lunes, 17 de febrero de 2014

Capítulo 10: Una declaración de amor

Sé que es para matarme, y lo admito. No he abandonado el blog, y juro por un gatito tullido (awwwww...) que no lo haré hasta que acabe la historia. BLOGGER HASTA EL FINAL!!!! Ahora eso sí, he de admitir que mis reservas de capítulos, han volado :"( 
Pero no pasa nada, que estoy volviendo a escribir!! ¿Sabéis los montones de exámenes que tengo? ¡Mis padres no se conforman con que apruebe... quieren más de un 8, como mínimo! :O Eso, es una tortura. Total, que tengo que compaginar estudios con leer con escribir con tener vida social (poca poca, os prefiero a vosotr@s. Es broma (pero os amo ;) ) !!! No soy una loca de los gatos) con cubrir la necesidades básicas necesarias para sobrevivir *cojo aire* con escribir en mi otro blog con contestar coments con crear reseñas con enterarme de las noticias con ocuparme de Wattpad y Facebook... ¿¡Quién aguanta TODOOOOO ESOOO!? Yo, chic@s, yo. Si es que, soy un ángel... *Ojos del gato con botas* ¿Me perdonáis?  

Os quiere MENTALMENTE DESORIENTADA, MK ;))

PD: ¿Se puede hacer posdata en una introducción de entrada? (he aquí el toque "Mentalmente Desorientad" de la entrada. Necesito tatuarme en el brazo mi horario...)

PD2: ¡El capítulo es súper románticooooooo! ¡Sólo aviso! ¿Lo pilláis por el título? Aunque, tengo cosas pensadas, y no son buenas, no señor... ¡Por favor, que son Los Juegos del Hambre!




Capítulo 10: Una declaración de amor

Me incorporo lentamente en el sofá, un poco cortada. A la mierda la ilusión. Soy “su hermana pequeña”. Si fuera mi padre todavía podría excusarme con el síndrome de Electra. Puede que si se lo propongo me adopte. Entonces, ¿Qué chico lleva a su hermanita al baile y la soba en el coche? Sí, si eso no es sobarme, que baje Dios y lo vea.
- Creo… creo que iré a ver cómo está Prim -musito, frotándome los ojos de la forma más artificial. No soy una gran actriz.
- Eh -se aclara la garganta, un tanto perplejo por mi repentina necesidad de espacio-, claro, yo ya me tengo que ir.
Le acompaño a la puerta y me despido apoyada en el marco de la puerta, angustiada. Me giro, decidida a cerrar la puerta, a dejarlo atrás y comprobar que Prim está bien. Pero no puedo, no puedo dejarlo atrás. Somos como imanes, y no me puedo separar de él por mucho que quiera.
Doy un paso sobre la escarcha, y noto como la nieve cosquillea y adormece dolorosamente los dedos de mis pies, descalzos. El frío acaricia mis piernas suavemente, hasta invadir por completo mi sistema y arrasar con cualquier grado positivo de mi cuerpo.
«Muy bien Katniss, ¡no te preocupes de llevar zapatos! ¡Es antiguo!» Me importa un comino. Doy otro paso, otro y otro hasta no sentir nada de tobillos para abajo y tener los dedos de las manos adormecidos y pesados, como la punta de la nariz y los labios. Empiezo a correr hasta él, y una rabiosa ráfaga me golpea de lleno, ondeando mi pelo dorado. La oscuridad se ha apoderado del paisaje pero, aun así, Peeta puede distinguir a esa chica que avanza corriendo por la nieve hacia él.
- ¡Katniss! ¿Estás loca? ¿Qué…
- No importa -le interrumpo. Me abraza para darme calor y me mete en el Jeep sin más discusión.
- Sólo quería… -digo, cómoda en el asiento del copiloto, con la calefacción a tope- sé que pude sonar raro, pero… quería saber por qué quieres ir conmigo al baile.
- ¿Qué por qué quiero ir contigo al baile? -repite, pálido.
Debo parecer una loca.
- Es que no lo entiendo -musito.
- ¿Qué no lo entiendes? -dice, todavía más pálido- Quiero ir contigo porque…, porque…
- Ves, ni siquiera tú lo entiendes.
- No es fácil decirlo -musita-. Podría…
- Si… -le animo.
- Podría perderte -suelta al fin.
- No vas a perderme -digo, cogiéndole una mano. La mía está helada y la suya arde.
- ¿Por qué quieres ir tú conmigo al baile?
- Yo he preguntado primero -susurro. Parece que Peeta se debate mentalmente a si mismo, así que pregunto. No puedo perder mucho más que a él, y si no lo hago puede que en realidad nunca tenga la oportunidad de que sea mío- ¿Me…, me ves cómo a una hermana?
- No -responde,más pálido. Su mano está más fría. Suelta la mía y aprieta el volante, tenso.         
- Entonces, ¿por qué has dicho que tú me ves a mi cómo yo a Prim?
- Yo… tú necesitas a Prim. Yo te necesito a ti -cojo aire ansiosamente, intentando disimular sin éxito, y vuelo a cogerle de la mano, despegándola del volante. Me mira.
Levanto la mirada justo para ver cómo él baja la suya. No sé qué decir. Me tiembla involuntariamente la mano, que está más helada que antes si es posible. Puede que la nieve sea más cálida.
- Sé qué puede que no… -comienza, apenado.
- Yo te necesito -declaro, antes de darme cuenta de que lo he hecho.
Paseo los dedos por la palma de su mano y cierra los ojos, apoyándose contra el asiento, relajado.
- Nunca, desde tu primer día de clase en Naples, he dejado de pensar en ti -susurra.
Continuo con el paseo, pero los dedos empiezan a temblarme levemente. No sabía eso, ni siquiera lo sospechaba. Sí, de vez en cuando pillaba una mirada fugaz en el patio, pero nunca le di importancia. Quizás que me salvara fuera una razón obvia, pero yo no soy de esas que pillan las cosas al vuelo, ni de lejos. Supongo que cualquier buen ciudadano lo habría hecho, Superman, el Superminero y su cuadrilla, o alguien por el estilo.
- ¿Por qué nunca has hablado conmigo, entonces?
- Cobarde, miedo al rechazo. Puede que las dos cosas.
- Miedo al rechazo por mi parte.
Abre los ojos y levanta la cabeza. Vuelve a atrapar mi mano entre la suya, cálida de nuevo. Me pide una explicación con la mirada. Supongo que no es exactamente una ‘frase con sentido’, así de primeras. O quizá tenga demasiado sentido.
- Me salvaste y… nunca has salido de mi cabeza, por mucho que lo intente o te hayas alejado. Me resulta imposible.
- Katniss, yo… siento lo mismo cada día, y cuándo, cómo ahora, estoy contigo, te toco, me hablas, me miras, yo… me resulta asfixiante.
Abro los ojos como platos y le suelto la mano, intentando dejar espacio, aunque puede que cuando ahora le hable y le mire, se ahogue.
- ¿Te resulto asfixiante? -susurro, dolida. Rezo porque sea un malentendido, porque si no…
- No -exclama él-. Sólo el no poder estar de la forma que me gustaría contigo, cómo antes en el coche -me sonrojo un poco, aunque él lo diga sin vacilar-, o irme a casa y contar las horas que quedan para volver a verte, porque se me hace insoportable. Te lo he dicho, te necesito, necesito estar contigo. Y sé que yo te necesito más a ti que tú a mí, y lo entiendo.
Me lanzo sin pensarlo, simplemente, cómo él ha dicho, lo necesito. Le beso, dulce y suavemente. Pego tanto nuestros labios que puede que nunca se separen, aunque no me importaría lo más mínimo. Me acerca todo lo que puede a él y yo no me resisto. De hecho, me apoyo sobre su pecho, que late con fuerza. No me puedo creer que esté haciendo esto, y que encima me haya lanzado yo. Todo lo que hay a nuestro alrededor desaparece: el frío, el calor, los nervios… sólo queda el placer y su dulce sabor. En realidad es mi primer beso, y nunca he sentido algo semejante. No hay palabras que puedan describirlo.
- No sabes lo que has dicho -murmuro, con los ojos cerrados contra sus labios.
Los abro y me regala la sonrisa más dulce que existe, y me siento orgullosa por haber hecho brillar a esos dos ojos azules tan claros.
Aprieto los labios, le miro las rodillas y me rio un poco, nerviosa. Esto me está pasando a mí. Sigo sin creérmelo.
- Eh -dice. Levanto la mirada y me recoge la barbilla- Eres lo mejor que me ha pasado nunca.
- Sigues sin saber lo que dices -digo sonriente.
- Claro que sí… -dice, y me acerca hasta que nos volvemos a encontrar.
Me besa lentamente, disfrutando cada momento, sin prisa alguna.
- Te… -«quiero», diría. No, no puedo precipitarme. Eso podría echarlo para atrás, ser demasiado- te veo mañana.
Me atraganto un poco, aunque dejo escapar las palabras con decisión.
- Te veo mañana -dice. Me separo para abrir la puerta pero, justo antes de salir, le regalo un pequeño beso que él aprovecha hasta el final.

***



Floto sobre el colchón, y me siento ansiosa por ir a clase, por primera vez en la historia. La colcha me calienta los helados pies y me duermo, sonriendo cómo una boba al soñar con Peeta.

***


Me levanto con un aire alegre y enérgico, sonriendo por todo. Hasta que entro en la habitación de Prim y la veo hecha un ovillo en su cama, pálida y con dos puntos en la parte posterior de la cabeza. Resbaló correteando por el jardín helado y, después de una llovizna, el golpe que se dio contra la fina placa de hielo y la tierra no fue nada agradable. Nada lo amortiguó.
- Eh -digo, sentándome en el borde de su cama-, ¿qué tal, patito?
Se arrebuja bajo la colcha y abre sus ojitos tras hacer una mueca de dolor.
- Buenos días -susurra, con voz débil.
- Al menos hoy te quedarás en casa, calentita en la cama.
- Sí…
Le beso en la frente y salgo pegando botes de alegría tras sonreírle con esperanza. Esperanza de que no tenga dolor de cabeza lo que queda de semana.

***


- ¡Hola!
- Hola -saludo alegre a Madge.
Me coge del brazo de una forma alarmantemente contenta, así que sabe algo o se lo imagina. Ambas son correctas. Sin embargo, no dice nada en todo el camino, sólo sonríe y me arrastra con su inamovible gancho de acero (también llamado brazo izquierdo) decidida hasta el instituto. Por otra parte a mí se me borra la sonrisa. Aquí se cuece algo, y ya he asumido que lo sabe todo, lo que es malo, muy pero que muy malo.  Si Madge trama algo no me quedo tranquila porque siempre la arma. Me da incluso miedo o, porque mentir, me da pavor.
- ¿Pasa algo? -pregunto. Alguien dijo una vez que la espera se hace peor que el sufrimiento.
- ¿A ti te ha pasado algo? -contraataca- Vamos, es una sorpresa agradable.
- Lo sabía. Y corrijo: tus sorpresas nunca son agradables.
- ¡Qué dices! -exclama, haciéndose la dolida de forma exageradamente mal.
- Lo que oyes. Sólo son agradables para ti.
- Bueno, esta no, pero si quieres qué…
-No, está bien, déjalo así…
No quiero desilusionarla y, además, lo hecho hecho está. No creo que pueda llegar y desmontar lo que sea que haya hecho en unos minutos mientras yo me tapo los ojos en la entrada. Prefiero afrontar los problemas. O puede que no se tan malo, y que por una vez me guste. Es raro, pero no imposible. Lo que no quiero es que se gaste dinero, porque aunque le sobre, y mucho, no debe malgastarlo en mí. No soy una razón por la que gastar dinero y punto.
Una gran cazadora marrón aparece doblando la esquina y yo me adelanto para abrazarla por detrás.
- ¡Hey Gale!
- ¡Hey Catnip! -dice sonriente y sorprendido. Ataque sorpresa.
- ¡Hey a los dos! -grita Madge separándonos. Se coloca en medio.
Seguimos caminando tranquilamente hasta que Madge susurra:
- Eso ha sido una sorpresa desagradable…
- ¡¿Qué?! -susurro yo.
- …y la que se va a llevar él.
- ¿Por qué? ¿Qué… ¿Por qué dices eso? No, no entiendo…
- Porque no le va a gustar que, bueno…
- ¡Chicas! -grita Gale.
- ¿Eh? -suspiramos al unísono.
- Lo siento -dice Madge.
- Y yo -añado. Me mira, escéptico-, de verdad.
- Sois…
- ¿Quieres venir esta tarde al bosque? -sugiero, antes de qué diga algo de lo que todos nos podamos arrepentir después.
La verdad es que Madge me incita a cuchichear delante de él demasiadas veces, y sé que también a veces se me sube el santo al cielo cuando me quedo mirando a Peeta y Gale sigue hablando… y sé que todo está mal. Por eso le quiero compensar. La verdad es que nuestra relación se está enfriando, y eso no me gusta nada. La mayor parte de culpa la tengo yo, por supuesto, por estar distraída con Peeta en vez de cuidar de Gale, el chico que siempre ha estado a mí lado. Le debo una tarde en el bosque y más, pero aunque quiera eso no puedo dárselo.
- Podemos dar un paseo y…
- Claro -dice.
- Genial -susurro.
Esperaba pasar la tarde con Peeta, pero a Gale se lo debo, y con Peeta tengo muchísimo más tiempo, espero.
Peeta. Sonrío al pensar en él y en que seguramente estará ya en el instituto, esperándome. Es tan… no puedo esperar más. Le necesito, de verdad lo necesito, y es la primera vez que me doy cuenta de que es cierto. De qué no podría vivir sin él a mí lado, sería cómo dejar ir a una parte de mí, una que me aporta más felicidad que todas las demás juntas. Aprieto el paso, obligando a Madge y Gale a hacer lo mismo. Madge tiene el ceño fruncido, aunque cuando le miro me sonríe mostrando toda su dentadura. Supongo que no será nada serio, el color de sus calcetines no pegará con su estado de ánimo actual, aunque con esas señales a saber cuál es.
Veo el destello de su pelo rubio antes que sus ojos azules, pero lo reconozco con la misma facilidad y maestría. Está en la puerta del instituto de espaldas, hablando animadamente con Delly, que sí me ve y sonríe, saludándome con la mano. Le devuelvo el saludo a la vez que Peeta se gira y esboza una agradable y enorme sonrisa en su preciado rostro. Avanzo más deprisa dejando a Gale y Madge atrás y en cuanto los alcanzo Peeta me coge de la mano y nos pegamos.
- Hola -digo, bajo.
- Hola -dice.
Le miro y me acerco tímidamente, poco a poco, hasta que él no puede más y me besa con delicadeza, como si yo fuera a explotar si me aprieta demasiado.
Me pone un mechón de pelo tras la oreja y apoyo la cabeza en su pecho, mientras me percato de que Delly nos miraba, expectante, y me sonrojo.
- ¿Listos para el Baile de Bienvenida? -dice Madge por detrás- ¿Para qué pregunto si basta con veros? -se encoge de hombros, agarra a Delly de forma idéntica a cómo me garraba antes a mí y la conduce adentro con una sonrisa. En realidad las dos sonríen.
- No quiero entrar -me quejo.
- ¿Por qué? -pregunta Peeta, apretándome un poco más contra él.
- Por esto -murmuro.
Sonríe tristón y acaricia mi pelo entre sus dedos.
- Ahora me entiendes.
- ¿Y antes no?
- Sí, pero yo te…te echaba más de menos -dice. Por un segundo he tenido el corazón en un puño; por un segundo creí que me iba a decir “te quiero”.

***


Caminamos por el hall del instituto. Ni loca voy a soltar a Peeta, y parece que él tampoco está por la labor, así que aguanto las miradas curiosas y camino cogida a su mano. Como si la necesitase para vivir. Como si lo necesitase. De verdad creo que lo necesito, porque este rayo (de esos que chamuscan árboles inocentes y ositos amorosos) de alegría, de amor, de afecto… esta montaña de sentimientos positivos me empujan hacia delante por primera vez desde hace mucho tiempo. Peeta me proporciona eso, la esperanza de que todo puede ir bien, por grandes que sean nuestras pérdidas. Gale… Gale arde como yo. Pero Gale arde en furia, en necesidad, en rencor, en… una maldad técnica. No es malo, pero odia el sistema, odia como sus hermanos pasan hambre, como su madre se deja la piel para, al final, no llegar a alimentarlos a todos correctamente. Gale contiene ese tipo de fuego, y yo ya tengo suficiente por mí misma. Además, lo que siento por Peeta es amor. Lo que siento por Gale… es amor fraternal, mi hermano, mi compañero de caza, mi amigo. No mi novio.
- ¿Dónde está Gale? -pregunto.
- Ni idea -susurra Madge.
- Bueno, os veo luego -dice Delly.
- Claro -decimos los tres a la vez.
La veo alejarse hacia la clase de química con una sonrisa enorme en la cara.
- ¡Katniss! -grita Maysilee.
Me giro sin soltar la mano de Peeta y le regalo mi mejor sonrisa a esa pintoresca chica. Estoy… eufórica, por una vez en mi vida. Qué raro.
- Hola Maysilee -digo, mientras se acerca corriendo.
- Hola -dice, recuperando el aliento.
- Bueno, yo también me tengo que ir -dice Madge-. No quiero ver cómo a la profesora de Literatura se le hincha la cara cuando llegue tarde -hace una mueca de repulsión que me parece divertida-. Encantada de conocerte… ¿Maysilee?
- Sí -afirma esta, asintiendo-. Igualmente.
- Y Katniss -dice Madge, de repente-, que te guste la sorpresa.
Se aleja corriendo mientras arqueo las cejas y me recorre un escalofrío.
Los tres caminamos hacia el gimnasio, como haremos toooodas las mañanas.
- Espero que Haymitch esté de buen humor hoy -suspira Maysilee.
- No lo creo -digo.
- ¿Ese hombre nunca está de buen humor? -piensa en voz alta.
- Rio cuando nos presentaste el otro día -dice Peeta.
- Si, ehh… tramaría algo -digo-. Nunca está de buen humor. Nunca.
- Bueno, Boggs tampoco es un santo.
- ¿Boggs? -dice Maysilee.
- Nuestro entrenador. Corrijo: nuestro duro entrenador.
- ¿Boggs? -digo yo.
- Sí, Boggs -dice Peeta, sonriendo.
- ¡¿Boggs?! -digo, eufórica.
- ¿Qué pasa con…
- ¡Entrenaba en Pensilvania!
- ¿En serio? -dice, enarcando las cejas.
- ¡Dios, alguien de casa!
Salgo corriendo hacia el vestuario con una sonrisa pintada en la cara.

Necesito verlo antes de que empiecen las clases, necesito verlo antes de que empiecen las clases…