Ya estoy de vuelta y con Internet!!! Vanilla me dio una idea, y es que no sé si continuar con esta historia o dejarla así, como final. Por supuesto, haría epílogo, eh ;)) La idea que Vanilla me ha dado con su comentario, es esta: ¿Y si escribo otra historia? Pues en mi pueblo, he probado y me he puesto a ello... ¡y ha funcionado! Otra historia escribo, sobre Los Juegos del Hambre; concretamente, los 15º Juegos del Hambre. Fundaré nuevo blog para ella (no me gusta que dos historias compartan blog) y... he pensado que puedo dejaros el primer capítulo. ¿Qué os parece?
Link del nuevo blog: Diario de una tributo
BESOS!!!! ;))
domingo, 27 de abril de 2014
martes, 22 de abril de 2014
Capítulo 14: Recuerdos de sal y limón
Huuuuuuuuuuuuuooooooolaaa chic@s!! ¿Por qué publico el capítulo TAN PRONTO? Porque me voy a mi pueblo lo que queda de semana, y bye bye Internet, así que... Os lo dejo ya para haceros felices beibiiiis XD
Estoy contenta,y se me nota, ¿no? Acudiré a un concierto de las Sweet California con mi amigas, estrenan dentro de ná DIVERGENTE (que ya hay anuncios en la tele y publi por la calle ^^), Cassandra Clare publica el... ¿05.05.14, puede ser? (no recuerdo exactamente, pero en mayo seguro) el séptimo y último libro de la saga Cazadores de Sombras, yo y mis locuras seguimos con el running, la historia ya abarca + de 100 páginas... ¡Cómo para no saltar de alegría!
Y la verdad, es que no soy la única; atentos al capítulo, más concretamente,al final. ¿El título? En cuanto leáis, comprobareis que los recuerdos de Katniss pican y escuecen... ¿Lo pilláis? Seguro, mis smarties. Más cosas... ¡ah sí! Cuando leáis la palabra vestido, hay un link para verlo (el que lleva Katniss puesto en la ceremonia), clicar encima si queréis saber cómo es de verdad. Ohhhh!!! Pregunta clave: ¿ACABO AQUÍ LA HISTORIA? COMENTAR PLIS, QUE ESTOY INDECISA...
No me enrollo más, que m'he passat ;)) Petons!!!!!!
Capítulo 14: Recuerdos de sal y limón
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Estoy contenta,y se me nota, ¿no? Acudiré a un concierto de las Sweet California con mi amigas, estrenan dentro de ná DIVERGENTE (que ya hay anuncios en la tele y publi por la calle ^^), Cassandra Clare publica el... ¿05.05.14, puede ser? (no recuerdo exactamente, pero en mayo seguro) el séptimo y último libro de la saga Cazadores de Sombras, yo y mis locuras seguimos con el running, la historia ya abarca + de 100 páginas... ¡Cómo para no saltar de alegría!
Y la verdad, es que no soy la única; atentos al capítulo, más concretamente,al final. ¿El título? En cuanto leáis, comprobareis que los recuerdos de Katniss pican y escuecen... ¿Lo pilláis? Seguro, mis smarties. Más cosas... ¡ah sí! Cuando leáis la palabra vestido, hay un link para verlo (el que lleva Katniss puesto en la ceremonia), clicar encima si queréis saber cómo es de verdad. Ohhhh!!! Pregunta clave: ¿ACABO AQUÍ LA HISTORIA? COMENTAR PLIS, QUE ESTOY INDECISA...
No me enrollo más, que m'he passat ;)) Petons!!!!!!
Capítulo 14: Recuerdos de sal y limón
Esperaba ver a mi padre en este letargo estado, mientas el
sedante hiciese efecto. Le diría que le quiero, él me tranquilizaría, me diría
que todo va a estar bien, y se iría a donde quiera que vayan los muertos que
fueron buenos en vida. Sencillamente, no. Esto es la vida real, aunque veces, me parezca un sueño borroso. No real.
Un libro, una película, un relato, una historia. Vuelvo a llorar, sin tan
siquiera haber abierto los ojos.
Me palpo la frente, como si así
apartara la maraña de dolor que me cubre. Algo se mueve encima de mí e intento
abrir los ojos, pero pesan demasiado. Después de varios intentos, los abro y me
incorporo costosamente. Prim se encuentra abrazada a mí, con su carita roja y
aún mojada por las lágrimas. Entierra un poco más su rostro en mi vientre. Echo
un vistazo alrededor, y reconozco la habitación de mis padres. Carece de
decoración; cama, armario, mesitas de noche y lámparas. Concepto barato en todo
su esplendor. Uno de los jadeos de Prim me saca del trance. La arrimo a mí, y
en cuanto lo hago noto como mi cuerpo es vago al actuar, a pesar de haberme
despertado. Ella murmura en sueños, y llora más violentamente (cosa que me contagia).
Finalmente me decido a despertarla, pero oigo otro sollozo y me detengo. La
beso en la sien, justo donde acaban los puntos de su herida, y me dirijo al
comedor. En cuanto pongo los pies en el suelo y me levanto, me mareo y acabo de
rodillas en la moqueta. Así, desesperada, me arrastro a gatas hasta el marco de
la puerta, con el cual me ayudo a levantarme. Me tambaleo por el pasillo hasta
encontrar a mí madre en el sillón del comedor, llorando silenciosamente. Me
quedo quieta, asustada. De vez en cuando jadea, pero no deja de mirar al
frente, al vacío.
Me permito dejarme caer contra
la pared y llorar allí mismo.
He pillado que han sido
informadas.
***
Semanas después del accidente,
he despertado. No literalmente, por supuesto. Quiero decir, que he dejado de
llorar en un rincón; he dejado de compadecerme; he dejado de preguntarle a
dónde ha ido, porque ahora comprendo que nadie me responderá nunca; he dejado
de gritarle a mi madre, porque ella aún no ha despertado. También he dejado de
hablar con Peeta. No he vuelto a
llamarle, no he permitido que me visite ni que vea en qué estado me encuentro,
a pesar de sus constantes llamadas y mensajes, incluso toques en la puerta;
nunca pasó del felpudo y nunca deje de llorar. Ahora sólo necesito estar sola,
conseguir una fuente de ingresos e intentar superar todo. En este momento, me
parece imposible. Y es que ya sé que jamás lo superaré, ya que eso incluiría
olvidarlo. Ni siquiera hemos tenido entierro. Siguen buscando en las minas los
cuerpos, si es que hay.
No he vuelto al instituto. No sé
qué haré con mis estudios. Lo que sí sé, es que las vacaciones de navidad me
dejarán el espacio que necesito antes de decidirme a actuar respecto a eso.
De momento, lo único que puedo
hacer es cazar para tratarme, y de paso
llenar esas bocas que siempre piden más.
***
Abro el armario de mi madre. Un
vestido color crudo de
gasa con estampado floral en rosas y rojos es el elegido para ser hoy lucido en
el acto en memoria de las víctimas del accidente. Incluso tendré el honor de
recibir una inútil medalla al valor, por mi padre, como si así compensaran la
pérdida. Salto de la emoción… ¿se me nota?
Me calzo unos tacones, también
color crudo, suministrados por Madge. Me acompañará, algo que me anima. Hemos
hablado un par de veces por teléfono, pero no soy muy elocuente, y ella no me
ha querido presionar. Pero hoy, la he invitado a venir. Ella ha aceptado al
instante, alegando que necesita darme un ‘¡gran abrazo!’ inmediatamente.
La dejo peinarme con una simple
coleta; pero ella complica las cosas, y pasa una hora de reloj planchándome el
pelo. Al final, me lo suelta, ya en la puerta.
- ¿Qué haces? -digo,
sorprendida.
- Así mejor, confía en mí.
Le sigo el royo, sin querer
discutir tan tempranamente. Tampoco tengo energía.
- ¡Prim! -llamo.
Aparece, un tanto encogida, por
el pasillo. Su pelo está recogido en sus dos trencitas de siempre, y luce el
mismo vestido (heredado) que yo vestí en el baile del club, el de cuadros
rojos.
- ¿Te has despedido de mamá?
-me pregunta.
- Sí -miento, con una pequeña
sonrisa mientras le doy la mano. La borro en cuanto no mira. No pienso
despedirme de ella. Tampoco se dará cuenta de si lo hago o no. Además, nuestra
relación… digamos que no pasa por su mejor momento. Me siento traicionada. Yo
aquí, intentando que no muramos de hambre, esforzándome por las tres y ella…
parada, sin contestarme siquiera.
El viaje en el coche de Madge
pasa enseguida, gracias a su temeraria forma de conducir; ella la llama
‘emocionante’.
- ¿Sigues con Darius? -suelto,
cuando ya diviso el Edificio de la Justicia del pueblo. Necesito entretenerme y
no pensar en ello.
- Sí -responde con una sonrisa,
acelerando cuando el semáforo pasa de verde a rojo. Me agarro al reposabrazos
del coche. Echo una mirada al asiento trasero y veo a Prim, bien segura con el
cinturón; eso me tranquiliza… un poco-. Y tú ¿qué tal con Peeta?
- Creo que hemos roto -contesto,
intentando que no parezca nada. «Camino con los pies. Los humanos tenemos
pulgar y los primates no. Creo que he roto con Peeta. Este invierno habrá feria
en la plaza.» Lo de siempre, normal.
- ¿Crees? -pregunta Madge, saltándose una señal de stop.
- La señal era para parar -resalto.
- Uh -sopla, restándole
importancia con la mano-. No cambies de tema. ¿Crees? Porque yo creía otra cosa…
- Madge… -digo, intuyendo que
otra de sus sorpresas está preparada. Mi voz es menos amenazadora y más triste
que antes. Puede que a lo mejor eso la achante.
- Lo siento. Da igual, habrá
mucho público -suelta, aparcando el coche con el ángulo torcido en el recinto
exterior del Edificio de Justicia. Me obliga a salir por la otra puerta, la del
conductor, ya que la mía choca con un árbol si hago el menor intento de
abrirla. Paso por encima del cambio de marchas y mi vestido de engancha en la
palanca, cosa que me trae malos recuerdos…
[…Haymitch le gruñe algo a Peeta, que llora
sobre mi vestido. Yo, me percato de que estoy tendida en el suelo. Unas manos
intentan levantarme, pero frenan. Aprovecho para, con mis últimas fuerzas,
acariciar suavemente la mejilla de Peeta, que levanta la vista ante el gesto.
Creerá que soy un enigma indescifrable. Puede; ni yo misma lo sé. Él presiona
un beso en mis dedos, que se mojan con sus lágrimas…]
[...Peeta vuelve a gritar mi nombre, y yo sollozo
más fuerte. Me tapo la boca con la mano para intentar que no oiga mi lloro. Lo
único bueno que se me ocurre, es que no puede traspasar puertas. Llama al
timbre repetidas veces, pero yo sigo sin levantarme, puerta principal contra mi
espalda. Así, siento que lo tengo más cerca. Finalmente se cansa, y la puerta
tiembla una vez. Una sombra aparece por debajo, y sé que ha adoptado la misma
postura que yo al otro lado de la puerta, como un espejo.
- Lo siento -murmuro.
No puedo enfrentarme a él. La posibilidad de que me abandone es
demasiado alta, y sé que sería justo por todo lo que le dije, y también sé que,
como cuando discutí con mis únicos amigos en el almuerzo, solo retraso lo
inevitable. Pero no soy lo suficientemente valiente como para hacerlo ahora. Y
que me hagan más daño (Que me rechace. Que se compadezca. O lo peor, que no me
deje por pena)… puede que fuera la gota que colmara el vaso y finalmente me
rindiera, como mi madre.
- Katniss -exclama al otro lado de la puerta, suponiendo que le
escucho. Lo hago atentamente, aunque sea entre lágrima y lágrima-, por favor,
abre. Necesito verte… por favor -suplica, con voz rota. Puede que él también
esté llorando-. Sé que no te he protegido de esto. No sé cómo podría haberlo
hecho, pero de todos modos… no lo he hecho, y he roto mi promesa. Perdóname.
Créeme cuando te digo que nada me ha dolido más -hace una pausa larga, tanto
que pongo la oreja para ver si sigue ahí, hasta que continúa-. Esas veces en
las que no me atrevía a decirte algo, estaba siendo cobarde. Sólo quería
decirte… Jamás he sentido esto por otra chica. Por nadie, en realidad. Jamás he
amado a otra, Katniss.]
…Pero esta vez la tela se libera con un simple tirón.
Mis piernas tiemblan en cuanto
los tacones se apoyan en el asfalto. Madge me coge con su habitual agarre de
hierro, y por primera vez me alegro. Yo por mi parte, agarro a Prim. Si me fijo
bien, puedo distinguir las lágrimas en sus ojos, rojos e hinchados. Los míos,
igual.
Por eso paro, me acuclillo
frente a ella y le limpio las lágrimas.
- No hace falta que subas -le
digo.
- Da igual. Así le diré adiós a
papá.
- Vale -contesto, asintiendo.
Nos ponemos en marcha, pero…
esa inocente y valiente respuesta; Peeta aquí, tan peligrosamente cerca, sin
saber dónde; el acto que me ha traído aquí, al que mi madre no ha podido acudir
por no… reaccionar ante nada. Todo, provoca que una lágrima de debilidad se
arrastre por mí mejilla antes de que me apresure a limpiarla.
***
Madge nos guía por el recinto
como si de su casa se tratase. Un pasillo, otro, unas escaleras arriba, luego
abajo, mil giros y ya hemos atravesado el edificio; nos encontramos tras las
puertas que dan al escenario. Me sudan las palmas de las manos, pero mi decaído
estado no me permite sentir nada más, como nervios o que me muerda el interior
de las mejillas. Estoy vacía.
El murmullo de la multitud que
espera, expectante, suena como un eco molesto en mis oídos cuando el alcalde Undersee
pronuncia mi nombre el primero de la lista de familiares de las víctimas. Todo
me parece irreal, mis movimientos mecánicos. Atravieso la puerta, sola frente a
una multitud, y empiezo a bajar los escalones. Cuando lo consigo y atravieso el
escenario, comienzo a sentir que vuelvo a mí, que soy capaz cambiar de rumbo y
no dirigirme automáticamente hacia el alcalde y demás miembros del consejo.
Pero, obviamente, no lo hago. Acepto la placa que tiene el nombre de mi padre,
cosa que me apena y provoca lágrimas silenciosas que intento evitar. Me doy
cuenta de que Prim me seguía todo este tiempo. Puede que no haya vuelto a mí,
después de todo. Le cojo la mano y sujeto con la otra la placa, contra mí
pecho. Nos apartamos y colocamos frente a todos para que los familiares del
siguiente fallecido puedan repetir el proceso. «Parecemos maniquís colocados en
un escaparate», me viene a la mente.
Busco señales entre el público
inconscientemente: el brillo de su pelo, el rastro de sus ojos... Pero me
detengo en cuanto me doy cuenta de que lo hago. «Puede que al final, Peeta no
haya venido. Habrá declinado la invitación de Madge, seguro. Estará ya cansado
de mí. Yo lo estaría», me digo. De todos modos, hay tanta gente que es muy poco
probable que lo hubiese visto con ese simple vistazo. Fijo la vista en el fondo
del paisaje, donde los rezagados
interesados todavía acuden al evento. Como si esto fuera un puñetero
concierto de Aguilera. ¿Tan interesante es? ¿Personas llorosas y deprimidas que
odian lo que están pasando?
Intento ignorar la sensación y
dejo que mi pelo hondee libremente; con suerte, me tape la cara. De acuerdo,
esto es lo que Madge pretendía que quedara bien cuando me lo ha planchado y
dejado suelto. Bueno, no lo puedo negar, aunque ahora algo tan pequeño como
eso, parecerle más guapa a los habitantes y a las cámaras, carece de sentido.
Cuando el espectáculo de circo
acaba, a los payasos nos dejan bajar del escenario, y lo único que me apetece
ahora es tomar una cena caliente acurrucada en algún rincón blandito, como en
mi cama debajo de una manta con un cuenco de sopa. Lo malo, es que ni siquiera
hay sopa, cosa que me obliga a salir de caza en cuanto llegue, agotada. Me
llevará unas tres o cuatro horas, y no tengo toda la energía que a actividad
requiere; pero lo haré, por Prim y… y por mi madre. Me apresuro a llegar hasta
el coche, arrastrando a Prim detrás. Choca contra mi espalda cuando paro en
seco, a diez metros del coche. Madge charla con Peeta, apoyada en el capó. Él
me da la espalda, y no sé qué hacer. ¿Corro y huyo o me acerco? ¿Saludo como si
nada? ¿Le beso como me pide el cuerpo? ¿Me meto en el coche sin dar una sola
mirada? ¿Huyo o me acerco? ¡¿Huyo o me acerco?!
La mano alzada de Madge
diciéndome que me acerque en cuanto me ve me deja sin elección, así que camino
hasta allí con la cabeza gacha. En cuanto llegamos Prim abraza a Peeta por detrás,
sorprendiéndolo. Éste, por su parte, reacciona con un gran abrazo, alzándola en
volandas. Le saca una risita a Prim cuando alcanza el punto más alto. Una de sus
risitas. Eso que creía que nunca volvería a escuchar. Peeta lo ha hecho
posible.
Mientras tanto, Madge se me
acerca, preocupada.
- Katniss, él me ha encontrado,
yo no… -me susurra.
- Tranquila -le corto,
abrazándola-. Está bien.
Peeta deja a Prim en el suelo,
y Madge se apresura a meterla en el coche. Ella espera apoyada en la ventana
del asiento trasero, charlando con Prim de cosas de chicas, como yo no sé. Eso
nos deja nosotros dos. Me atrevo a levantar la mirada, y descubro que él imita
sin querer mis movimientos. Ahora debe ver a una delgaducha, pálida, de
mejillas huecas y ojos rojos. Él también tiene aspecto de enfermo, pero sigue
siendo él; huele condenadamente bien; es tan guapo como siempre lo ha sido; su
figura es fornida; su tímida sonrisa brilla en blanco.
Me lanzo a su cuello antes de
que el silencio se alargue demasiado, y le abrazo como nunca. Me da igual que
puede que no me corresponda. Simplemente sigo el impulso. Y él aprieta sus
brazos entorno a mí cintura, y me sorprende que los tacones dejen el suelo,
hasta que comprendo que me alza en el aire. No hago otra cosa que reír como una
niña pequeña cuando estira del todo sus brazos y me sonríe desde abajo a pesar
de las lágrimas contenidas, derramadas y por derramar. Me baja poco a poco y da
vueltas. Cuando toco tierra firme, no sé si el mareo es por la felicidad que me
embarga o por las vueltas, pero uso la excusa para volver a abrazar a Peeta y
sujetarme. Quizás esto esté mal o no, sea real o no… pero sienta malditamente
bien. Y sé que debo controlarme, pero…
Para añadir un poco de espacio
rompo el segundo abrazo.
- Prim no había reído desde que
mi padre murió -digo-. Y…la verdad es que yo tampoco. Gracias.
Asiente, perdiendo la sonrisa.
- Katniss…
- La verdad es tengo que volver
a casa -digo, volviendo al coche, pero me coge por la muñeca y me paro.
- No huyas más de mí, por
favor. Estar sin ti, sin poder consolarte, tocarte o hablarte… ha sido lo peor,
Katniss, lo peor que me ha pasado nunca. No quiero volver a eso. No puedo
separarme de ti otra vez.
- No hay nadie que me ayude en
casa ahora, Peeta. Entiende que…
- ¡No! Entiende tú que los
peces mueren sin agua, que las plantas se marchitan sin luz y que la mayoría de
gente sin aire. Pero ahí estoy yo, que solo me ahogo, me marchito, me apago y
muero sin ti -exclama, aunque conforme va hablando baja la voz. En las últimas
palabras su voz es apenas un susurro, y acaricia mi mejilla mientras cerca
nuestros cuerpos. Yo, cautivada y emocionada, no muevo un solo músculo-. Que
entre en esa cabecita tuya, que no estoy dispuesto a dejar este mundo todavía.
- ¿Y yo qué? -consigo susurrar,
aunque poco a poco voy subiendo el tono de voz- ¿A mí no me ha dolido? ¿No he
pensado en ti? ¿No he sufrido? ¿No he llorado un día sí, otro también? ¿No te
he echado de menos? ¿No me he vuelto loca pensado en si me dejarías ya, o
esperarías unos días por pena? ¡¿En si me querías como yo te quiero a ti?!
Me aparto abruptamente, y se
hace el silencio. Lo dicho, dicho está; y también está claro, que eso ha salido
de mi boca. Camino en círculos delante del coche, para despejarme. Creo que
parezco uno de estos perritos miniatura, dando saltitos y corriendo de un lado
a otro sin parar.
- ¿Has dicho… -murmura Peeta a
mis espaldas, pero cambia de pregunta- ¿Me quieres?
- Sí -me
giro, extrañada, para mirarle. Arqueo las cejas y digo lo obvio, ya cansada. No
de repetirlo, sino de que él necesite que lo repita-. Eso ya te lo había dicho.
- Creía que
no estabas convencida -dice, acercándose a mí con una sonrisa.
- ¿En serio?
Porque no entiendo cómo he podido hacerte pensar eso.
Su panorámica
alegre (y cada vez más cercana) me hace sentir algo dentro, algo especial que
provoca un cosquilleo y sonrisas. Su aspecto ilusionado de niño-sentado-sobre-las-rodillas-de-papá-noël
me provoca risas; esas risas tontas de antes, cuando nos conocimos bien. Por desgracia,
también me fijo en que el sol ya se está poniendo tras él, y el cielo se tinta
de un tono naranja, cosa que me avisa de la tardía hora sin necesidad de reloj.
- Si no me
voy ya tendré que cazar de noche -me digo para mí. Camino lentamente hacia el coche,
aunque estoy dispuesta a acabar la conversación con Peeta. Súper dispuesta,
para que negarlo. Me apoyo en el maletero y veo como él se acerca con claras
intenciones; pero cuando faltan tan solo unos veinte centímetros para tocarme,
se detiene.
- ¿Puedo…
-traga saliva, y me mira a los ojos- ¿Puedo besarte?
- Sólo hazlo,
o lo haré yo -digo, con una sonrisa tonta en la cara. Él, en cuanto escucha la
respuesta, sonríe de la misma forma. Aunque por poco tiempo antes de que sus
labios presionen los míos. Mi lengua ávida de deseo busca la suya, y la
encuentra rápidamente. Apoyo las manos en sus hombros y aprieto su camiseta,
recordando lo que me provoca su contacto.
Y al parecer, la búsqueda era mutua.
Me sube encima del maletero y sus manos viajan por todo mi
cuerpo, acariciando con sus mágicos dedos cada centímetro libre de mi piel. Yo
profundizo más el beso, ansiosa y adicta a él. Masajeo con una mano su nuca, y
la otra se dedica a acariciar su espalda, para después centrarse en su abdomen,
recorriendo gustosamente sus abdominales. Peeta gime en mí boca, y yo sonrío
sobre la suya. Acerca mi cuerpo al suyo presionando con una de sus manos mi rabadilla,
y la otra acaricia mis muslos. No puedo negar que mi gemido sea la clara señal
de excitación en una mujer.
- ¡Pervertidos, buscaros un hotel! -nos grita Madge,
divertida y entre risas, asomada por la ventanilla del coche con medio cuerpo
fuera.
Yo suspiro, satisfecha, y separo nuestros labios. Nuestra
respiración es agitada pero, yo al menos, me siento relajada. Apoyo la cabeza
en su pecho y respiro profundamente, intentando quedar impregnada de su aroma. El
amor a te vuelve cursi, que se le va a hacer.
- Te quiero -me dice, abrazándome.
Me incorporo y rodeo su cuello con los brazos.
- Creía que no estabas convencido -digo con voz grabe,
imitando la suya.
- Ja-ja-ja. Eres muy graciosa.
- Lo sé -digo mordiéndome el labio-. Me pongo seria, de
verdad -ruedo los ojos, chasqueo la lengua y hago crujir mis nudillos, imitando
una transformación de, sinceramente, mala calidad-. Te quiero.
Se separa un poco, pero engancho una de sus manos.
- Vale, estoy loca hasta los huesos por ti.
Pone cara de “pensar”, mirando al cielo y rascándose la
frente con el índice. Después niega con la cabeza y se separa unos pasos más.
Suelto una carcajada y voy detrás de él, aunque tropiezo
por culpa de los tacones y caigo sobre él.
- Te amo -le susurro.
- Te amo.
Nos besamos rápidamente.
- ¿Te vale? -pregunto.
- Me vale -contesta, poniéndome de pie e inclinándome sobre
su brazo como si fuera una princesita de Disney.
- Entonces a los dos -aseguro.
Le vuelvo a besar y siento mariposas por ello. ¿Quién iba
a pensar que el acto acabaría tan bien? A decir verdad… creo que es mi primer
final relativamente feliz. Espero, y estoy segura de que junto a Peeta se hará realidad, que
no sea el último.
domingo, 20 de abril de 2014
Capítulo 13: Miss you in a heartbeat
Hola chic@s!! ^^
Este capítulo no ha tardado mucho más de lo que se había previsto... ueeeeeeueeeueueuuueeee!!! Genial; de momento. Cuando lo leáis, de otra historia hablaremos. La verdad, no sabía cómo titularlo; no encontraba nada lo suficientemente triste y demoledor. Me he copiado en el título de una canción triste, lo confieso. Traducción: Perderte en una latido de corazón. Bueno, me contáis qué tal en cuanto lo acabéis. Me encantan vuestros comentarios!!! ;)) Un detallito... los que uséis Internet Explorer y no Chrome, podéis tener problemas técnicos a lo que apariencia estética del blog se refiere. Os recomiendo que uséis el otro navegador web, ya que la fuente de la letra es mucho más clara, como se suponía originalmente. No me enrollo más... BESIS!!!!
Capítulo 13: Miss you in a heartbeat
Peeta
no se acerca. Por el contrario, se aleja. Tranquilamente, deja las bebidas que
nos había conseguido en la mesa, y camina hacia la puerta que da al pasillo. Lo
veo pellizcarse el puente de la nariz y pasar el dorso de la mano sobre su
mejilla antes de que la puerta se cierre tras él.
No
monta una escenita. Yo, por supuesto, sí.
- ¡No!
-grito, antes de casi arrancar la puerta de cuajo y embestir a cualquiera que
se encuentre en mí camino.
Los
estudiantes me miran un momento extrañados o se quejan vagamente, pero después
siguen bailando como si esa chica loca no corriera a través del gimnasio como
si el mismo diablo le pisara los talones. Creo divisar a Maysilee como un
puntito vestido con seda coral al fondo de la habitación, pero no es eso lo que
me importa ahora mismo y no me paro a echar un vistazo dos veces.
Es
como si mi vida pendiese de un hilo con tan sólo esa mirada, a través del
cristal, del ruido, de la gente, del calor, de todo. Me ha roto el corazón, con
sus ojos azules. Y no sé si, recuperándolo o no, podré perdonar Gale por ello
algún día.
La
puerta golpea violentamente la pared del pasillo cuando la abro. En el
gimnasio, nadie se percata. En el pasillo, vacío, parece que haya derribado el
Hancock. Jadeo, pero no paro. Las
luces, algunas de ellas apagadas,
tintinean por culpa de algún fallo eléctrico, y me pregunto si algo tendrá que
ver con el temblor anterior del suelo. Teorías estúpidas de una chica estúpida.
Me
decido por comenzar la búsqueda de Peeta
girando hacia la derecha. Subo las escaleras después de revisar el pasillo, y
nada. Corro, revisando todas las clases con una rápida mirada, pero sólo se
escucha el pulcro silencio de un instituto sin alumnos, mis tacones y su eco.
Bajo, limpiando mis lágrimas bastamente con el dorso de la mano. «Lo vas a
encontrar. No te ha dejado. Puedes recuperarlo». Además, yo no quería ese beso.
Esta tarde, he sido débil, pero no esta noche. Y quiero a Peeta, y lo sé, y no
necesito más que encontrarlo y decírselo. Dos simples palabras, que cambian
todo. «Te amo». «Te quiero». Al final, son lo mismo. Me conformo con cualquiera
de las dos posibilidades. Sólo me falta el chico de ojos azules.
Bajo
de nuevo a la planta baja. Se puede oír las pullas y bravuconadas de los chicos
en el vestuario masculino, bebiendo a chorro de un barril de cerveza que ellos
mismos se han facilitado. Poco original. Al menos, no me siento tan sola en
estos pasillos. ¡No, no estoy sola! ¡Peeta debe andar cerca! Y yo, voy a
encontrarlo.
Recuerdo.
Recuerdo mi conversación con Haymitch. Y otras cosas de Haymitch, menos agradables.
Pero me centro en su risa, después de que yo denominara a Peeta como ‘amigo’,
al presentarlos. ¿Rio por qué sabía que le quería? O… ¿puede que Peeta me
quiera… me ame? Después de todo, nunca ha dicho la palabra con A. Espera;
Haymitch… Peeta… Haymitch y Peeta. ¡Eso es! ¡Haymitch y Peeta! ¡El lugar donde
hablé con Haymitch y Peeta me consoló! ¡Allí debe encontrarse! Es un lugar más
apartado, pero cercano, y… entre estos pasillos.
***
Sus
dos zapatos negros y encerados resplandecen justo cuando estaba decidida a
cambiar de opinión y dar media vuelta. Si fuerzo la vista, veo sus mechones
rubios al final del pasillo, como si el mismo sol amaneciera entre la
oscuridad. Desde luego, a mí me ilumina.
De
repente, me siento vieja y cansada. Me quito los tacones y los dejo bien
colocados en el suelo. En cuanto mis pies tocan las frías baldosas, vacilo. Yo
antes era segura. ¿Por qué no ahora? Porque… ¿y qué pasa si me deja? ¿Si me
dice que no me ama? ¿Si ni siquiera me mira? ¿Y si me odia? No. Las preguntas
han nublado mi juicio demasiadas veces. Ya estaba decidido. «Le quieres, se lo
dices, y que él decida». Allá voy. Desde luego pensarlo así, parece fácil.
Camino
hacia a él, silenciosa como un fantasma. Me hago un ovillo, sentada a su lado.
Apoyo el mentón en las rodillas y comienzo.
Yo
no le he besado -declaro. Empiezo con algo fácil.
Espero,
pero no contesta nada. Al menos, no ha huido. Me sudan las manos, incluso
retomo la cobarde idea de marcharme, hasta que suspira, levanta la cabeza y me
mira a los ojos.
Tranquila
-dice, con una sonrisa triste-. No me debes nada, Katniss.
¿Perdón?
Eso, desde luego, me ha sorprendido.
Sí;
te debo todo. ¿No lo entiendes? No quiero besar a Gale, o a cualquier otro. Yo
sólo quiero besarte a ti, Peeta. Quiero estar contigo. De hecho, te quiero,
cosa que no le había dicho a nadie. Te quiero Peeta Mellark, y tú has estado
conmigo, y si eso no es suficiente como para deberte algo, no sé qué lo será.
Cojo
aire y siento como los nervios me hacen temblar. Las luces del pasillo dejan de
parpadear y se encienden.
-
Pero… pero esta tarde me he dejado llevar -continúo, con voz rota. Las lágrimas
salen, como siempre. No, como siempre no, porque ahora no las oculto; es lo
último que me importa en este momento-.
¡Casi le beso, Peeta! ¡Dios! Soy… -me cubro la cara con las manos- lo
siento… lo siento mucho…
Se
hace el silencio, entre mi llanto, los gritos de los chicos borrachos del
vestuario y la música amortiguada del gimnasio.
Al
cabo de unos segundos, Peeta se decide a hablar.
-
Tú… ¿querías besarlo? -pregunta con voz ronca, con sus nudillos blancos.
-
En ese momento… -hora de probar… qué tipo de persona soy- sí -reconozco.
Suspira,
cansado. Tengo unas incontrolables ganas de llorar más, si cabe.
-
Y… ¿me quieres?
Abro
la boca, pero Haymitch se me adelanta.
-
Creo que tendremos que esperar para saberlo.
Los
dos lo miramos, sorprendidos. Espero a que diga algo arrogante, pero tan sólo
veo asomarse a Effie por su espalda.
-
Katniss, acompáñanos por favor -dice Haymitch, totalmente serio. Por primera
vez; sí, serio.
-
¿Nada de preciosa? -pregunto, enarcando las cejas y limpiando mis lágrmias.
Esto, es lo que provoca el estrés.
-
Sabía que estabais hechos el uno para el otro -dice Effie, juntando sus manos
como una niña pequeña ante una piruleta. Me pitan los oídos a causa de su voz
aguda.
Los
dos, Peeta y yo, nos levantamos, aunque no abandonamos nuestra posición.
-
Effie -gruñe Haymitch-, no es el momento.
Ella
solo frunce sus labios, pintados en morado claro, y no replica.
-
De acuerdo, esto sí que es raro -digo.
-
Katniss, es importante.
-
¿No podéis esperar?
-
Da lo mismo -dice Peeta-. Necesito… pensar.
Le
miro, y me devuelve la mirada. En sus ojos no encuentro nada que pueda darme un
miedo extremo; puedo que después de todo, no me abandone.
-
Vamos -murmuro, recogiendo mis tacones. Empiezo a avanzar por el pasillo, y
Effie engancha nuestros brazos, como si fuera una de sus, seguramente,
chillonas amigas íntimas. Me da un pequeño apretón y empieza a hablar sobre lo
bonito que es el vestido, lo acertado del peinado y el esplendor del
maquillaje. Debe haber pasado algo realmente grave.
-
¡Peeta! - oigo como le llama Haymitch. Me giro lo justo para ver que le dice
algo más, un susurro corto, que lo hace palidecer inmediatamente. Effie me
obliga a mirarla para charlar sobre banalidades, pero sospecho que no quiere
hacer más que distraerme de la charla entre aquellos dos y la reacción de
Peeta. Éste, por su parte, cambia de idea y camina tras nosotras, junto con
Haymitch.
Y
ahora, es cuando realmente me preocupo. ¿Qué habrá podido pasar? ¿Mi familia
estará bien? No puede ser nada más. No me importa nada más. Casa, ahorros,
propiedades… cosas que tenemos o no,
pero a buen recaudo. O quizás, yo sea una alarmista y haya algún fallo en mi
matrícula, expediente o tecnicismo escolar. Pero entonces, ¿qué pinta Peeta en
todo esto?
Bajamos
a la planta baja, y el volumen de la música del baile sube crecientemente,
hasta provocarme un ligero dolor de cabeza. Me froto la frente y ejerzo
presión, con la esperanza de deshacerme del dolor, pero persiste. Aunque parece
esfumarse cuando Peeta enlaza sus dedos con los míos. No me atrevo a mirarle,
simplemente disfruto del pequeño contacto y me aferro a él como si mi vida
dependiese de ello; de hecho, mi felicidad lo hace.
Giramos
unas esquinas, caminamos unos minutos más y pronto sé que nos dirigimos hacia
‘el pasillo de los profesores’. Allí, se sitúan la oficina de Effie,
conserjería, el despacho del director, la sala de profesores y otros lugares
frecuentados por los profesores y demás personal del centro, como la enfermería
y los archivos de expedientes. De ahí, que sea ‘el pasillo de los profesores’.
Todas las luces se encuentran apagadas, pero me corrijo cuando el agarre de
Effie se tensa cuanto más nos acercamos al despacho del mismísimo director
Snow. Wow, que honor. Me atrevo a mirar a Peeta. Se muestra inexpresivo; si no
lo conociese, diría que tranquilo. Pero una vocecilla me dice que no. No algo
tan obvio como la tensión de Effie, cosa que no me asusta, sino otro tipo de
tensión; la procesión que se lleva por dentro. Eso, sí me asusta.
Effie
y Peeta me sueltan a la vez, de manera calcula y mecanizada. Me contengo de
susurrar un tembloroso «¿Qué pasa?», más concretamente un «¿Qué pasa conmigo?».
¿Qué puede ser tan grave como para que Peeta, al que he hecho daño, mucho daño,
me acompañe y muestre su apoyo, aunque de una forma más distante? ¿Cómo para
que Effie no me insulte de la forma más absurda? ¿Cómo para que Haymitch no sea
un borde de mucho cuidado?
Todo
ello se va de mí cabeza cuando el director Coronalius Snow me mira con sus ojos
de serpiente tras su escritorio. Me recorre un escalofrío, y me quedo parada en
el umbral de la puerta, todo lo lejos que puedo estar de ese hombre. Peeta pasa
sus manos por mis brazos y me besa en la nuca justo antes de empujarme a dar un
paso, hasta que uno tras otro, nos sentamos frente al director.
-
Señorita Everdeen, tengo algo que contarle. ¿Quiere un vaso de agua? -niego,
aunque el agua me vendría bien. De acuerdo, necesito el agua; no es normal que
no sea capaz de producir una gota de saliva.
-
Por favor -murmuro, rectificando. Lentamente, se levanta y llena un vasito de
plástico de un tanque de agua colocado a tras él, como el de cualquier oficina.
Le clavo las uñas a la silla mientras intento disimular mi expectación y
preocupación-. ¿Por qué me ha hecho llamar?
Con
tranquilidad, deja el vasito sobre el escritorio. Lo recojo y bebo un trago,
pequeño.
-
No es algo fácil de decir, señorita Everdeen. Y, créame, lo siento mucho
-mientras habla, me llega un nauseabundo olor a sangre, y agradable sería decir
que leve. Por otro lado, el perfume de la rosa blanca prendida en su chaqueta
me noquea. Bebo otro sorbo de agua, intentando despejarme. Me tiembla la mano
cuando vuelvo a dejar el vasito en la mesa-. Una de las minas situadas en los
Apalaches ha explosionado -niego repetidamente con la cabeza, las lágrimas
bañando ya mis ojos. «No puede ser cierto… Él llegará hoy a casa, y estará bien»
me digo. Sé, que puede ser una gran mentira piadosa hacia mí misma, pero aun
así, me aferro a ello-. Todavía no se han detallado los motivos -prosigue-. El
caso, es que, sí puedo confirmar que… muy a mí pesar, su padre, ha fallecido.
-
No... -murmuro con voz aguda, encogiéndome en la silla. Nadie me toca, nadie
dice nada. Y la verdad, es que lo prefiero así. Disculpas sin sentido por parte
de gente que no lo conocía y consolaciones baratas no son, precisamente, lo que
necesito ahora. Lloro sin control detrás de mis manos, como si así una cortina
me ocultara la placentera mirada de Snow. Entre explosiones, imágenes de mi
padre, recortes de canciones susurradas días de caza con él y secuencias de
Prim y mi madre, desconsoladas, me vienen a la cabeza las palabras de Peeta «jamás
-me susurró al oído- te harán daño». Y yo, como una tonta, le creí. La furia
hierve dentro de mí, avivada por el dolor y la desesperación. Ansío con todo mi
ser darle un último abrazo, y no podré. Escucharlo cantar la canción que quiere…
quería, que yo le cantase a mis hijos; En lo más profundo del prado. Cosa que
no haré; tener hijos, digo. No les condenaré al dolor que significa venir a
este mundo. Dolor, del que nadie me ha
protegido, como me dijo- mentiroso -susurro entre jadeos y lloros. No hacia
Snow. Eso, va para mi “falso protector”.
Bruscamente
arrastro la silla hacia atrás y, de un salto, escapo del despacho y de todas
esas miradas.
***
Golpeo
las taquillas mientras corro sin rumbo por los pasillos. Sé que, aunque haya
analizado la situación antes de actuar (cosa que me ha dado ventaja), Peeta
corre detrás de mí. Haymitch ha dejado de hacerlo cuando, después de recorrer
tres pasillos, le ha faltado el aire. Era de esperar. Y, por primera vez, me
percato de lo que necesito un abrazo de este hombre, como si fuese una especie
de consuelo barato.
¿Lo
habrán hecho? ¿Mi hermana y mi madre estarán informadas? ¿Tendré que hacerlo
yo? Lloro más solo ante la menor idea de llevar a cabo la tarea. Cosa que, en
realidad, es responsabilidad mía. Debo concentrarme, y pensar en qué hacer,
pero… sólo imágenes de sus gritos ahogándose bajo la nube de polvo y las rocas,
sepultado o estallando en mil pedazos, sus ojos dejando de brillar, acuden a mí
mente.
-
Necesitas un taxi -me aconsejo, sin aliento.
Freno
por culpa del vestido, ya que una de las lágrimas que forman las llamas se ha
enganchado con el respiradero de una de las taquillas. Pego un tirón en el
sitio, pero es inútil. Retrocedo para desengancharla como es debido y liberarme,
previendo la situación. Espero que algún día aprenda a controlar mi ira; hoy,
no es el día, y lo sé. Y eso, no es un final feliz, ya que Peeta es el que
gira la esquina y se arrodilla junto a mí, y no otro que no me importe. Aunque
ahora, sólo me importa mi padre… mi hermana y mi madre.
No
puedo soltar la maldita gema de la taquilla, y me echo a llorar ante mi
impotencia. De nuevo, sí.
-
Katniss… -susurra Peeta, antes de abrazarme. Me echo a sus brazos y lloro, mojando
con lágrimas saladas su cuello. Pero parece no importarle. Entonces, mi memoria
hace ‘clic’, y le aparto de un empujón. Su mirada es… devastadora para mi corazón. Lo que pasa, es que mí corazón no es el que habla, sino yo.
- ¡Vete! -grito, aunque parece más un aullido lastimero de algún animal-
¡Prometiste que no me harían daño!
-
Por favor… -dice antes de que le corte, sus ojos también conteniendo lágrimas.
Yo, derramo más por ello, aunque no vaya acorde con mi actual comportamiento.
-
¡No! ¡Vete! ¡No puedes pararlo! ¡Está muerto! -grito, furiosa entre lágrimas,
después de que me claven un sedante. Espera. ¿Un maldito sedante en mi espalda,
cómo en las malas películas americanas? Me siento demasiado furiosa como para
que eso me detenga- ¡Mentiroso! Eres un mentiroso… eres… eres un… mentiroso…
eres… eres… un… mentiroso… eress…
Las
esquinas de mí visión se vuelven borrosas durante un instante. Después, me da
igual morirme aquí, allí o más allá. Ojalá la jeringa fuera para eso. Sólo
quiero hacerlo. Volver a ver su sonrisa, escuchar su voz, murmurar un ‘te
quiero, papá’, y encontrarme en paz, como cualquier muerto dentro de un ataúd.
Lo peor, es que seguramente no quede nada que enterrar.
Haymitch
le gruñe algo a Peeta, que llora sobre mi vestido. Yo, me percato de que estoy
tendida en el suelo. Unas manos intentan levantarme, pero frenan. Aprovecho
para, con mis últimas fuerzas, acariciar suavemente la mejilla de Peeta, que
levanta la vista ante el gesto. Creerá que soy un enigma indescifrable. Puede;
ni yo misma lo sé. Él presiona un beso en mis dedos, que se mojan con sus
lágrimas.
Mis
párpados aletean cuando Haymitch gruñe por lo bajo.
- ¡Maldito
abalorio!
jueves, 10 de abril de 2014
Capítulo 12: Hermoso caos
Ya está aquí el capítulo 12!!! Resumen del capítulo: genial y triste. Y el próximo, más triste aún, por cosas que, adelanto, no se suponen en este capítulo (entenderéis lo que os digo cuando lo leáis). Fijaros en los detallitos tontos, y crear suposiciones alocadas XD!!!
Anuncio que estoy en racha de escribir y el próximo capítulo, en serio, puede llegar la próxima semana, el viernes; como dice la encuesta.
¿El título? Raro. Oportuno. Veréis... que triste me pongo ya!! :(
Por cierto, ahora que lo pienso... ¿os gusta que haya música en el blog? Si no, la quito; a vuestro gusto.
Bueno, no me enrollo más que os he hecho esperar demasiado; ¡¡cómo para retrasarlo más ^^!!.
***
***
Anuncio que estoy en racha de escribir y el próximo capítulo, en serio, puede llegar la próxima semana, el viernes; como dice la encuesta.
¿El título? Raro. Oportuno. Veréis... que triste me pongo ya!! :(
Por cierto, ahora que lo pienso... ¿os gusta que haya música en el blog? Si no, la quito; a vuestro gusto.
Bueno, no me enrollo más que os he hecho esperar demasiado; ¡¡cómo para retrasarlo más ^^!!.
Capítulo 12: Hermoso caos
Todo, parece perfecto y acogedor.
Mi madre espera, ansiosa, a que llegue Peeta para recogerme y hacernos una foto
delante de la chimenea. Incluso ha prendido carbón para encenderla, y no la
madera que a veces papá o yo talamos; crea una humareda horrorosa en el salón,
pero arde. Después quería tomar una taza de té o café (que es todo lo que nos
puede ofrecer) con nosotros y charlar para conocer un poco mejor a Peeta, hasta
que llegaran las ocho y nos marcháramos al baile. Eso significa: 1) que esto es
especial para ella, y 2) que yo lo he estropeado. Madge no hace más que repetir
que no le diga nada a Peeta, que en realidad, no le he engañado, puesto los
cuernos, ni nada parecido; dice que ha sido un lapsus con un amigo, un error,
un roce sin importancia. Pero yo no puedo con esta carga.
¿El cariño que le tengo a Gale,
se está convirtiendo en algo más? No sé qué me está pasando, pero sí sé que,
por encima de todo, al que amo es a Peeta. ¿No? ¡Por supuesto! Con todo lo que
he sufrido por él, y ahora hago esto. Sólo sentía que Gale estaba mal y yo no
sabía por qué, y me daba la sensación de que era culpa mía, y eso me mataba, y…
sí que ha sido un error. Yo no quería acabar de esa manera, pero… ahh. Gale no
me lo ha puesto nada fácil. Y, em, por cierto, pensando en Gale… ¿Qué demonios
significa que quiera besarme con tantas ganas? ¡Yo no puedo gustarle! ¡No debo gustarle!
Me empieza a doler de nuevo la
cabeza (he estado llorando un buen rato, hasta que Madge ha conseguido
calmarme, y eso me ha provocado una jaqueca terrible), y añico los ojos delante
del espejo. Por segunda vez en mi vida, estoy hermosa gracias a taparme la cara
con maquillaje.
- ¡Cuidado! -me susurra Madge,
mientras intenta aplicarme un poco de rímel en las pestañas.
Acaba de retocar el maquillaje y
sigue con el pelo, tal y como lo hizo Flavius en Capitol’s. Madge ha tapado y/o
arreglado todos los estragos que yo me he causado en el bosque, algo maravilloso;
ha sido un verdadero milagro. Como encontrarte a Jesús en un sándwich de queso
o una patata frita.
- Voy a por el vestido -dice
Madge, ya en la puerta.
Asiento, como si aún se
encontrara aquí, y me encojo, subiendo los pies a la silla, y descansando el
mentón sobre las rodillas. Me las abrazo y cierro los ojos. No lloro, porqué
entonces, el trabajo de Madge no habría servido para nada. Peeta merece al
menos que su pareja esté… decente, porqué yo no puedo superar más que eso.
Puedo estar “decente”, pero no “guapa”. Luego me pregunto si Peeta me merece.
Quiero decir… él, es mil veces mejor que yo. ¿No soy una especie de carga? La
chica pobre, tonta, ingenua, tímida… débil. Puedo afirmar con seguridad que
Peeta no es nada de eso. Entonces, ¿cómo puede quererme? Bueno, aún no ha dicho
la palabra con “A”, así que supongo que esto no será tan importante como lo es
para mí; es la única explicación, ya que él nunca parece temeroso débil; no le
resultaría difícil decir “te amo” a una chica si de verdad lo sintiese. Así, confirmo
que no es mí caso.
Sé que estoy divagando un buen
rato, hasta que la puerta se abre y escucho el sonido de tela contra tela. Me
duelen las piernas cuando me levanto de la silla.
- Venga, vamos a vestirnos -dice
Madge, apresurada; lleva los dos vestidos en una mano y con la otra se quita
los pantalones. Más que apresurada.
Me desvisto y me pongo el
vestido. El forro sigue siendo lo más suave que he tocado jamás, la tela brilla
y reluce, y las gemas arden como el
fuego, delicadas pero fuertes a la vez. Pero yo lo percibo todo de otra manera,
como si viera una película, como si esta no fuera mi piel. No noto la suavidad
del forro, no sonrío por el deslumbrante color de la tela ni me paro a admirar
las llamas. Me siento… vacía. Sucia.
- Mírate -me dice Madge,
sonriéndome desde la otra parte del baño-. Nunca pensé que podría convencerte,
y… mírate. Estás preciosa.
Su pelo queda recogido en un moño
despeinado, y como diadema ha conseguido hacerse una trenza de espiga desde la
raíz, cosa que yo jamás conseguiría igualar. Su vestido es delicado y perfecto;
de gasa blanca, hasta la mitad de sus muslos, con un vuelo combado. A su
cintura se ciñe una cinta color blanco hueso que realza su figura, y a su
cuello el estilo Halter del vestido. Calza unos zapatos de tacón color marfil,
brillantes, a juego con sus perfectas uñas, copyright Flavius. Falta decir que
el maquillaje sólo mejora lo que ya era perfecto.
- Tú sí que estás preciosa.
Hace un signo de modestia con la
mano y me coge del brazo para arrastrarme hasta el comedor. En mitad del
pasillo para bruscamente.
- Prométeme que no le dirás nada
-murmura.
Bajo la mirada y me pellizco el
brazo.
- No… no puedo prometerte eso.
Debo ver a Prim.
- Katniss…
- Deberías venir, seguro que le
encanta tu vestido.
Suspira.
- Sabes que siempre estaré ahí,
¿no? -murmura, mirándome a los ojos. Asiento, devolviéndole la mirada- Vamos a
enseñarle a ese patito lo guapas que estamos -dice. La miro y sonrío tristemente-.
¡Venga! -exclama, tirando de mi mano.
Cuando entramos, Prim deja de
acariciar a Buttercup. Éste, por su parte, me bufa. Hago un esfuerzo por no
cogerle del pescuezo y lanzarlo por la ventana.
- ¿Qué tal, Prim? -dice Madge. Yo
sólo me siento en el borde de la cama y
sujeto una de sus manitas entre las mías.
- Bien -contesta, débilmente-.
Estáis muy guapas -me dirige una sonrisa.
- Bueno, seguro que tú lo estarás
mil veces más -digo, dándole un pequeño apretón.
- Ya… porqué os tendré a vosotras
para arreglarme, ¿no?
- Por supuesto -dice Madge-,
aunque no te hagamos falta. Serás una mujercita.
Prim suelta una risita, y eso, me
saca una sonrisa.
***
- Gracias -digo, guiñándole un
ojo. Algunos podrían llamarme loca.
Me aclaro la garganta, y él
espera paciente, como siempre.
Are you, are you
Coming to the tree
Where they strung up a
man they say murdered three.
Strange things did
happen here
No stranger would it
seem
If we met up at
midnight in the hanging tree.
Are you, are you
Coming to the tree
Where the dead man
called out for his love to flee.
Strange things did happen
here
No stranger would it
seem
If we met up at
midnight in the hanging tree.
Are you, are you
Coming to the tree
Where I told you to
run so we'd both be free.
Strange things did
happen here
No stranger would it
seem
If we met up at
midnight in the hanging tree.
Are you, are you
Coming to the tree
Wear a necklace of
rope, side by side with me.
Strange things did
happen here
No stranger would it
seem
If we met up at
midnight in the hanging tree.
Entonces, después de una educada
pausa, mí sinsajo empieza a cantar. Yo le respeto y espero a preguntar hasta
que acaba, cómo él.
- ¿Soy… mala? -le digo, mirando
por la ventana de mi habitación. Las prímulas de la maceta, ya marchitan. Puede
que todos nos sintamos tristes hoy.
He matado. Animales, pero he matado.
Jamás he pensado, jamás, que eso me hiciera ser mala persona. Soy terca y tengo
carácter, no soy muy sociable, y puede que no siempre me comporte como debería,
pero tampoco me ha hecho pensar nunca que fuera mala persona. No planeo asaltar
a viejecitas, no troceo los cómics en los que sale la cuadrilla de
Supermineros, tampoco odio demostrar de vez en cuando que puedo llegar a ser
tierna. Pero ahora, he hecho algo malo. Eso, por defecto, ¿me convierte en mala
persona?
Lo único que mi sinsajo hace es
mostrarme su afecto a través de un silbido, para después examinarme. Más de lo
que ha hecho mucha gente por mí. Claro, Peeta no cuenta. Y justo el único que
lo hace.
- ¡Katniss, sal! -el grito de mí
madre ahuyenta al sinsajo, que se mete en su jaula. Debe prever que algo malo
va a pasar esta noche. Yo también lo noto- ¡Los chicos ya están aquí!
Me aliso el vestido, respiro
hondo, y tras dirigirme a la puerta, giro el picaporte y recibo a Peeta con una
fantástica, enorme y falsa sonrisa por la que me gano un dulce beso y un montón
de cumplidos.
***
Aprieto su mano cuando el coche
para frente a la puerta del instituto. Los destellos de luz multicolor
traspasan los cristales tintados de la limusina. Por lo visto, Peeta y Darius
acordaron pagar a medias el alquiler para darnos una sorpresa a Madge y a mí.
Sólo hace que me sienta más sucia, pero sonrío igual. He intentado imaginarme
que no he hecho lo que he hecho, y cómo me sentiría si ese fuese el caso. La
verdad, es que me siento especial y un tanto importante. Por primera vez ir
sentada en unos asientos de cuero suaves al tacto, por descubrir que en una
coche puede haber un mini bar, que existen los mini bares, por estar sentada en
las rodilla de Peeta, a pesar de que hay sitio de sobra para ocho personas aquí
detrás, por poder besar sus labios cuando se me antoje y que él quiera que lo
haga.
Después siento arcadas por
recordar mi salida de ‘caza’.
¿Estará Gale en el Baile de
Bienvenida? Nunca ha sido de esos. ¿Vendrá a por mí? ¿Intentará arrebatarme de
Peeta? Espero que no, porque nos dolería a los tres. Gale, rechazado. Peeta,
engañado. Yo, sería yo. ¡Horrible!
- Sigue siendo demasiado -le
digo.
- ¿Te parece demasiado ostentoso?
Rozo de nuevo el cuero del
asiento con los dedos, como si de un pequeño y suave animal se tratase.
- Comer carne de la carnicería me
parece ostentoso. Esto es…
- Un regalo -me corta Darius-. De nosotros, para vosotras. No
le des más vueltas, Katniss. Disfrútalo -dice, con una sonrisa.
- En realidad, mi padre tiene una
limusina para acudir a los eventos oficiales -dice Madge.
- Oh… -es lo único que consigue
susurrar Darius, desilusionado.
- ¡Pero me gusta más esta!
-estalla Madge, alzando los brazos. Besa repentinamente a Darius y se echan a
reír.
Son… únicos. Una pareja realmente
explosiva, enérgica y… uh… peligrosa. No son como Peeta y yo. Nosotros… somos
más tranquilos, dulces, tiernos. Ellos ríen, y todo el mundo escucha sus
carcajadas; se gastan bromas, y todo el mundo escucha sus gritos; Darius corre,
alza en brazos o brinca con Madge, y todo el mundo les presta atención. Peeta y
yo reímos, y me siento completa; nosotros charlamos o nos gastamos bromas, y
acabamos besándonos sin prisa y con cariño; nosotros paseamos de la mano, y me
siento feliz y relajada. Sí, feliz. No tiene un adverbio negativo delante, ni
es irónico. Sencillamente, con Peeta me siento feliz. De la manera en que los niños ríen plenamente en el parque.
Felicidad-pura-y-embotellada-en-su-sonrisa.
Y mientras se me hincha el
corazón, vuelvo a recordar mis actividades de la tarde. Le clavo al asiento las
uñas.
- ¿Estás bien? -me susurra Peeta
al oído. Me recorren una corriente caliente y otra fría; motivos enfrentados.
- Sí, sólo un poco nerviosa.
Nunca he asistido a un baile -digo.
Mentira.
Fue hace tiempo, y no lo recuerdo
con claridad. Yo era pequeña, y Prim un bebé; todavía vivíamos en Pensilvania.
Mi madre pertenecía a un club, en el que las vecinas de la zona tomaban café y
té por las tardes, vestían elegantemente como si fuera algo casual, charlaban
sobre cosas agradables y de vez en
cuando se chismoseaba sobre alguien en particular del barrio. El caso, es que
el club celebró un pequeño convite. Mi madre vistió un vestido azul satén. Recuerdo
haber llamado ‘cosita suave’ al cuello de terciopelo de éste. Yo vestí un
alegre vestido de cuadros rojos, y mi padre un pantalón plisado negro junto con
una camisa blanca, haciéndole parecer más alto y joven. No recuerdo el nombre
de la anfitriona, pero ahora puedo afirmar que sería la mujer más rica y
vanidosa del club. Nuestra casa ya era grande de por sí, con sus dos pisos y
elegantes acabados en blanco pulido y tonos pastel. Pues lo primero que me
viene a la cabeza al recordar esta casa, son las columnas de estilo romano que
enmarcaban la entrada principal, con dos puertas de roble y cristal tallado en
flores, ahora puedo decir nenúfares. El césped me parecía más verde de lo
habitual, y estaba húmedo. Brillaban las gotas de agua que el equipo de regadío
automático con aspersores había esparcido por allí. Recuerdo andar sin zapatos
hasta la entrada, provocando que mis padres y la anfitriona junto a su marido
quita-y-pon rieran. La pista de baile era enorme y con suelos de mármol
brillante, que iluminaba la sala más que cualquiera de las lámparas de araña
que había allí colgadas. Supongo que funcionaba como sala de estar, pero
quitaron los muebles con tal de ganar espacio, ya que la habitación precedía al
comedor. Todos actuaba de manera cercana pero formal, eran educados y
sofisticados. Incluso había música clásica flotando en el ambiente mientras
probaba el estofado de cordero sobre arroz salvaje y pasas. Repetí. Tres veces.
Era una pequeña glotona sonriente. Esa casa dejaba en ridículo a la mía, y por
lo que veré, a esta fiesta.
Ahora, cuando salgo de la
limusina y Peeta me coge de la mano, lo único que me viene a la cabeza y sé que
recordaré es: decepción.
Me tambaleo sobre los tacones,
como si temblara el suelo bajo mis pies; debe de ser mi falta de práctica. Pero
entonces, siento como si los trozos de mi vida se despegaran, como si las
hebras de mí tapiz se separaran. Mí estomago se retuerce, y no entiendo el por
qué. Estoy desorientada, y me centro en lo que sé. Me llamo Katniss Everdeen.
Tengo dieciséis años. Vivo en Naples. Amo a Peeta. Amo a Prim. Amo a mis padres.
Quiero a Madge, Maisylee y Gale. Limusina. Dolor. Baile.
No puedo concentrarme con esta
sensación de mareo.
La música electrónica hace vibrar
los cristales del gimnasio, que huele a sudor y cerveza de barril desde aquí.
Veo de reojo cómo Madge estampa a Darius contra la pared e imagino, que si
siguiesen así diez minutos más, alguien daría positivo en la prueba de embarazo
mañana. No sé si es mejor entrar o no, pero me decido por lo primero antes que
ver en directo el tema ‘Reproducción sexual’ de Biología. ¿No decía yo que todo
el mundo amaba la biología? Pero después de dar dos escasos pasos, Peeta me
detiene y pasa delicadamente un ramillete de claveles blancos sobre mí muñeca
izquierda.
- Blancas -le digo, observando
los pétalos.
- ¿Te gusta? -pregunta.
- Pureza.
- Sí -dice, acercándose. Vuelve a
dibujar figuras curvilíneas en la piel sensible de mis hombros y brazos-.
Pureza. Lo que siento por ti es puro, así que color blanco.
- ¿Y… ves como posibilidad
comprarme la próxima vez unas rojas? -digo, intentando algo nuevo; el coqueteo.
- ¿Pasión? -pregunta, mordiéndose
el labio. Acerca sus labios a los míos, y aprovecho el momento para pasar mis
manos tras su cuello. Justo antes de juntarlos, susurra- Creo que eso ya te lo
demuestro yo en persona.
Le sonrío como una tonta y
asiento, atrayéndolo hacia mí. En cuanto nuestros labios se tocan, los movemos
con avidez. Lo echaba de menos. Estamos cómodos besando al otro pero, yo al
menos, no me acostumbro a sentir esta montaña rusa en el pecho cada vez que me
toca. Me falta el aire… no, me falta él. Necesito sentirlo más cerca, necesito
tocarlo… que me toque. Revuelvo su pelo entre caricias y, por qué no decirlo,
tirones; él junta completamente su cuerpo al mío, y yo necesito quitar la
maldita ropa de en medio. Siento como se eleva nuestra temperatura corporal, y
mi respiración se transforma en un jadeo. Me muerde el labio inferior, y vuelvo
a sonreír antes de profundizar más el beso, con ansia. Como si en realidad,
supiese besar. Realmente, con Peeta es fácil que me sienta así. Y con Gale…
¡No! Me separo poco a poco, dejando a Peeta (y, demonios, a mí) con ganas de
más.
- Venga, no me he puesto tacones
para nada -digo, tirando de uno de los gemelos de sus mangas hacia mí.
En realidad, me siento mal.
Aunque puede que no sea sólo por Gale. Creo que yo, al igual que mi sinsajo,
siento que algo malo va a suceder. Más concretamente, a mi persona. Pero bueno,
¿no supero yo todo lo malo? Puede que sea una gran mentira eso que acabo de
pensar. Debería ser: ¿no sobrevivo yo a todo lo malo?
***
En el gimnasio, lo que único que
me viene a la mente es ‘agobio’. Quizás también ‘falta de aire’, ‘intrusión en
mi espacio personal’, ‘cerveza de barril en los vestuarios masculinos’ y ‘adolescentes
rubias entubadas en vestidos por encima del medio muslo’. Las gradas han sido
plegadas, y las canastas cubiertas con confeti, lo que, si hubiese sido la
intención, no ayuda nada a que el gimnasio parezca una pista de baile.
Veo como Glimmer baila pegada a
Cato como si, por separarse, el universo se fracturara en dos. Peeta se dirige
(después de regalarme un inesperado-largo-intenso-fantástico beso) hacia la
mesa con canapés mal amontonados (hechos migajas por los del equipo de fútbol)
y ponche, a por bebidas.
Entonces, huele a cuero y naranjas.
- ¿No te apetece bailar?
- ¡Gale! -digo, dándome la
vuelta. Miro a mi alrededor, pero todos están borrachos o besando a otro
adolescente hormonado. Peeta, gracias a Dios, sigue con las bebidas.
Empujo a Gale hacia la puerta con
las dos manos, ignorando su semblante inexpresivo, incluso un tanto triste.
Después de lo de hoy, no sé qué expresa el mío. Necesito alejarlo de Peeta, o
dará comienzo la tercera guerra mundial. Empujo la puerta de salida y el aire
frío de la noche me golpea, como siempre en este lugar.
- ¿Qué haces aquí? -pregunto,
cerrando la puerta con ventanas del gimnasio para asegurarme.
- ¿Que qué hago aquí? -dice
alterado, arqueando las cejas- ¡Estoy aquí por ti, Katniss!
- ¡Bueno, pues no tenías por qué,
entonces!
Aprieta los labios y baja la
mirada. Le conozco, y sé que está reprimiendo cualquier deseo de pelear. E
inesperadamente, me besa. Al momento, sé que no es natural; me mantengo quieta
y rígida. Sus labios son agradables, el problema… el problema es que no es
Peeta. Me aparto, sorprendida por el atrevimiento. No quiero decir a, donde
opino, nos llevará esto.
- Gale…
-Tenía que hacerlo. Al menos, una
vez.
Y se va.
- Ha sido un error… -le digo,
aunque el viento se lleva el sonido de mí voz.
Lo último que veo antes de llorar
contra el cristal, es cómo Peeta me mira tras la ventana. Nos miraba.
El
peor error de mí vida. Aquí y ahora. Apuntado.
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