiches, dejando mi copa dentro de la cesta. Le pego un gran mordisco a uno
y paso el otro hacia atrás. Peeta lo coge y me arrastra con él, poniéndome en
su regazo.
- ¡Eh, que quiero mi copa! -me
quejo, pero él me besa. Me besa profundamente, y sabe… sabe a vino tinto- No
está mal -digo, seria-. ¿De qué año dices que es la cosecha?
Me coge y empieza a hacerme
cosquillas. Me tiro hacia atrás mientras grito y pataleo como si estuviera
poseída.
Entonces besa mi cuello, y la
risa se agrava hasta convertirse en un suspiro. Se sienta de nuevo y prueba su
sándwich. Me quedo ahí, tumbada a medias sobre su regazo, con la espalda
doblada de mala manera. Él sigue comiendo.
- Gracias por ayudarme a
levantarme, yo también te quiero -comento.
Me levanto como puedo mientras
se atraganta por la risa.
- Quién ríe el último ríe mejor
-le digo, yendo a por mi copa de vino. La bebo de un trago y me acerco a él, un
tanto mareada y, seguro, más desinhibida-. Peeta, eh, tengo algo importante que
decirte -empiezo, intentando parecer vergonzosa.
Él me mira y deja su sándwich
de lado, con una pequeña sonrisa. Me pongo en cuclillas entre sus piernas, de
forma que pueda escapar rápidamente en cuanto… bueno, en cuanto le diga lo que
tengo que decirle.
- Dime -pide, quitándome el
pelo de la cara.
Acerco nuestros rostros hasta
que mi nariz roza la suya.
- Yo… -y eructo.
Salgo corriendo antes de que me
coja, ya que se queda sorprendido y quieto en el sitio.
- ¡Katniss! -exclama, y sale
detrás de mí.
No puedo parar de reír a
carcajada limpia mientras corro por la colina, rodeando el lago. Cuando me
alcanza, quilómetro y medio más allá, me alza cogiéndome por la cintura y pega
vueltas como si fuéramos las aspas de un helicóptero. Cuando para, me cuelgo de
su cuello, porque combinar el pegar vueltas y beber vino no te da estabilidad
precisamente.
- Es verdad que el que ríe
último ríe mejor -me susurra, y me besa en la mejilla-, porque me encanta verte
así.
Y entonces no aguanto más.
Le beso el cuello, la zona de
piel expuesta que tenía más cerca, y acaricio su pecho desnudo. Reacciona y, de
repente, me levanta y estoy a horcajadas sobre él. ¿Dos veces en una noche?
Puede.
Seguro, maldita sea.
*
* * *
El timbre de clases sonará en
quince minutos, y no sé si seré capaz de ir a ballet. No podré abrirme de
piernas ni loca, y no pienso siquiera en hacer puntas… para que mentirme a mí
misma, no sé si podré correr entre el cambio de clases como me retrase. Lo que
es bastante probable, ya que los profesores querrán hablar conmigo sobre cómo
superar el curso después de semanas sin acudir. Voy lista.
- ¿Sabes que pareces un pato al
caminar? -me dice Madge.
- Para de alagarme, harás que
me sonroje -gruño.
Me coge del brazo y sonríe, lo
que es mal augurio. Me susurra:
- ¿Toda la noche, uh?
Pongo los ojos en blanco, pero
me sonrojo. Tiro del jersey rosa hacia abajo, como si por mirarme la gente
fuera a saber lo que hice. Lo que Peeta y yo hicimos. Recordarlo me saca una
sonrisa tonta, así que no es muy difícil de adivinar. Al menos, si sabes lo que
sabes como Madge.
- Dile a Haymitch que estás
indispuesta -recomienda.
- Madge, no estamos en el siglo
diecisiete.
- ¿Que vas al tocador?
Le pego con el codo en las
costillas.
- Bueno, bueno, vamos a cambiar
de tema, ya que éste… te altera -suspira. Me mira con ojos brillantes y
abiertos y una sonrisa-. ¿Adivina quién tiene que volver a Capitol’s?
Yo también abro mucho los ojos.
- Perdí mi virginidad -salto.
Todo es mejor que Capitol’s-. ¿Quieres detalles?
- Me los contarás en Capitol’s.
A mí, a Cinna, a Flavius, a Venia, a Octavia…
Mierda.
El lugar sigue pareciendo el
taller mágico de unas hadas con tanta purpurina, pero todo es mejor con Cinna a
mi lado. Rebusca entre perchas y más perchas, buscándome un vestido para la
cena a la que Haymitch me obliga a ir para agradecerle al padre de Madge la
subvención que ha donado al grupo de ballet. No podía decir que no. Era parte
del trato: yo me como el marrón y él me deja observar a Peeta entrenar en la
clase de hoy. Ha valido la pena.
Peeta. Sudor. Músculos.
Finnick. Chistes. Collejas.
Annie. Besos. Más collejas.
Definitivamente ha sido una
buena mañana.
- Pruébate este, inútil -me
dice Cinna con una sonrisa. Sujeta un vestido plateado palabra de honor en una
mano, y en la otra tiene unos tacones con los que es imposible caminar. Hasta
que se los pone Madge mientras estoy probándome el vestido. Haré una foto y se
la llevaré a mi profesora de Física, porque tiene que estar transgrediendo
alguna ley.
Cuando salgo del probador Madge
se pone una mano en la boca y agranda los ojos como si fuera una actriz mala en
una telenovela.
- ¿Qué? -inquiero, me miro de
arriba abajo e intento verme la espalda para ver qué está tan mal. Bueno, peor
de lo nor(mal) que soy yo- ¿Lo he roto algo? ¡Sabía que era demasiado pequeño
para mí! ¿Es el culo? Oh… mira la cintura. Parece que vaya a reventar. Además,
creo que me hace parecer una botella…
- Deja de decir partes del
cuerpo -me interrumpe Madge-. ¡Estás genial! Bueno, genial y ciega. O tonta.
- ¿Sabes que tienes una forma
especial de elogiar a la gente?
- Cállate y pruébate los
tacones -me contesta con media sonrisa divertida. Se los cojo (por supuesto,
rodando los ojos), cuando justo le suena el teléfono- Ya… pero, papá… vale, voy
para allá -me mira con cara de pena-. Tengo que irme a casa, mi madre vuelve a
tener migrañas y mi padre no quiere dejarla sola en casa. Cinna, cóbrame. Ah, y
Katniss, te quedan genial los tacones.
- Las dos sabemos que cualquier
prenda de ropa de esta tienda te encanta. Deja de decir que la guapa soy yo y
besa a los zapatos.
Me guiña un ojo y se cuelga su
bolso del hombro.
- No lo dudes –bromea, y se
dirige a la puerta.
Me giro en redondo y me sorprende ver a Cinna observándome
fijamente.
- ¿Qué? –digo en voz baja, como si al hablarle pudiera
romper algo muy valioso- ¿Tú también crees que parezco una botella?
Eso lo hace sonreír.
- Para nada. Pero creo que los dos sabemos que este estilo
es el de Madge, no el tuyo. Ven, creo que hay un trapito negro para ti en la
trastienda.
Oh. Segura como el infierno que lo hay.
* * * *
El cielo está cubierto de nubes
grises, como si ya supiera antes que nadie que esta noche se avecina tormenta.
Me encojo en el asiento del coche, intentando parar los sudores fríos. Haymitch
tose con poca clase en el asiento del conductor y aparca en la enorme entrada
cubierta de gravilla de la casi-mansión de los padres de Madge. Ambos odiamos
estar aquí (personalmente me siento como si fuera a exponerme en una gira de la
victoria indeseada) pero yo soy amiga de Madge y bailarina, y Haymitch ha sido
presionado por el Dtor. Snow.
Ya, bueno, es lo que hay.
Bajo del coche en silencio,
recogiéndome el vestido negro con cuidado para no estropearlo. Es la primera
vez que de verdad aprecio un vestido. La tela es de satén negro, brillante y
elegante pero a la vez oscura, como si fuera mi propia armadura. Y eso me
encanta. Acaba en una cola de sirena ceñida que se abre a la altura de las
rodillas, mostrando mis piernas, pero no demasiado. La parte superior es
simplemente exquisita, diseñada por Cinna. La cintura no resalta demasiado pero
se ajusta al hueco de mis caderas, y el escote tiene forma de pico, un pico que
baja bastante, casi hasta la altura de mis costillas. Además, dos cintas finas
se unen en el final del escote y suben, paralelas a la tela negra del pecho, y
forman una red que se extiende por mi espalda. Las sandalias de tacón son
simplemente negras, con una tira en el tobillo y tacón de aguja. Debo decir que
también me encantan.
Cinna se ha superado esta vez.
Además, Octavia se ha ocupado
de que luzca un recogido precioso, y Venia de que mi mirada intimide con un
maquillaje negro, como si me hubiera pintado con carbón quemado.
Cierro la puerta de la
furgoneta granate de Haymitch con fuerza, demasiada fuerza. Él ni siquiera
reacciona ante eso, porque somos demasiado parecidos. Al revés, rodea la
camioneta colocándose bien el esmoquin y me ofrece un brazo para que no me
caiga. Sería amable y le diría las gracias si fuera otra persona, pero este
hombre no me ha hablado desde que me puso ante el verdugo para que me informara
de que mi padre había muerto. Creo que hay algo trabado entre nosotros, pero
eso no nos condiciona porque estamos medio muertos por dentro. Yo al menos
tengo a Peeta para revivirme y devolverme a la realidad. No sé lo que tendrá
Haymitch, pero no es suficiente para obligarle a que le importen algo las
greñas en su cara o su aliento a alcohol, y por eso acepto su ayuda.
Caminamos hasta la puerta
principal, y justo cuando Haymitch toca el timbre, mi teléfono suena. Lo saco
del bolso plateado que me ha prestado Madge y en cuanto veo quién es no puedo
siquiera plantearme dejarlo sonar.
- Me has pillado en la puerta
–contesto en voz baja, con media sonrisa pintada en la cara.
- Perdón –dice rápidamente, y
me lo imagino sonrojándose-. Solo quería decirte que puedo pasar a por ti
luego.
- Haymitch me ha traído –digo. Susodicho
me mira con curiosidad en cuanto oye que menciono su nombre.
- Precisamente por eso. ¿Y si
bebe en la cena? No quiero que luego conduzca él, solo por si acaso, y yo puedo
llevaros a los dos a casa perfectamente.
Frunzo los labios un segundo
con ganas de defender a Haymitch, pero luego cambio de opinión. Peeta tiene
toda la razón, y sabiendo cómo es él, lo que dice lo dice de corazón, no para
hacer sangre.
- Vale. ¿Te llamo cuando
vayamos a acabar?
-Perfecto. Oh, y… ¿Katniss?
- ¿Si?
- Ten paciencia. Te quiero.
No puedo evitar reírme, justo
cuando el Sr. Undersee abre la puerta.
- Ya está aquí –susurro-. Te
quiero –digo, con voz normal, y cuelgo. Eso no se puede susurrar.
Haymitch y el Sr. Undersee se
saludan, y veo que el hombre al menos intenta sonreír. Bueno, esta tarde no ha
bebido, lo cual es una grata sorpresa. Madge se asoma por la puerta, vestida
con un imponente vestido rojo, y en cuanto me ve sale corriendo a abrazarme.
- ¡Estás guapísima! –me dice al
oído.
- ¿Hoy no me llamas Pequeña Gata? -susurro en respuesta,
con una falsa sonrisa de cara a sus padres.
Tuerce la sonrisa y me pega con la punta del tacón sin que
nadie lo vea cuando por fin entramos en su particular hogar. Estoy feliz de
poder decir que esa loca es mi amiga.
Es entonces cuando me doy cuenta. La autocompasión no
lleva a ningún lado.
Tengo una amiga que no habría
podido imaginar ni en sueños, una hermana que es la encarnación de la buena
voluntad, un chico que me ama a pesar de haber conocido mis defectos más allá
de la pared que he levantado para separarme del mundo, y sí, puede que un
profesor alcohólico que me cae mejor de lo que posiblemente debiera, un mejor
amigo que quiere algo que no puede llegar a tener, y una madre que parece haber
olvidado lo que significa vivir. Pero de eso se trata. La vida no es perfecta,
pero tampoco es un lugar oscuro, no si sabes dónde encontrar los pequeños retazos
de luz. Así que si Peeta pudo traspasar mis muros, yo conseguiré algún día traer
de vuelta a mi madre, aunque me cueste la vida hacerlo; resolveré las cosas con
Gale de una vez por todas, porque ambos nos merecemos recuperar a nuestro mejor
amigo; y, lo más difícil, empezaré a sonreírle a Haymitch de vez en cuando.
Porque a veces nos cuesta
distinguir entre lo real y no real. La mente es un lio de pensamientos que nos
juega malas pasadas, dejándonos a veces en la más absoluta oscuridad. Es por
eso que en muchas ocasiones necesitamos ayuda sin saber que necesitamos
pedirla. Me ha costado mucho tiempo llegar a esa conclusión, empezando porque
he estado tanto tiempo en la oscuridad que cualquier rayo de luz me asusta. El
amor por uno mismo y por otros, los sentimientos, la confianza, son unos pocos
ejemplos. Y el miedo que a veces me siguen dando. Sin embargo, prefiero
respirar hondo, enfrentar mis miedos y formar una nueva vida, con retazos de
besos de Peeta, sonrisas de Prim y comentarios inapropiados de mi querida Madge.
Prefiero aceptar el miedo y el amor, sabiendo que van de la mano, antes que
volver a huir de cualquiera de ellos.
Yo soy la Katniss real, la que
sabe que vale la pena luchar con todas sus fuerzas por una razón que valga la
pena. Y si no puedo salvar el mundo, al menos puedo empezar por un pequeño
pedacito. Aunque ese sea yo.
FIN