domingo, 27 de abril de 2014

Nueva historia; nuevo blog; ¿nuevo final?

Ya estoy de vuelta y con Internet!!! Vanilla me dio una idea, y es que no sé si continuar con esta historia o dejarla así, como final. Por supuesto, haría epílogo, eh ;)) La idea que Vanilla me ha dado con su comentario, es esta: ¿Y si escribo otra historia? Pues en mi pueblo, he probado y me he puesto a ello... ¡y ha funcionado! Otra historia escribo, sobre Los Juegos del Hambre; concretamente, los 15º Juegos del Hambre. Fundaré nuevo blog para ella (no me gusta que dos historias compartan blog) y... he pensado que puedo dejaros el primer capítulo. ¿Qué os parece? 
Link del nuevo blog: Diario de una tributo

BESOS!!!! ;))

martes, 22 de abril de 2014

Capítulo 14: Recuerdos de sal y limón

Huuuuuuuuuuuuuooooooolaaa chic@s!! ¿Por qué publico el capítulo TAN PRONTO? Porque me voy a mi pueblo lo que queda de semana, y bye bye Internet, así que... Os lo dejo ya para haceros felices beibiiiis XD 
Estoy contenta,y se me nota, ¿no? Acudiré a un concierto de las Sweet California con mi amigas, estrenan dentro de ná DIVERGENTE (que ya hay anuncios en la tele y publi por la calle ^^), Cassandra Clare publica el... ¿05.05.14, puede ser? (no recuerdo exactamente, pero en mayo seguro) el séptimo y último libro de la saga Cazadores de Sombras, yo y mis locuras seguimos con el running, la historia ya abarca + de 100 páginas... ¡Cómo para no saltar de alegría!
Y la verdad, es que no soy la única; atentos al capítulo, más concretamente,al final. ¿El título? En cuanto leáis, comprobareis que los recuerdos de Katniss pican y escuecen... ¿Lo pilláis? Seguro, mis smarties. Más cosas... ¡ah sí! Cuando leáis la palabra vestido, hay un link para verlo (el que lleva Katniss puesto en la ceremonia), clicar encima si queréis saber cómo es de verdad. Ohhhh!!! Pregunta clave: ¿ACABO AQUÍ LA HISTORIA? COMENTAR PLIS, QUE ESTOY INDECISA...
No me enrollo más, que m'he passat ;)) Petons!!!!!!


Capítulo 14: Recuerdos de sal y limón


Esperaba ver a mi padre en este letargo estado, mientas el sedante hiciese efecto. Le diría que le quiero, él me tranquilizaría, me diría que todo va a estar bien, y se iría a donde quiera que vayan los muertos que fueron buenos en vida. Sencillamente, no. Esto es la vida real, aunque  veces, me parezca un sueño borroso. No real. Un libro, una película, un relato, una historia. Vuelvo a llorar, sin tan siquiera haber abierto los ojos.
Me palpo la frente, como si así apartara la maraña de dolor que me cubre. Algo se mueve encima de mí e intento abrir los ojos, pero pesan demasiado. Después de varios intentos, los abro y me incorporo costosamente. Prim se encuentra abrazada a mí, con su carita roja y aún mojada por las lágrimas. Entierra un poco más su rostro en mi vientre. Echo un vistazo alrededor, y reconozco la habitación de mis padres. Carece de decoración; cama, armario, mesitas de noche y lámparas. Concepto barato en todo su esplendor. Uno de los jadeos de Prim me saca del trance. La arrimo a mí, y en cuanto lo hago noto como mi cuerpo es vago al actuar, a pesar de haberme despertado. Ella murmura en sueños, y llora más violentamente (cosa que me contagia). Finalmente me decido a despertarla, pero oigo otro sollozo y me detengo. La beso en la sien, justo donde acaban los puntos de su herida, y me dirijo al comedor. En cuanto pongo los pies en el suelo y me levanto, me mareo y acabo de rodillas en la moqueta. Así, desesperada, me arrastro a gatas hasta el marco de la puerta, con el cual me ayudo a levantarme. Me tambaleo por el pasillo hasta encontrar a mí madre en el sillón del comedor, llorando silenciosamente. Me quedo quieta, asustada. De vez en cuando jadea, pero no deja de mirar al frente, al vacío.
Me permito dejarme caer contra la pared y llorar allí mismo.
He pillado que han sido informadas.

***


Semanas después del accidente, he despertado. No literalmente, por supuesto. Quiero decir, que he dejado de llorar en un rincón; he dejado de compadecerme; he dejado de preguntarle a dónde ha ido, porque ahora comprendo que nadie me responderá nunca; he dejado de gritarle a mi madre, porque ella aún no ha despertado. También he dejado de hablar con Peeta.  No he vuelto a llamarle, no he permitido que me visite ni que vea en qué estado me encuentro, a pesar de sus constantes llamadas y mensajes, incluso toques en la puerta; nunca pasó del felpudo y nunca deje de llorar. Ahora sólo necesito estar sola, conseguir una fuente de ingresos e intentar superar todo. En este momento, me parece imposible. Y es que ya sé que jamás lo superaré, ya que eso incluiría olvidarlo. Ni siquiera hemos tenido entierro. Siguen buscando en las minas los cuerpos, si es que hay.
No he vuelto al instituto. No sé qué haré con mis estudios. Lo que sí sé, es que las vacaciones de navidad me dejarán el espacio que necesito antes de decidirme a actuar respecto a eso.
De momento, lo único que puedo hacer es cazar para tratarme, y  de paso llenar esas bocas que siempre piden más.

***


Abro el armario de mi madre. Un vestido color crudo de gasa con estampado floral en rosas y rojos es el elegido para ser hoy lucido en el acto en memoria de las víctimas del accidente. Incluso tendré el honor de recibir una inútil medalla al valor, por mi padre, como si así compensaran la pérdida. Salto de la emoción… ¿se me nota?
Me calzo unos tacones, también color crudo, suministrados por Madge. Me acompañará, algo que me anima. Hemos hablado un par de veces por teléfono, pero no soy muy elocuente, y ella no me ha querido presionar. Pero hoy, la he invitado a venir. Ella ha aceptado al instante, alegando que necesita darme un ‘¡gran abrazo!’ inmediatamente.
La dejo peinarme con una simple coleta; pero ella complica las cosas, y pasa una hora de reloj planchándome el pelo. Al final, me lo suelta, ya en la puerta.
- ¿Qué haces? -digo, sorprendida.
- Así mejor, confía en mí.
Le sigo el royo, sin querer discutir tan tempranamente. Tampoco tengo energía.
- ¡Prim! -llamo.
Aparece, un tanto encogida, por el pasillo. Su pelo está recogido en sus dos trencitas de siempre, y luce el mismo vestido (heredado) que yo vestí en el baile del club, el de cuadros rojos.
- ¿Te has despedido de mamá? -me pregunta.
- Sí -miento, con una pequeña sonrisa mientras le doy la mano. La borro en cuanto no mira. No pienso despedirme de ella. Tampoco se dará cuenta de si lo hago o no. Además, nuestra relación… digamos que no pasa por su mejor momento. Me siento traicionada. Yo aquí, intentando que no muramos de hambre, esforzándome por las tres y ella… parada, sin contestarme siquiera.
El viaje en el coche de Madge pasa enseguida, gracias a su temeraria forma de conducir; ella la llama ‘emocionante’.
- ¿Sigues con Darius? -suelto, cuando ya diviso el Edificio de la Justicia del pueblo. Necesito entretenerme y no pensar en ello.
- Sí -responde con una sonrisa, acelerando cuando el semáforo pasa de verde a rojo. Me agarro al reposabrazos del coche. Echo una mirada al asiento trasero y veo a Prim, bien segura con el cinturón; eso me tranquiliza… un poco-. Y tú ¿qué tal con Peeta?
- Creo que hemos roto -contesto, intentando que no parezca nada. «Camino con los pies. Los humanos tenemos pulgar y los primates no. Creo que he roto con Peeta. Este invierno habrá feria en la plaza.» Lo de siempre, normal.
- ¿Crees? -pregunta Madge, saltándose una señal de stop.
- La señal era para parar -resalto.
- Uh -sopla, restándole importancia con la mano-. No cambies de tema. ¿Crees? Porque yo creía otra cosa…
- Madge… -digo, intuyendo que otra de sus sorpresas está preparada. Mi voz es menos amenazadora y más triste que antes. Puede que a lo mejor eso la achante.
- Lo siento. Da igual, habrá mucho público -suelta, aparcando el coche con el ángulo torcido en el recinto exterior del Edificio de Justicia. Me obliga a salir por la otra puerta, la del conductor, ya que la mía choca con un árbol si hago el menor intento de abrirla. Paso por encima del cambio de marchas y mi vestido de engancha en la palanca, cosa que me trae malos recuerdos
[…Haymitch le gruñe algo a Peeta, que llora sobre mi vestido. Yo, me percato de que estoy tendida en el suelo. Unas manos intentan levantarme, pero frenan. Aprovecho para, con mis últimas fuerzas, acariciar suavemente la mejilla de Peeta, que levanta la vista ante el gesto. Creerá que soy un enigma indescifrable. Puede; ni yo misma lo sé. Él presiona un beso en mis dedos, que se mojan con sus lágrimas…]
[...Peeta vuelve a gritar mi nombre, y yo sollozo más fuerte. Me tapo la boca con la mano para intentar que no oiga mi lloro. Lo único bueno que se me ocurre, es que no puede traspasar puertas. Llama al timbre repetidas veces, pero yo sigo sin levantarme, puerta principal contra mi espalda. Así, siento que lo tengo más cerca. Finalmente se cansa, y la puerta tiembla una vez. Una sombra aparece por debajo, y sé que ha adoptado la misma postura que yo al otro lado de la puerta, como un espejo.
- Lo siento -murmuro.
No puedo enfrentarme a él. La posibilidad de que me abandone es demasiado alta, y sé que sería justo por todo lo que le dije, y también sé que, como cuando discutí con mis únicos amigos en el almuerzo, solo retraso lo inevitable. Pero no soy lo suficientemente valiente como para hacerlo ahora. Y que me hagan más daño (Que me rechace. Que se compadezca. O lo peor, que no me deje por pena)… puede que fuera la gota que colmara el vaso y finalmente me rindiera, como mi madre.
- Katniss -exclama al otro lado de la puerta, suponiendo que le escucho. Lo hago atentamente, aunque sea entre lágrima y lágrima-, por favor, abre. Necesito verte… por favor -suplica, con voz rota. Puede que él también esté llorando-. Sé que no te he protegido de esto. No sé cómo podría haberlo hecho, pero de todos modos… no lo he hecho, y he roto mi promesa. Perdóname. Créeme cuando te digo que nada me ha dolido más -hace una pausa larga, tanto que pongo la oreja para ver si sigue ahí, hasta que continúa-. Esas veces en las que no me atrevía a decirte algo, estaba siendo cobarde. Sólo quería decirte… Jamás he sentido esto por otra chica. Por nadie, en realidad. Jamás he amado a otra, Katniss.]
Pero esta vez la tela se libera con un simple tirón.
Mis piernas tiemblan en cuanto los tacones se apoyan en el asfalto. Madge me coge con su habitual agarre de hierro, y por primera vez me alegro. Yo por mi parte, agarro a Prim. Si me fijo bien, puedo distinguir las lágrimas en sus ojos, rojos e hinchados. Los míos, igual.
Por eso paro, me acuclillo frente a ella y le limpio las lágrimas.
- No hace falta que subas -le digo.
- Da igual. Así le diré adiós a papá.
- Vale -contesto, asintiendo.
Nos ponemos en marcha, pero… esa inocente y valiente respuesta; Peeta aquí, tan peligrosamente cerca, sin saber dónde; el acto que me ha traído aquí, al que mi madre no ha podido acudir por no… reaccionar ante nada. Todo, provoca que una lágrima de debilidad se arrastre por mí mejilla antes de que me apresure a limpiarla.

***


Madge nos guía por el recinto como si de su casa se tratase. Un pasillo, otro, unas escaleras arriba, luego abajo, mil giros y ya hemos atravesado el edificio; nos encontramos tras las puertas que dan al escenario. Me sudan las palmas de las manos, pero mi decaído estado no me permite sentir nada más, como nervios o que me muerda el interior de las mejillas. Estoy vacía.
El murmullo de la multitud que espera, expectante, suena como un eco molesto en mis oídos cuando el alcalde Undersee pronuncia mi nombre el primero de la lista de familiares de las víctimas. Todo me parece irreal, mis movimientos mecánicos. Atravieso la puerta, sola frente a una multitud, y empiezo a bajar los escalones. Cuando lo consigo y atravieso el escenario, comienzo a sentir que vuelvo a mí, que soy capaz cambiar de rumbo y no dirigirme automáticamente hacia el alcalde y demás miembros del consejo. Pero, obviamente, no lo hago. Acepto la placa que tiene el nombre de mi padre, cosa que me apena y provoca lágrimas silenciosas que intento evitar. Me doy cuenta de que Prim me seguía todo este tiempo. Puede que no haya vuelto a mí, después de todo. Le cojo la mano y sujeto con la otra la placa, contra mí pecho. Nos apartamos y colocamos frente a todos para que los familiares del siguiente fallecido puedan repetir el proceso. «Parecemos maniquís colocados en un escaparate», me viene a la mente.
Busco señales entre el público inconscientemente: el brillo de su pelo, el rastro de sus ojos... Pero me detengo en cuanto me doy cuenta de que lo hago. «Puede que al final, Peeta no haya venido. Habrá declinado la invitación de Madge, seguro. Estará ya cansado de mí. Yo lo estaría», me digo. De todos modos, hay tanta gente que es muy poco probable que lo hubiese visto con ese simple vistazo. Fijo la vista en el fondo del paisaje, donde los rezagados  interesados todavía acuden al evento. Como si esto fuera un puñetero concierto de Aguilera. ¿Tan interesante es? ¿Personas llorosas y deprimidas que odian lo que están pasando?
Intento ignorar la sensación y dejo que mi pelo hondee libremente; con suerte, me tape la cara. De acuerdo, esto es lo que Madge pretendía que quedara bien cuando me lo ha planchado y dejado suelto. Bueno, no lo puedo negar, aunque ahora algo tan pequeño como eso, parecerle más guapa a los habitantes y a las cámaras, carece de sentido.
Cuando el espectáculo de circo acaba, a los payasos nos dejan bajar del escenario, y lo único que me apetece ahora es tomar una cena caliente acurrucada en algún rincón blandito, como en mi cama debajo de una manta con un cuenco de sopa. Lo malo, es que ni siquiera hay sopa, cosa que me obliga a salir de caza en cuanto llegue, agotada. Me llevará unas tres o cuatro horas, y no tengo toda la energía que a actividad requiere; pero lo haré, por Prim y… y por mi madre. Me apresuro a llegar hasta el coche, arrastrando a Prim detrás. Choca contra mi espalda cuando paro en seco, a diez metros del coche. Madge charla con Peeta, apoyada en el capó. Él me da la espalda, y no sé qué hacer. ¿Corro y huyo o me acerco? ¿Saludo como si nada? ¿Le beso como me pide el cuerpo? ¿Me meto en el coche sin dar una sola mirada? ¿Huyo o me acerco? ¡¿Huyo o me acerco?!
La mano alzada de Madge diciéndome que me acerque en cuanto me ve me deja sin elección, así que camino hasta allí con la cabeza gacha. En cuanto llegamos Prim abraza a Peeta por detrás, sorprendiéndolo. Éste, por su parte, reacciona con un gran abrazo, alzándola en volandas. Le saca una risita a Prim cuando alcanza el punto más alto. Una de sus risitas. Eso que creía que nunca volvería a escuchar. Peeta lo ha hecho posible.
Mientras tanto, Madge se me acerca, preocupada.
- Katniss, él me ha encontrado, yo no… -me susurra.
- Tranquila -le corto, abrazándola-. Está bien.
Peeta deja a Prim en el suelo, y Madge se apresura a meterla en el coche. Ella espera apoyada en la ventana del asiento trasero, charlando con Prim de cosas de chicas, como yo no sé. Eso nos deja nosotros dos. Me atrevo a levantar la mirada, y descubro que él imita sin querer mis movimientos. Ahora debe ver a una delgaducha, pálida, de mejillas huecas y ojos rojos. Él también tiene aspecto de enfermo, pero sigue siendo él; huele condenadamente bien; es tan guapo como siempre lo ha sido; su figura es fornida; su tímida sonrisa brilla en blanco.
Me lanzo a su cuello antes de que el silencio se alargue demasiado, y le abrazo como nunca. Me da igual que puede que no me corresponda. Simplemente sigo el impulso. Y él aprieta sus brazos entorno a mí cintura, y me sorprende que los tacones dejen el suelo, hasta que comprendo que me alza en el aire. No hago otra cosa que reír como una niña pequeña cuando estira del todo sus brazos y me sonríe desde abajo a pesar de las lágrimas contenidas, derramadas y por derramar. Me baja poco a poco y da vueltas. Cuando toco tierra firme, no sé si el mareo es por la felicidad que me embarga o por las vueltas, pero uso la excusa para volver a abrazar a Peeta y sujetarme. Quizás esto esté mal o no, sea real o no… pero sienta malditamente bien. Y sé que debo controlarme, pero…
Para añadir un poco de espacio rompo el segundo abrazo.
- Prim no había reído desde que mi padre murió -digo-. Y…la verdad es que yo tampoco. Gracias.
Asiente, perdiendo la sonrisa.
- Katniss…
- La verdad es tengo que volver a casa -digo, volviendo al coche, pero me coge por la muñeca y me paro.
- No huyas más de mí, por favor. Estar sin ti, sin poder consolarte, tocarte o hablarte… ha sido lo peor, Katniss, lo peor que me ha pasado nunca. No quiero volver a eso. No puedo separarme de ti otra vez.
- No hay nadie que me ayude en casa ahora, Peeta. Entiende que…
- ¡No! Entiende tú que los peces mueren sin agua, que las plantas se marchitan sin luz y que la mayoría de gente sin aire. Pero ahí estoy yo, que solo me ahogo, me marchito, me apago y muero sin ti -exclama, aunque conforme va hablando baja la voz. En las últimas palabras su voz es apenas un susurro, y acaricia mi mejilla mientras cerca nuestros cuerpos. Yo, cautivada y emocionada, no muevo un solo músculo-. Que entre en esa cabecita tuya, que no estoy dispuesto a dejar este mundo todavía.
- ¿Y yo qué? -consigo susurrar, aunque poco a poco voy subiendo el tono de voz- ¿A mí no me ha dolido? ¿No he pensado en ti? ¿No he sufrido? ¿No he llorado un día sí, otro también? ¿No te he echado de menos? ¿No me he vuelto loca pensado en si me dejarías ya, o esperarías unos días por pena? ¡¿En si me querías como yo te quiero a ti?!
Me aparto abruptamente, y se hace el silencio. Lo dicho, dicho está; y también está claro, que eso ha salido de mi boca. Camino en círculos delante del coche, para despejarme. Creo que parezco uno de estos perritos miniatura, dando saltitos y corriendo de un lado a otro sin parar.
- ¿Has dicho… -murmura Peeta a mis espaldas, pero cambia de pregunta- ¿Me quieres?
- Sí -me giro, extrañada, para mirarle. Arqueo las cejas y digo lo obvio, ya cansada. No de repetirlo, sino de que él necesite que lo repita-. Eso ya te lo había dicho.
- Creía que no estabas convencida -dice, acercándose a mí con una sonrisa.
- ¿En serio? Porque no entiendo cómo he podido hacerte pensar eso.
Su panorámica alegre (y cada vez más cercana) me hace sentir algo dentro, algo especial que provoca un cosquilleo y sonrisas. Su aspecto ilusionado de niño-sentado-sobre-las-rodillas-de-papá-noël me provoca risas; esas risas tontas de antes, cuando nos conocimos bien. Por desgracia, también me fijo en que el sol ya se está poniendo tras él, y el cielo se tinta de un tono naranja, cosa que me avisa de la tardía hora sin necesidad de reloj.
- Si no me voy ya tendré que cazar de noche -me digo para mí. Camino lentamente hacia el coche, aunque estoy dispuesta a acabar la conversación con Peeta. Súper dispuesta, para que negarlo. Me apoyo en el maletero y veo como él se acerca con claras intenciones; pero cuando faltan tan solo unos veinte centímetros para tocarme, se detiene.
- ¿Puedo… -traga saliva, y me mira a los ojos- ¿Puedo besarte?
- Sólo hazlo, o lo haré yo -digo, con una sonrisa tonta en la cara. Él, en cuanto escucha la respuesta, sonríe de la misma forma. Aunque por poco tiempo antes de que sus labios presionen los míos. Mi lengua ávida de deseo busca la suya, y la encuentra rápidamente. Apoyo las manos en sus hombros y aprieto su camiseta, recordando lo que me provoca su contacto.
Y al parecer, la búsqueda era mutua.
Me sube encima del maletero y sus manos viajan por todo mi cuerpo, acariciando con sus mágicos dedos cada centímetro libre de mi piel. Yo profundizo más el beso, ansiosa y adicta a él. Masajeo con una mano su nuca, y la otra se dedica a acariciar su espalda, para después centrarse en su abdomen, recorriendo gustosamente sus abdominales. Peeta gime en mí boca, y yo sonrío sobre la suya. Acerca mi cuerpo al suyo presionando con una de sus manos mi rabadilla, y la otra acaricia mis muslos. No puedo negar que mi gemido sea la clara señal de excitación en una mujer.
- ¡Pervertidos, buscaros un hotel! -nos grita Madge, divertida y entre risas, asomada por la ventanilla del coche con medio cuerpo fuera.
Yo suspiro, satisfecha, y separo nuestros labios. Nuestra respiración es agitada pero, yo al menos, me siento relajada. Apoyo la cabeza en su pecho y respiro profundamente, intentando quedar impregnada de su aroma. El amor a te vuelve cursi, que se le va a hacer.
- Te quiero -me dice, abrazándome.
Me incorporo y rodeo su cuello con los brazos.
- Creía que no estabas convencido -digo con voz grabe, imitando la suya.
- Ja-ja-ja. Eres muy graciosa.
- Lo sé -digo mordiéndome el labio-. Me pongo seria, de verdad -ruedo los ojos, chasqueo la lengua y hago crujir mis nudillos, imitando una transformación de, sinceramente, mala calidad-. Te quiero.
Se separa un poco, pero engancho una de sus manos.
- Vale, estoy loca hasta los huesos por ti.
Pone cara de “pensar”, mirando al cielo y rascándose la frente con el índice. Después niega con la cabeza y se separa unos pasos más.
Suelto una carcajada y voy detrás de él, aunque tropiezo por culpa de los tacones y caigo sobre él.
- Te amo -le susurro.
- Te amo.
Nos besamos rápidamente.
- ¿Te vale? -pregunto.
- Me vale -contesta, poniéndome de pie e inclinándome sobre su brazo como si fuera una princesita de Disney.
- Entonces a los dos -aseguro.

Le vuelvo a besar y siento mariposas por ello. ¿Quién iba a pensar que el acto acabaría tan bien? A decir verdad… creo que es mi primer final relativamente feliz. Espero, y estoy segura de que junto a Peeta se hará realidad, que no sea el último.

domingo, 20 de abril de 2014

Capítulo 13: Miss you in a heartbeat

Hola chic@s!! ^^
Este capítulo no ha tardado mucho más de lo que se había previsto... ueeeeeeueeeueueuuueeee!!! Genial; de momento. Cuando lo leáis, de otra historia hablaremos. La verdad, no sabía cómo titularlo; no encontraba nada lo suficientemente triste y demoledor. Me he copiado en el título de una canción triste, lo confieso. Traducción: Perderte en una latido de corazón. Bueno, me contáis qué tal en cuanto lo acabéis. Me encantan vuestros comentarios!!! ;)) Un detallito... los que uséis Internet Explorer y no Chrome, podéis tener problemas técnicos a lo que apariencia estética del blog se refiere. Os recomiendo que uséis el otro navegador web, ya que la fuente de la letra es mucho más clara, como se suponía originalmente. No me enrollo más... BESIS!!!!


Capítulo 13: Miss you in a heartbeat

Peeta no se acerca. Por el contrario, se aleja. Tranquilamente, deja las bebidas que nos había conseguido en la mesa, y camina hacia la puerta que da al pasillo. Lo veo pellizcarse el puente de la nariz y pasar el dorso de la mano sobre su mejilla antes de que la puerta se cierre tras él.
No monta una escenita. Yo, por supuesto, sí.
- ¡No! -grito, antes de casi arrancar la puerta de cuajo y embestir a cualquiera que se encuentre en mí camino.
Los estudiantes me miran un momento extrañados o se quejan vagamente, pero después siguen bailando como si esa chica loca no corriera a través del gimnasio como si el mismo diablo le pisara los talones. Creo divisar a Maysilee como un puntito vestido con seda coral al fondo de la habitación, pero no es eso lo que me importa ahora mismo y no me paro a echar un vistazo dos veces.
Es como si mi vida pendiese de un hilo con tan sólo esa mirada, a través del cristal, del ruido, de la gente, del calor, de todo. Me ha roto el corazón, con sus ojos azules. Y no sé si, recuperándolo o no, podré perdonar Gale por ello algún día.
La puerta golpea violentamente la pared del pasillo cuando la abro. En el gimnasio, nadie se percata. En el pasillo, vacío, parece que haya derribado el Hancock.  Jadeo, pero no paro. Las luces,  algunas de ellas apagadas, tintinean por culpa de algún fallo eléctrico, y me pregunto si algo tendrá que ver con el temblor anterior del suelo. Teorías estúpidas de una chica estúpida.
Me decido por comenzar  la búsqueda de Peeta girando hacia la derecha. Subo las escaleras después de revisar el pasillo, y nada. Corro, revisando todas las clases con una rápida mirada, pero sólo se escucha el pulcro silencio de un instituto sin alumnos, mis tacones y su eco. Bajo, limpiando mis lágrimas bastamente con el dorso de la mano. «Lo vas a encontrar. No te ha dejado. Puedes recuperarlo». Además, yo no quería ese beso. Esta tarde, he sido débil, pero no esta noche. Y quiero a Peeta, y lo sé, y no necesito más que encontrarlo y decírselo. Dos simples palabras, que cambian todo. «Te amo». «Te quiero». Al final, son lo mismo. Me conformo con cualquiera de las dos posibilidades. Sólo me falta el chico de ojos azules.
Bajo de nuevo a la planta baja. Se puede oír las pullas y bravuconadas de los chicos en el vestuario masculino, bebiendo a chorro de un barril de cerveza que ellos mismos se han facilitado. Poco original. Al menos, no me siento tan sola en estos pasillos. ¡No, no estoy sola! ¡Peeta debe andar cerca! Y yo, voy a encontrarlo.
Recuerdo. Recuerdo mi conversación con Haymitch. Y otras cosas de Haymitch, menos agradables. Pero me centro en su risa, después de que yo denominara a Peeta como ‘amigo’, al presentarlos. ¿Rio por qué sabía que le quería? O… ¿puede que Peeta me quiera… me ame? Después de todo, nunca ha dicho la palabra con A. Espera; Haymitch… Peeta… Haymitch y Peeta. ¡Eso es! ¡Haymitch y Peeta! ¡El lugar donde hablé con Haymitch y Peeta me consoló! ¡Allí debe encontrarse! Es un lugar más apartado, pero cercano, y… entre estos pasillos.

***


Sus dos zapatos negros y encerados resplandecen justo cuando estaba decidida a cambiar de opinión y dar media vuelta. Si fuerzo la vista, veo sus mechones rubios al final del pasillo, como si el mismo sol amaneciera entre la oscuridad. Desde luego, a mí me ilumina.
De repente, me siento vieja y cansada. Me quito los tacones y los dejo bien colocados en el suelo. En cuanto mis pies tocan las frías baldosas, vacilo. Yo antes era segura. ¿Por qué no ahora? Porque… ¿y qué pasa si me deja? ¿Si me dice que no me ama? ¿Si ni siquiera me mira? ¿Y si me odia? No. Las preguntas han nublado mi juicio demasiadas veces. Ya estaba decidido. «Le quieres, se lo dices, y que él decida». Allá voy. Desde luego pensarlo así, parece fácil.
Camino hacia a él, silenciosa como un fantasma. Me hago un ovillo, sentada a su lado. Apoyo el mentón en las rodillas y comienzo.
Yo no le he besado -declaro. Empiezo con algo fácil.
Espero, pero no contesta nada. Al menos, no ha huido. Me sudan las manos, incluso retomo la cobarde idea de marcharme, hasta que suspira, levanta la cabeza y me mira a los ojos.
Tranquila -dice, con una sonrisa triste-. No me debes nada, Katniss.
¿Perdón? Eso, desde luego, me ha sorprendido.
Sí; te debo todo. ¿No lo entiendes? No quiero besar a Gale, o a cualquier otro. Yo sólo quiero besarte a ti, Peeta. Quiero estar contigo. De hecho, te quiero, cosa que no le había dicho a nadie. Te quiero Peeta Mellark, y tú has estado conmigo, y si eso no es suficiente como para deberte algo, no sé qué lo será.
Cojo aire y siento como los nervios me hacen temblar. Las luces del pasillo dejan de parpadear y se encienden.
- Pero… pero esta tarde me he dejado llevar -continúo, con voz rota. Las lágrimas salen, como siempre. No, como siempre no, porque ahora no las oculto; es lo último que me importa en este momento-.  ¡Casi le beso, Peeta! ¡Dios! Soy… -me cubro la cara con las manos- lo siento… lo siento mucho…
Se hace el silencio, entre mi llanto, los gritos de los chicos borrachos del vestuario y la música amortiguada del gimnasio.
Al cabo de unos segundos, Peeta se decide a hablar.
- Tú… ¿querías besarlo? -pregunta con voz ronca, con sus nudillos blancos.
- En ese momento… -hora de probar… qué tipo de persona soy- sí -reconozco.
Suspira, cansado. Tengo unas incontrolables ganas de llorar más, si cabe.
- Y… ¿me quieres?
Abro la boca, pero Haymitch se me adelanta.
- Creo que tendremos que esperar para saberlo.
Los dos lo miramos, sorprendidos. Espero a que diga algo arrogante, pero tan sólo veo asomarse a Effie por su espalda.
- Katniss, acompáñanos por favor -dice Haymitch, totalmente serio. Por primera vez; sí, serio.
- ¿Nada de preciosa? -pregunto, enarcando las cejas y limpiando mis lágrmias. Esto, es lo que provoca el estrés.
- Sabía que estabais hechos el uno para el otro -dice Effie, juntando sus manos como una niña pequeña ante una piruleta. Me pitan los oídos a causa de su voz aguda.
Los dos, Peeta y yo, nos levantamos, aunque no abandonamos nuestra posición.
- Effie -gruñe Haymitch-, no es el momento.
Ella solo frunce sus labios, pintados en morado claro, y no replica.
- De acuerdo, esto sí que es raro -digo.
- Katniss, es importante.
- ¿No podéis esperar?
- Da lo mismo -dice Peeta-. Necesito… pensar.
Le miro, y me devuelve la mirada. En sus ojos no encuentro nada que pueda darme un miedo extremo; puedo que después de todo, no me abandone.
- Vamos -murmuro, recogiendo mis tacones. Empiezo a avanzar por el pasillo, y Effie engancha nuestros brazos, como si fuera una de sus, seguramente, chillonas amigas íntimas. Me da un pequeño apretón y empieza a hablar sobre lo bonito que es el vestido, lo acertado del peinado y el esplendor del maquillaje. Debe haber pasado algo realmente grave.
- ¡Peeta! - oigo como le llama Haymitch. Me giro lo justo para ver que le dice algo más, un susurro corto, que lo hace palidecer inmediatamente. Effie me obliga a mirarla para charlar sobre banalidades, pero sospecho que no quiere hacer más que distraerme de la charla entre aquellos dos y la reacción de Peeta. Éste, por su parte, cambia de idea y camina tras nosotras, junto con Haymitch.
Y ahora, es cuando realmente me preocupo. ¿Qué habrá podido pasar? ¿Mi familia estará bien? No puede ser nada más. No me importa nada más. Casa, ahorros, propiedades… cosas que tenemos  o no, pero a buen recaudo. O quizás, yo sea una alarmista y haya algún fallo en mi matrícula, expediente o tecnicismo escolar. Pero entonces, ¿qué pinta Peeta en todo esto?
Bajamos a la planta baja, y el volumen de la música del baile sube crecientemente, hasta provocarme un ligero dolor de cabeza. Me froto la frente y ejerzo presión, con la esperanza de deshacerme del dolor, pero persiste. Aunque parece esfumarse cuando Peeta enlaza sus dedos con los míos. No me atrevo a mirarle, simplemente disfruto del pequeño contacto y me aferro a él como si mi vida dependiese de ello; de hecho, mi felicidad lo hace.
Giramos unas esquinas, caminamos unos minutos más y pronto sé que nos dirigimos hacia ‘el pasillo de los profesores’. Allí, se sitúan la oficina de Effie, conserjería, el despacho del director, la sala de profesores y otros lugares frecuentados por los profesores y demás personal del centro, como la enfermería y los archivos de expedientes. De ahí, que sea ‘el pasillo de los profesores’. Todas las luces se encuentran apagadas, pero me corrijo cuando el agarre de Effie se tensa cuanto más nos acercamos al despacho del mismísimo director Snow. Wow, que honor. Me atrevo a mirar a Peeta. Se muestra inexpresivo; si no lo conociese, diría que tranquilo. Pero una vocecilla me dice que no. No algo tan obvio como la tensión de Effie, cosa que no me asusta, sino otro tipo de tensión; la procesión que se lleva por dentro. Eso, sí me asusta.
Effie y Peeta me sueltan a la vez, de manera calcula y mecanizada. Me contengo de susurrar un tembloroso «¿Qué pasa?», más concretamente un «¿Qué pasa conmigo?». ¿Qué puede ser tan grave como para que Peeta, al que he hecho daño, mucho daño, me acompañe y muestre su apoyo, aunque de una forma más distante? ¿Cómo para que Effie no me insulte de la forma más absurda? ¿Cómo para que Haymitch no sea un borde de mucho cuidado?
Todo ello se va de mí cabeza cuando el director Coronalius Snow me mira con sus ojos de serpiente tras su escritorio. Me recorre un escalofrío, y me quedo parada en el umbral de la puerta, todo lo lejos que puedo estar de ese hombre. Peeta pasa sus manos por mis brazos y me besa en la nuca justo antes de empujarme a dar un paso, hasta que uno tras otro, nos sentamos frente al director.
- Señorita Everdeen, tengo algo que contarle. ¿Quiere un vaso de agua? -niego, aunque el agua me vendría bien. De acuerdo, necesito el agua; no es normal que no sea capaz de producir una gota de saliva.
- Por favor -murmuro, rectificando. Lentamente, se levanta y llena un vasito de plástico de un tanque de agua colocado a tras él, como el de cualquier oficina. Le clavo las uñas a la silla mientras intento disimular mi expectación y preocupación-. ¿Por qué me ha hecho llamar?
Con tranquilidad, deja el vasito sobre el escritorio. Lo recojo y bebo un trago, pequeño.
- No es algo fácil de decir, señorita Everdeen. Y, créame, lo siento mucho -mientras habla, me llega un nauseabundo olor a sangre, y agradable sería decir que leve. Por otro lado, el perfume de la rosa blanca prendida en su chaqueta me noquea. Bebo otro sorbo de agua, intentando despejarme. Me tiembla la mano cuando vuelvo a dejar el vasito en la mesa-. Una de las minas situadas en los Apalaches ha explosionado -niego repetidamente con la cabeza, las lágrimas bañando ya mis ojos. «No puede ser cierto… Él llegará hoy a casa, y estará bien» me digo. Sé, que puede ser una gran mentira piadosa hacia mí misma, pero aun así, me aferro a ello-. Todavía no se han detallado los motivos -prosigue-. El caso, es que, sí puedo confirmar que… muy a mí pesar, su padre, ha fallecido.
- No... -murmuro con voz aguda, encogiéndome en la silla. Nadie me toca, nadie dice nada. Y la verdad, es que lo prefiero así. Disculpas sin sentido por parte de gente que no lo conocía y consolaciones baratas no son, precisamente, lo que necesito ahora. Lloro sin control detrás de mis manos, como si así una cortina me ocultara la placentera mirada de Snow. Entre explosiones, imágenes de mi padre, recortes de canciones susurradas días de caza con él y secuencias de Prim y mi madre, desconsoladas, me vienen a la cabeza las palabras de Peeta «jamás -me susurró al oído- te harán daño». Y yo, como una tonta, le creí. La furia hierve dentro de mí, avivada por el dolor y la desesperación. Ansío con todo mi ser darle un último abrazo, y no podré. Escucharlo cantar la canción que quiere… quería, que yo le cantase a mis hijos; En lo más profundo del prado. Cosa que no haré; tener hijos, digo. No les condenaré al dolor que significa venir a este mundo.  Dolor, del que nadie me ha protegido, como me dijo- mentiroso -susurro entre jadeos y lloros. No hacia Snow. Eso, va para mi “falso protector”.
Bruscamente arrastro la silla hacia atrás y, de un salto, escapo del despacho y de todas esas miradas.

***


Golpeo las taquillas mientras corro sin rumbo por los pasillos. Sé que, aunque haya analizado la situación antes de actuar (cosa que me ha dado ventaja), Peeta corre detrás de mí. Haymitch ha dejado de hacerlo cuando, después de recorrer tres pasillos, le ha faltado el aire. Era de esperar. Y, por primera vez, me percato de lo que necesito un abrazo de este hombre, como si fuese una especie de consuelo barato.
¿Lo habrán hecho? ¿Mi hermana y mi madre estarán informadas? ¿Tendré que hacerlo yo? Lloro más solo ante la menor idea de llevar a cabo la tarea. Cosa que, en realidad, es responsabilidad mía. Debo concentrarme, y pensar en qué hacer, pero… sólo imágenes de sus gritos ahogándose bajo la nube de polvo y las rocas, sepultado o estallando en mil pedazos, sus ojos dejando de brillar, acuden a mí mente.
- Necesitas un taxi -me aconsejo, sin aliento.
Freno por culpa del vestido, ya que una de las lágrimas que forman las llamas se ha enganchado con el respiradero de una de las taquillas. Pego un tirón en el sitio, pero es inútil. Retrocedo para desengancharla como es debido y liberarme, previendo la situación. Espero que algún día aprenda a controlar mi ira; hoy, no es el día, y lo sé. Y eso, no es un final feliz, ya que Peeta es el que gira la esquina y se arrodilla junto a mí, y no otro que no me importe. Aunque ahora, sólo me importa mi padre… mi hermana y mi madre.
No puedo soltar la maldita gema de la taquilla, y me echo a llorar ante mi impotencia. De nuevo, sí.
- Katniss… -susurra Peeta, antes de abrazarme. Me echo a sus brazos y lloro, mojando con lágrimas saladas su cuello. Pero parece no importarle. Entonces, mi memoria hace ‘clic’, y le aparto de un empujón. Su mirada es… devastadora para mi corazón. Lo que pasa, es que mí corazón no es el que habla, sino yo.
 - ¡Vete! -grito, aunque parece más un aullido lastimero de algún animal- ¡Prometiste que no me harían daño!
- Por favor… -dice antes de que le corte, sus ojos también conteniendo lágrimas. Yo, derramo más por ello, aunque no vaya acorde con mi actual comportamiento.
- ¡No! ¡Vete! ¡No puedes pararlo! ¡Está muerto! -grito, furiosa entre lágrimas, después de que me claven un sedante. Espera. ¿Un maldito sedante en mi espalda, cómo en las malas películas americanas? Me siento demasiado furiosa como para que eso me detenga- ¡Mentiroso! Eres un mentiroso… eres… eres un… mentiroso… eres… eres… un… mentiroso… eress…
Las esquinas de mí visión se vuelven borrosas durante un instante. Después, me da igual morirme aquí, allí o más allá. Ojalá la jeringa fuera para eso. Sólo quiero hacerlo. Volver a ver su sonrisa, escuchar su voz, murmurar un ‘te quiero, papá’, y encontrarme en paz, como cualquier muerto dentro de un ataúd. Lo peor, es que seguramente no quede nada que enterrar.
Haymitch le gruñe algo a Peeta, que llora sobre mi vestido. Yo, me percato de que estoy tendida en el suelo. Unas manos intentan levantarme, pero frenan. Aprovecho para, con mis últimas fuerzas, acariciar suavemente la mejilla de Peeta, que levanta la vista ante el gesto. Creerá que soy un enigma indescifrable. Puede; ni yo misma lo sé. Él presiona un beso en mis dedos, que se mojan con sus lágrimas.
Mis párpados aletean cuando Haymitch gruñe por lo bajo.
- ¡Maldito abalorio!

jueves, 10 de abril de 2014

Capítulo 12: Hermoso caos

Ya está aquí el capítulo 12!!! Resumen del capítulo: genial y triste. Y el próximo, más triste aún, por cosas que, adelanto, no se suponen en este capítulo (entenderéis lo que os digo cuando lo leáis). Fijaros en los detallitos tontos, y crear suposiciones alocadas XD!!!
Anuncio que estoy en racha de escribir y el próximo capítulo, en serio, puede llegar la próxima semana, el viernes; como dice la encuesta.
¿El título? Raro. Oportuno. Veréis... que triste me pongo ya!! :(
Por cierto, ahora que lo pienso... ¿os gusta que haya música en el blog? Si no, la quito; a vuestro gusto.
Bueno, no me enrollo más que os he hecho esperar demasiado; ¡¡cómo para retrasarlo más ^^!!.


Capítulo 12: Hermoso caos

Todo, parece perfecto y acogedor. Mi madre espera, ansiosa, a que llegue Peeta para recogerme y hacernos una foto delante de la chimenea. Incluso ha prendido carbón para encenderla, y no la madera que a veces papá o yo talamos; crea una humareda horrorosa en el salón, pero arde. Después quería tomar una taza de té o café (que es todo lo que nos puede ofrecer) con nosotros y charlar para conocer un poco mejor a Peeta, hasta que llegaran las ocho y nos marcháramos al baile. Eso significa: 1) que esto es especial para ella, y 2) que yo lo he estropeado. Madge no hace más que repetir que no le diga nada a Peeta, que en realidad, no le he engañado, puesto los cuernos, ni nada parecido; dice que ha sido un lapsus con un amigo, un error, un roce sin importancia. Pero yo no puedo con esta carga.
¿El cariño que le tengo a Gale, se está convirtiendo en algo más? No sé qué me está pasando, pero sí sé que, por encima de todo, al que amo es a Peeta. ¿No? ¡Por supuesto! Con todo lo que he sufrido por él, y ahora hago esto. Sólo sentía que Gale estaba mal y yo no sabía por qué, y me daba la sensación de que era culpa mía, y eso me mataba, y… sí que ha sido un error. Yo no quería acabar de esa manera, pero… ahh. Gale no me lo ha puesto nada fácil. Y, em, por cierto, pensando en Gale… ¿Qué demonios significa que quiera besarme con tantas ganas? ¡Yo no puedo gustarle! ¡No debo gustarle!
Me empieza a doler de nuevo la cabeza (he estado llorando un buen rato, hasta que Madge ha conseguido calmarme, y eso me ha provocado una jaqueca terrible), y añico los ojos delante del espejo. Por segunda vez en mi vida, estoy hermosa gracias a taparme la cara con maquillaje.
- ¡Cuidado! -me susurra Madge, mientras intenta aplicarme un poco de rímel en las pestañas.
Acaba de retocar el maquillaje y sigue con el pelo, tal y como lo hizo Flavius en Capitol’s. Madge ha tapado y/o arreglado todos los estragos que yo me he causado en el bosque, algo maravilloso; ha sido un verdadero milagro. Como encontrarte a Jesús en un sándwich de queso o una patata frita.
- Voy a por el vestido -dice Madge, ya en la puerta.
Asiento, como si aún se encontrara aquí, y me encojo, subiendo los pies a la silla, y descansando el mentón sobre las rodillas. Me las abrazo y cierro los ojos. No lloro, porqué entonces, el trabajo de Madge no habría servido para nada. Peeta merece al menos que su pareja esté… decente, porqué yo no puedo superar más que eso. Puedo estar “decente”, pero no “guapa”. Luego me pregunto si Peeta me merece. Quiero decir… él, es mil veces mejor que yo. ¿No soy una especie de carga? La chica pobre, tonta, ingenua, tímida… débil. Puedo afirmar con seguridad que Peeta no es nada de eso. Entonces, ¿cómo puede quererme? Bueno, aún no ha dicho la palabra con “A”, así que supongo que esto no será tan importante como lo es para mí; es la única explicación, ya que él nunca parece temeroso débil; no le resultaría difícil decir “te amo” a una chica si de verdad lo sintiese. Así, confirmo que no es mí caso.
Sé que estoy divagando un buen rato, hasta que la puerta se abre y escucho el sonido de tela contra tela. Me duelen las piernas cuando me levanto de la silla.
- Venga, vamos a vestirnos -dice Madge, apresurada; lleva los dos vestidos en una mano y con la otra se quita los pantalones. Más que apresurada.
Me desvisto y me pongo el vestido. El forro sigue siendo lo más suave que he tocado jamás, la tela brilla y reluce,  y las gemas arden como el fuego, delicadas pero fuertes a la vez. Pero yo lo percibo todo de otra manera, como si viera una película, como si esta no fuera mi piel. No noto la suavidad del forro, no sonrío por el deslumbrante color de la tela ni me paro a admirar las llamas. Me siento… vacía. Sucia.
- Mírate -me dice Madge, sonriéndome desde la otra parte del baño-. Nunca pensé que podría convencerte, y… mírate. Estás preciosa.
Su pelo queda recogido en un moño despeinado, y como diadema ha conseguido hacerse una trenza de espiga desde la raíz, cosa que yo jamás conseguiría igualar. Su vestido es delicado y perfecto; de gasa blanca, hasta la mitad de sus muslos, con un vuelo combado. A su cintura se ciñe una cinta color blanco hueso que realza su figura, y a su cuello el estilo Halter del vestido. Calza unos zapatos de tacón color marfil, brillantes, a juego con sus perfectas uñas, copyright Flavius. Falta decir que el maquillaje sólo mejora lo que ya era perfecto.
- Tú sí que estás preciosa.
Hace un signo de modestia con la mano y me coge del brazo para arrastrarme hasta el comedor. En mitad del pasillo para bruscamente.
- Prométeme que no le dirás nada -murmura.
Bajo la mirada y me pellizco el brazo.
- No… no puedo prometerte eso. Debo ver a Prim.
- Katniss…
- Deberías venir, seguro que le encanta tu vestido.
Suspira.
- Sabes que siempre estaré ahí, ¿no? -murmura, mirándome a los ojos. Asiento, devolviéndole la mirada- Vamos a enseñarle a ese patito lo guapas que estamos -dice. La miro y sonrío tristemente-. ¡Venga! -exclama, tirando de mi mano.
Cuando entramos, Prim deja de acariciar a Buttercup. Éste, por su parte, me bufa. Hago un esfuerzo por no cogerle del pescuezo y lanzarlo por la ventana.
- ¿Qué tal, Prim? -dice Madge. Yo sólo me siento en el borde de la cama y  sujeto una de sus manitas entre las mías.
- Bien -contesta, débilmente-. Estáis muy guapas -me dirige una sonrisa.
- Bueno, seguro que tú lo estarás mil veces más -digo, dándole un pequeño apretón.
- Ya… porqué os tendré a vosotras para arreglarme, ¿no?
- Por supuesto -dice Madge-, aunque no te hagamos falta. Serás una mujercita.
Prim suelta una risita, y eso, me saca una sonrisa.

***


- Gracias -digo, guiñándole un ojo. Algunos podrían llamarme loca.
Me aclaro la garganta, y él espera paciente, como siempre.

Are you, are you
Coming to the tree
Where they strung up a man they say murdered three.
Strange things did happen here
No stranger would it seem
If we met up at midnight in the hanging tree.

Are you, are you
Coming to the tree
Where the dead man called out for his love to flee.
Strange things did happen here
No stranger would it seem
If we met up at midnight in the hanging tree.

Are you, are you
Coming to the tree
Where I told you to run so we'd both be free.
Strange things did happen here
No stranger would it seem
If we met up at midnight in the hanging tree.

Are you, are you
Coming to the tree
Wear a necklace of rope, side by side with me.
Strange things did happen here
No stranger would it seem
If we met up at midnight in the hanging tree.

Entonces, después de una educada pausa, mí sinsajo empieza a cantar. Yo le respeto y espero a preguntar hasta que acaba, cómo él.
- ¿Soy… mala? -le digo, mirando por la ventana de mi habitación. Las prímulas de la maceta, ya marchitan. Puede que todos nos sintamos tristes hoy.
He matado. Animales, pero he matado. Jamás he pensado, jamás, que eso me hiciera ser mala persona. Soy terca y tengo carácter, no soy muy sociable, y puede que no siempre me comporte como debería, pero tampoco me ha hecho pensar nunca que fuera mala persona. No planeo asaltar a viejecitas, no troceo los cómics en los que sale la cuadrilla de Supermineros, tampoco odio demostrar de vez en cuando que puedo llegar a ser tierna. Pero ahora, he hecho algo malo. Eso, por defecto, ¿me convierte en mala persona?
Lo único que mi sinsajo hace es mostrarme su afecto a través de un silbido, para después examinarme. Más de lo que ha hecho mucha gente por mí. Claro, Peeta no cuenta. Y justo el único que lo hace.
- ¡Katniss, sal! -el grito de mí madre ahuyenta al sinsajo, que se mete en su jaula. Debe prever que algo malo va a pasar esta noche. Yo también lo noto- ¡Los chicos ya están aquí!
Me aliso el vestido, respiro hondo, y tras dirigirme a la puerta, giro el picaporte y recibo a Peeta con una fantástica, enorme y falsa sonrisa por la que me gano un dulce beso y un montón de cumplidos.

 

***


Aprieto su mano cuando el coche para frente a la puerta del instituto. Los destellos de luz multicolor traspasan los cristales tintados de la limusina. Por lo visto, Peeta y Darius acordaron pagar a medias el alquiler para darnos una sorpresa a Madge y a mí. Sólo hace que me sienta más sucia, pero sonrío igual. He intentado imaginarme que no he hecho lo que he hecho, y cómo me sentiría si ese fuese el caso. La verdad, es que me siento especial y un tanto importante. Por primera vez ir sentada en unos asientos de cuero suaves al tacto, por descubrir que en una coche puede haber un mini bar, que existen los mini bares, por estar sentada en las rodilla de Peeta, a pesar de que hay sitio de sobra para ocho personas aquí detrás, por poder besar sus labios cuando se me antoje y que él quiera que lo haga.
Después siento arcadas por recordar mi salida de ‘caza’.
¿Estará Gale en el Baile de Bienvenida? Nunca ha sido de esos. ¿Vendrá a por mí? ¿Intentará arrebatarme de Peeta? Espero que no, porque nos dolería a los tres. Gale, rechazado. Peeta, engañado. Yo, sería yo. ¡Horrible!
- Sigue siendo demasiado -le digo.
- ¿Te parece demasiado ostentoso?
Rozo de nuevo el cuero del asiento con los dedos, como si de un pequeño y suave animal se tratase.
- Comer carne de la carnicería me parece ostentoso. Esto es…
- Un regalo -me  corta Darius-. De nosotros, para vosotras. No le des más vueltas, Katniss. Disfrútalo -dice, con una sonrisa.
- En realidad, mi padre tiene una limusina para acudir a los eventos oficiales -dice Madge.
- Oh… -es lo único que consigue susurrar Darius, desilusionado.
- ¡Pero me gusta más esta! -estalla Madge, alzando los brazos. Besa repentinamente a Darius y se echan a reír.
Son… únicos. Una pareja realmente explosiva, enérgica y… uh… peligrosa. No son como Peeta y yo. Nosotros… somos más tranquilos, dulces, tiernos. Ellos ríen, y todo el mundo escucha sus carcajadas; se gastan bromas, y todo el mundo escucha sus gritos; Darius corre, alza en brazos o brinca con Madge, y todo el mundo les presta atención. Peeta y yo reímos, y me siento completa; nosotros charlamos o nos gastamos bromas, y acabamos besándonos sin prisa y con cariño; nosotros paseamos de la mano, y me siento feliz y relajada. Sí, feliz. No tiene un adverbio negativo delante, ni es irónico. Sencillamente, con Peeta me siento feliz. De la manera en que los niños ríen plenamente en el parque. Felicidad-pura-y-embotellada-en-su-sonrisa.
Y mientras se me hincha el corazón, vuelvo a recordar mis actividades de la tarde. Le clavo al asiento las uñas.
- ¿Estás bien? -me susurra Peeta al oído. Me recorren una corriente caliente y otra fría; motivos enfrentados.
- Sí, sólo un poco nerviosa. Nunca he asistido a un baile -digo.
Mentira.
Fue hace tiempo, y no lo recuerdo con claridad. Yo era pequeña, y Prim un bebé; todavía vivíamos en Pensilvania. Mi madre pertenecía a un club, en el que las vecinas de la zona tomaban café y té por las tardes, vestían elegantemente como si fuera algo casual, charlaban sobre cosas agradables y  de vez en cuando se chismoseaba sobre alguien en particular del barrio. El caso, es que el club celebró un pequeño convite. Mi madre vistió un vestido azul satén. Recuerdo haber llamado ‘cosita suave’ al cuello de terciopelo de éste. Yo vestí un alegre vestido de cuadros rojos, y mi padre un pantalón plisado negro junto con una camisa blanca, haciéndole parecer más alto y joven. No recuerdo el nombre de la anfitriona, pero ahora puedo afirmar que sería la mujer más rica y vanidosa del club. Nuestra casa ya era grande de por sí, con sus dos pisos y elegantes acabados en blanco pulido y tonos pastel. Pues lo primero que me viene a la cabeza al recordar esta casa, son las columnas de estilo romano que enmarcaban la entrada principal, con dos puertas de roble y cristal tallado en flores, ahora puedo decir nenúfares. El césped me parecía más verde de lo habitual, y estaba húmedo. Brillaban las gotas de agua que el equipo de regadío automático con aspersores había esparcido por allí. Recuerdo andar sin zapatos hasta la entrada, provocando que mis padres y la anfitriona junto a su marido quita-y-pon rieran. La pista de baile era enorme y con suelos de mármol brillante, que iluminaba la sala más que cualquiera de las lámparas de araña que había allí colgadas. Supongo que funcionaba como sala de estar, pero quitaron los muebles con tal de ganar espacio, ya que la habitación precedía al comedor. Todos actuaba de manera cercana pero formal, eran educados y sofisticados. Incluso había música clásica flotando en el ambiente mientras probaba el estofado de cordero sobre arroz salvaje y pasas. Repetí. Tres veces. Era una pequeña glotona sonriente. Esa casa dejaba en ridículo a la mía, y por lo que veré, a esta fiesta.
Ahora, cuando salgo de la limusina y Peeta me coge de la mano, lo único que me viene a la cabeza y sé que recordaré es: decepción.
Me tambaleo sobre los tacones, como si temblara el suelo bajo mis pies; debe de ser mi falta de práctica. Pero entonces, siento como si los trozos de mi vida se despegaran, como si las hebras de mí tapiz se separaran. Mí estomago se retuerce, y no entiendo el por qué. Estoy desorientada, y me centro en lo que sé. Me llamo Katniss Everdeen. Tengo dieciséis años. Vivo en Naples. Amo a Peeta. Amo a Prim. Amo a mis padres. Quiero a Madge, Maisylee y Gale. Limusina. Dolor. Baile.
No puedo concentrarme con esta sensación de mareo.
La música electrónica hace vibrar los cristales del gimnasio, que huele a sudor y cerveza de barril desde aquí. Veo de reojo cómo Madge estampa a Darius contra la pared e imagino, que si siguiesen así diez minutos más, alguien daría positivo en la prueba de embarazo mañana. No sé si es mejor entrar o no, pero me decido por lo primero antes que ver en directo el tema ‘Reproducción sexual’ de Biología. ¿No decía yo que todo el mundo amaba la biología? Pero después de dar dos escasos pasos, Peeta me detiene y pasa delicadamente un ramillete de claveles blancos sobre mí muñeca izquierda.
- Blancas -le digo, observando los pétalos.
- ¿Te gusta? -pregunta.
- Pureza.
- Sí -dice, acercándose. Vuelve a dibujar figuras curvilíneas en la piel sensible de mis hombros y brazos-. Pureza. Lo que siento por ti es puro, así que color blanco.
- ¿Y… ves como posibilidad comprarme la próxima vez unas rojas? -digo, intentando algo nuevo; el coqueteo.
- ¿Pasión? -pregunta, mordiéndose el labio. Acerca sus labios a los míos, y aprovecho el momento para pasar mis manos tras su cuello. Justo antes de juntarlos, susurra- Creo que eso ya te lo demuestro yo en persona.
Le sonrío como una tonta y asiento, atrayéndolo hacia mí. En cuanto nuestros labios se tocan, los movemos con avidez. Lo echaba de menos. Estamos cómodos besando al otro pero, yo al menos, no me acostumbro a sentir esta montaña rusa en el pecho cada vez que me toca. Me falta el aire… no, me falta él. Necesito sentirlo más cerca, necesito tocarlo… que me toque. Revuelvo su pelo entre caricias y, por qué no decirlo, tirones; él junta completamente su cuerpo al mío, y yo necesito quitar la maldita ropa de en medio. Siento como se eleva nuestra temperatura corporal, y mi respiración se transforma en un jadeo. Me muerde el labio inferior, y vuelvo a sonreír antes de profundizar más el beso, con ansia. Como si en realidad, supiese besar. Realmente, con Peeta es fácil que me sienta así. Y con Gale… ¡No! Me separo poco a poco, dejando a Peeta (y, demonios, a mí) con ganas de más.
- Venga, no me he puesto tacones para nada -digo, tirando de uno de los gemelos de sus mangas hacia mí.
En realidad, me siento mal. Aunque puede que no sea sólo por Gale. Creo que yo, al igual que mi sinsajo, siento que algo malo va a suceder. Más concretamente, a mi persona. Pero bueno, ¿no supero yo todo lo malo? Puede que sea una gran mentira eso que acabo de pensar. Debería ser: ¿no sobrevivo yo a todo lo malo?

***


En el gimnasio, lo que único que me viene a la mente es ‘agobio’. Quizás también ‘falta de aire’, ‘intrusión en mi espacio personal’, ‘cerveza de barril en los vestuarios masculinos’ y ‘adolescentes rubias entubadas en vestidos por encima del medio muslo’. Las gradas han sido plegadas, y las canastas cubiertas con confeti, lo que, si hubiese sido la intención, no ayuda nada a que el gimnasio parezca una pista de baile.
Veo como Glimmer baila pegada a Cato como si, por separarse, el universo se fracturara en dos. Peeta se dirige (después de regalarme un inesperado-largo-intenso-fantástico beso) hacia la mesa con canapés mal amontonados (hechos migajas por los del equipo de fútbol) y ponche, a por bebidas.
Entonces, huele a cuero y naranjas.
- ¿No te apetece bailar?
- ¡Gale! -digo, dándome la vuelta. Miro a mi alrededor, pero todos están borrachos o besando a otro adolescente hormonado. Peeta, gracias a Dios, sigue con las bebidas.
Empujo a Gale hacia la puerta con las dos manos, ignorando su semblante inexpresivo, incluso un tanto triste. Después de lo de hoy, no sé qué expresa el mío. Necesito alejarlo de Peeta, o dará comienzo la tercera guerra mundial. Empujo la puerta de salida y el aire frío de la noche me golpea, como siempre en este lugar.
- ¿Qué haces aquí? -pregunto, cerrando la puerta con ventanas del gimnasio para asegurarme.
- ¿Que qué hago aquí? -dice alterado, arqueando las cejas- ¡Estoy aquí por ti, Katniss!
- ¡Bueno, pues no tenías por qué, entonces!
Aprieta los labios y baja la mirada. Le conozco, y sé que está reprimiendo cualquier deseo de pelear. E inesperadamente, me besa. Al momento, sé que no es natural; me mantengo quieta y rígida. Sus labios son agradables, el problema… el problema es que no es Peeta. Me aparto, sorprendida por el atrevimiento. No quiero decir a, donde opino, nos llevará esto.
- Gale…
-Tenía que hacerlo. Al menos, una vez.
Y se va.
- Ha sido un error… -le digo, aunque el viento se lleva el sonido de mí voz.
Lo último que veo antes de llorar contra el cristal, es cómo Peeta me mira tras la ventana. Nos miraba.
El peor error de mí vida. Aquí y ahora. Apuntado.