PD: ¡Katniss está tan confundida como yo!
Capítulo 11: Un deseo peligroso
- ¡Entrenador! -exclamo desde la
entrada del gimnasio.
- ¿Qué… ¡Everdeen! Dichosos sean
los ojos. ¿Qué haces aquí Katniss? -exclama él con una gran sonrisa.
- Llevo unos años aquí -digo,
también con una sonrisa-. ¿Y usted?
- Varios traslados. He acabado
aquí. El anterior entrenador, Seneca Crane, falleció. Discúlpame un momento…
¡Mellark!
- Buenos días entrenador -dice
una dulce voz a mis espaldas.
- ¿Qué haces aquí? Tendrías que
estar ya en el vestuario.
- Culpa mía -salto.
- ¿Sí? -pregunta Boggs, arqueando
una ceja.
- No -dice Peeta, apoyando sus
manos sobre mis hombros y pegándose mi
espalda-. Es culpa mía.
- No le haga caso -digo-. Le he
entretenido.
- No me has…
- ¡De acuerdo! -estalla Boggs.
Nunca ha sido un hombre delicado- Mellark, a los vestuarios. No hay consecuencias
gracias a Katniss, pero no se volverá a repetir -se gira y me mira, tornando la
ira en amablidad-. Querida, ha sido un placer volver a verte.
- Lo mismo digo.
Peeta tira de mí por los hombros
hasta que me gira y sujeta por la cintura mientras caminamos hacia los
vestuarios.
- Cabezota -susurra.
- De nada.
Ríe y cerca su rostro al mío. Le
imito, porque sinceramente echo de menos sus besos y considero que no es sano
reprimirse tanto. Me besa cariñosamente. Necesitamos parar en medio del pasillo
para continuar degustando los labios del otro gustosamente. Paso mis manos
alrededor de su cuello y él aprieta mi cuerpo contra el suyo colocando sus
manos en mi espalda baja. El beso coge fuerza y se vuelve inesperadamente
intenso. Me llena. Necesito más. Necesito sentir a Peeta. Necesito transmitirle
todo lo que siento. Que le quiero, sin usar palabras.
- ¡Eh, parejita! -grita Haymitch.
Odio más a Haymitch.
Separo mis labios de los de
Peeta. Seguramente los tendré rojos e hinchados, lo que me hace colorar. Me
muerdo el labio inferior, aun rodeando a Peeta por el cuello, y me permito
mirar a Haymitch.
- Necesito a la chica. ¡Ya!
- Voooy -digo.
- Te veo luego -susurra Peeta,
tímido.
- Hasta ahora -susurro yo.
Nos damos un último beso (tan
cariñoso que Haymitch carraspea) y me dirijo al vestuario de mujeres.
***
El viento es más frío que hace
unos días, y quizá mis dedos se hayan entumecido un poco, pero sigo dependiendo
de que me golpee cada tarde para poder vivir. Aún es temprano cuando llego al
tronco caído, pero Gale ya me espera con los dos carcajes colgados a la
espalda. Mira hacia el horizonte, ignorándome, y me pregunto por qué. Estoy
segura de que me ha oído llegar, por muy silenciosa que sea; su oído es como el
de un lince. En realidad, estaba en otra parte, sin pensar dónde ponía un pie u
otro. Pensaba en Peeta, y en cómo me hace sentir. Mi corazón se desboca cuando
está cerca, y eso, puede resultar placentero y peligroso. Por el momento, no me
preocupa. Hoy nos he visto coordinados, repartiendo los besos y el contacto
justo como para dejarme satisfecha sin hacerme ruborizar. Es algo... puede que
no mágico; porqué la magia no existe, y lo nuestro sí. Creo que lo necesito más
a cada minuto que pasa.
- Dicen que el tiempo empeorará
-le digo a Gale, sin mirarlo. El cielo está precioso, teñido de tonos pálidos y
a la vez fuertes, como el bronceado caramelo, el adobe ligero, el azul costa
brava o el amarillo intenso. Algunas nubes grises tapan las montañas. Noto un
pinchazo al imaginar que mi padre está allí, tras la pineda, la tierra húmeda y
las toneladas de roca.
- ¿Puede ponerse peor? -contesta,
pasándome mi arco y mi carcaj. Su mirada es profunda, y parece alicaído.
Acepto el arma, frunciéndole el
ceño y exigiendo una explicación con la mirada, pero él se limita a dar media vuelta
y avanzar. Me cuelgo el carcaj, cojo bien el arco y le sigo. No entiendo que
puede pasarle. Esta mañana ya ha desaparecido, pero no le había dado
importancia. ¿Habrá pasado algo grave? Creo que confía en mi lo suficiente como
para habérmelo contado si ese fuera el caso. ¿Entonces? Y si… ¿le pasa algo
conmigo? No puede ser. No he hecho nada que pueda enfadarle, a mí parecer.
Una ardilla corretea por las
copas de los árboles sobre nuestras cabezas, pero no le presto atención. Gale
parece no haberla oído ni visto, o al menos la ignora tan bien como yo. Esa, es
una ardilla con suerte. Cualquier otro día, ya tendría una fecha atravesándole
el iris. Pero hoy no. Hoy es diferente; pienso averiguar por qué.
Los músculos de su espalda se
tensan cuando agarro su mano, pero no para. Tiro de él, y responde zafándose de
mí agarre. Nunca me había rechazado, ignorado o hecho sentirme así. Él era el
único que no me había hecho sentir como un desecho.
Me quedo allí plantada, y suelto
lo primero que se ocurre, intentando no demostrar mis sentimientos. Pronuncio,
con indiferencia:
- Participaré en una obra de ballet -sigo andando,
ya que él no se gira-. El padre de Madge la ha financiado. Haymitch quiere que
yo se lo agradezca, pero yo creo que es él el que debería arreglarse e ir a cenar
a su casa. Se lo he dicho, y me ha respondido que le daba igual, y aun así… le
tolero. Me cae bien ese hombre. Y le odio, te juro que le odio, pero… -le doy
un puntapié a una rama y bajo el arco; parece que esto es sólo una excursión,
no un día de caza- no sé. Es una relación amor odio paternalista.
Me callo. No suelto más que
bobadas. Bobadas que, al parecer, no le importan. ¡¿Por qué se comporta así conmigo?!
Siempre es tan… tan Gale. Tan fuerte, decidido, amable y, sobretodo, comprensivo.
Las muestras de cariño nunca me han faltado por su parte, esto es totalmente
nuevo. Creía que me quería tanto como yo le quiero a él. Pero ahora, Gale está
herido, como los animales que cazamos. Pocas veces le he visto herido, y
ninguna he sido yo la mano ejecutora. Pero hoy, todo es distinto.
- Gale -digo, acelerando para
seguirle el ritmo.
Empieza a correr justo cuando el
viento comienza a aullar. La trenza me golpea en la cara cuando me obligo a
acelerar tanto como él.
- ¡Gale!
El paisaje se ha tornado más
oscuro, y el atardecer está llegando a su fin, dando paso a la noche. A la
noche del Baile de Bienvenida. Una raya negra se dibuja en el horizonte,
demasiado fina como para apreciarla a simple vista. Parece que Gale quiere
seguirle la pista a esa raya, sin parar de correr.
Acelero más y le golpeo en la
espalda con los dos puños, como si fuera una niña pequeña y enrabietada.
- ¡Maldita sea, Gale! -le grito a
su nuca.
Pateo los pies de un árbol
cercano, cosa que parece llamar su atención. Hago una mueca ante el dolor del
pie, pero me reprimo y no grito. Tiro el arco, me descuelgo el carcaj y me dejo
caer en el suelo, jadeando por el cansancio y la rabia.
- ¿Estás bien? -dice, acuclillándose
delante de mí. Niego con la cabeza entre las rodillas.
- ¿Y… tú? -pregunto entre jadeos.
Noto tres de sus dedos, largos y
ásperos, pero a la vez delicados y expertos, levantándome el mentón. Mi rostro
encara al suyo. Miro el color oliva de sus ojos, tan familiar, tan brillante…
de Gale; nuestro, como si el color fuera un secreto que sólo hubiese compartido
conmigo. Me mareo un poco al recorrer cada centímetro de su rostro con la
mirada y pensar automáticamente, que me parece increíblemente bello. Su pulgar me
acaricia la mejilla derecha, y dibuja pequeños semicírculos, como un parabrisas;
media sonrisa de satisfacción se alza, y él reacciona del mismo modo, aunque su
mirada sigue siendo distinta. Sin apartar la mía, aparto un mechón pelo invisible
de su frente, y cierra los ojos. Mi dedo índice tiembla al repasar el contorno
de su rostro, desde la raíz de su cabello hasta el final de su perfil. Después
se traslada y repasa sus espesas cejas, sus párpados, desde su entrecejo hasta
la punta de su nariz, y de ahí pega un salto para aterrizar en la comisura de
sus labios. Los repaso lentamente. Son carnosos, aunque finos. Están secos,
pero no me importa, y vuelvo a repasarlos. Me acerco más para observarlo de
cerca, y me siento sobre él, enrollando las piernas alrededor de su tronco. Una
de mis manos acaricia, temblorosa y helada con las yemas de los dedos, su nuca.
Los pelos más cortos cosquillean entre mis dedos cuando los introduzco más
allá, en su cabello. Los mechones castaños son suaves y se adaptan
perfectamente a la presión de la mano, mimando mi piel con suaves caricias.
Noto como nuestras respiraciones son lentas, y poso la mano libre dónde su
supone, está su corazón. Me pego un poco más a él, necesitándole, y aprieto mis
piernas entorno a su cintura. Entonces, su mano derecha viaja a la parte baja
de mi espalda, y alguno de sus dedos, frío, repasa lentamente el borde de mi
cazadora, tocando mi piel, que se pone de gallina. Creo que dejo escapar un jadeo,
formando una pequeña nube.
- ¿Katniss? -susurra.
- ¿Hmmm…?
Él abre los ojos y me mira. Sus
pupilas están más dilatadas de lo normal, y veo deseo en ellos. También veo que
en su reflejo, los míos tienen un aspecto idéntico.
- Quiero besarte -vuelve a
susurrar.
- Y yo -murmuro.
Entonces apoyo mis manos en sus
hombros, y empujo lentamente su cuerpo hacia atrás, sin ejercer mucha presión.
Gale se tumba sobre las hojas caídas y amarillentas del suelo, llevándome con
él. Quedo a horcajadas sobre su cuerpo, y siento como mi pulso se acelera. Un
rayo de luz naranja ilumina su rostro, embelleciéndolo todavía más. Entonces
junto nuestros cuerpos, posicionando una de mis piernas entre las suyas, para
encajar mejor, aunque su cuerpo es considerablemente más grande.
Mi nariz roza la suya, y mis
manos aprietan su cazadora, aunque no parece importarle. Me siento como un
animal. Y, al parecer, él también, porqué jadea a dos centímetros de mis
labios. Mis deseos se hacen insoportables, pero la Katniss responsable, me
grita desde dentro «¡Basta! ¿Estás loca?». Pero yo sólo sé, que estoy excitada
sin tan siquiera haberlo besado.
- Gale… -murmuro, y mis labios
rozan los suyos al pronunciar cada letra.
- Katniss… por… favor… -jadea él,
rozando sus labios contra los míos de la misma forma.
Me pide permiso. Pero no puedo
dárselo.
Giro sobre su cuerpo y me quedo
tumbada sobre el sotobosque, mirando el cielo, visible tras las copas de los
árboles. Pego un salto y me levanto. Echo a correr hacia casa, dejándolo allí.
Soy idiota, lo sé.
Madge ya está en casa cuando
llego, y seguro que me maldice por llegar llena de barro, despeinada, con suciedad
bajo las uñas, y los ojos rojos; no dice nada porqué también es capaz de ver las lágrimas.